Víctimas escriben para superar el dolor
En el Día Internacional del Libro, la Unidad para las Víctimas rinde homenaje a aquellos afectados por la violencia que han utilizado la escritura para exorcizar el dolor y estimular a otros sobrevivientes a seguir su camino a través del arte.
Después de padecer el homicidio de su pareja en Cúcuta en el año 2000, Marta Mora guardó silencio y escondió su dolor, pero la poesía la libró de aquella rabia y la motivó incluso a contar las historias de otras víctimas que vieron en ella un instrumento para sacar a flote ese sufrimiento.
Fennys Tovar, por su parte, venció el miedo que le produjo su desplazamiento forzado de Puerto López (Meta), a través de una novela. Con el libro que cuenta la historia de una desmovilizada, logró demostrarse que era capaz hasta de escribir un libro y, tal vez más difícil que eso, de reconciliarse con sus victimarios, que según ella, “también son humanos”.
Mora escribía desde los 9 años en la capital de Norte de Santander, donde nació, pero lo dejó. Su madre pensaba que ese hobby, junto con la lectura, no era normal en una niña. “Me dediqué a la Biblia porque me escondían los libros”, cuenta desde Cúcuta. “Ese talento vuelve a salir luego, cuando matan al padre de mis hijos”, agrega.
Tovar quería escribir desde mucho antes de dar a luz a su “cuarto hijo”: “Las tres orillas”. Leía y leía pero le faltaba dar el siguiente paso. “Me considero autodidacta porque apenas tengo bachillerato. Soy muy inquieta… cuando empecé a escribir, la historia salió tan natural”, cuenta, con una sonrisa camuflada.
“A través de la poesía pude gritar lo que tenía atravesado en la garganta. Las respuestas siempre llegaban con versos”, insiste Mora, quien engendró como producto de la experiencia “El cáliz de mi sangre”, un recopilado de 150 poemas que aún espera ser publicado. En él, no sólo contó su dolor sino también la experiencia de encarar, años después, al victimario: Jorge Iván Laverde “El Iguano”, exjefe paramilitar del Bloque Catatumbo de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC).
“’El Iguano’ confesó en el 2010 y me pidió perdón en un proceso frente a frente… Eso partió aquel pasado y mi presente. Me dijo que no tenía paz. Después de ese día, yo vivía pensando si era cierto o no, pero decidí creerle y desarmar mi corazón”, reconoce Mora, quien detalla este proceso en su libro.
Tovar dejó todo en Tauramena (Casanare), adonde llegó después de ser amedrentada por paramilitares. Quería cumplir su sueño y para ello vendió todo y abandonó su vida como vendedora ambulante para escribir día y noche hasta ver terminada la obra. “Me sané porque dejé muchos miedos. Cuando una es víctima, la vida no vuelve a ser igual. La inestabilidad... Psicológicamente, vives con ese miedo”, afirma.
Para ella, contar la historia de una desmovilizada que fue su compañera de cautiverio cuando fue retenida por paramilitares en el Meta –hecho que la hizo desplazarse posteriormente–, le ayudó a zanjar el odio. “Las personas que no han sufrido el conflicto tienden a señalar, estigmatizar. La historia de ella, siendo victimaria, me impactó tanto que la quise llevar al público”.
Tras el homicidio de su compañero, Mora tuvo que salir “con la ropa y sus dos hijos hacia Venezuela”. Al regresar, a los pocos años, y tomar la decisión de perdonar, convirtió la escritura en un “catálogo de resarcimiento personal, de reconstrucción del ser humano”. Y no sólo eso: su libro también incluye lo que otras víctimas le han confiado pero no han sido capaces de expresar en público. Sus poesías son también el proceso de otras víctimas.
“Las tres orillas”, añade Fennys, habla “de una mujer que fue víctima desde pequeña, que fue una víctima de violencia sexual del papá, ante la mirada indolente de una mamá, que busca cómo huir de ese lugar y lo primero que encontró fue un comandante de un grupo armado, y que creció entre guerrillas y paramilitares”. Un abrebocas de su obra, que ha dado a conocer aprovechando la Feria del Libro de Bogotá, vigente por estos días.
“He visto que el mensaje dejó de ser una perla decorando el collar de la ignorancia. Lo he visto convertirse en semillas, crecer y expandir sus ramas”, dice Mora en uno de sus poemas, que corta, para conservar el suspenso. Espera generar el interés necesario para que le publiquen sus textos.
En tanto, Tovar continúa recorriendo Bogotá con su cargamento de libros al hombro. Los vende mano a mano, los promociona con tarjeta propia, los firma. “Escribir un libro no es fácil. Esto no es una aventura. Tocar puertas, en un mundo tan competitivo como es la literatura, es bien difícil”.
Escribir se ha convertido en el eje de la vida de ambas mujeres sobrevivientes, de las casi ocho millones que aparecen en el Registro Único de la Unidad para las Víctimas. Como ellas, en otros departamentos como Antioquia o Magdalena, los afectados por el conflicto comienzan a descubrir la arista de la catarsis en la literatura.
“Escribir sobre las experiencias emocionales difíciles puede ser benéfico. Ayuda porque hace del dolor algo comunicable”, asevera Camila Jaramillo, coordinadora del Equipo Psicosocial en la Ruta de Reparación Individual de la Unidad.
No obstante, “como hay situaciones tan difíciles es importante que haya alguien que pueda ayudarles con eso porque es muy doloroso y puede generar angustia”, aclara.
Pero para Jaramillo, ambos casos pueden ser una “manera de tramitar lo propio… Al ayudar a otros, se ayudan ellas mismas”.
“Es una forma de obtener bienestar”, concluye.