La Nobel que sabe escuchar a las víctimas
Svetlana Alexievich, ganadora del premio Nobel de literatura del 2015, se reunió en Bogotá con un grupo de seis víctimas del conflicto colombiano y la directora de la Unidad para las Víctimas, Paula Gaviria. Fue un encuentro emocionante, lleno de sensibilidad, donde la escritora mostró su habilidad para oír los relatos de todos aquellos que acceden a contarle sus historias.
A Svetlana Alexievich, Premio Nobel de Literatura del 2015, la mujer que puso en jaque la dictadura de su país Bielorrusia, la que en su libro La guerra no tiene rostro de mujer rompió el silencio de las autoridades rusas frente a la notable participación femenina en la Segunda Guerra Mundial, la que le puso voz a los sobrevivientes de la catástrofe de Chernóbil, la que está acostumbrada a enfrentar proyectos titánicos, cuando uno la ve en persona no parece una mujer capaz de hacer realidad lo que para otros serían lejanas utopías. "Yo la imaginaba grande, altísima y muy rubia", dice Gloria Salamanca, una de las víctimas colombianas del conflicto que narró sus penurias a la escritora.
En realidad, Svetlana no tiene la estatura que uno cree que tiene el pueblo eslavo. Su fisionomía se parece más a la de una abuela sabia, que a la de una aguda investigadora estilo Miss Marple -el personaje de las novelas de misterio de Agatha Christie, aunque la aureola que la rodea le imprime una aire novelesco-, que es lo que en el fondo le ha servido para convertirse en la primera periodista en recibir el Premio Nobel por su trabajo en los medios de comunicación y no por sus escritos literarios. Su fuerza está en sus ojos azules, que brillan mucho más cuando la historia que escucha capta su interés; brillo presente en las más de tres horas de reunión con seis víctimas colombianas, Darla González, Andrés Salazar, Gloria Salamanca, Nelly Paz, Matilde Cardoso y Alejandra Mahecha y la directora de la Unidad para las Víctimas, Paula Gaviria en la sede de la Cámara Colombiana del Libro.
De acuerdo con Giuseppe Caputo, director cultural de la Feria del Libro, esta reunión era la más importante para la escritora bieolorrusa durante su estadía en Colombia. Fue la única ocasión en la que ejerció lo que la hizo famosa: escuchar con cuidado y sensibilidad. Svetlana estuvo en otros escenarios, y habló y dijo muchas cosas, frases para esculpir en piedra y en la memoria, pero en la única parte donde su silencio reverencial y su mirada curiosa se pudieron percibir fue en la Cámara Colombiana del Libro.
A su cita con las víctimas llegó con 40 minutos de retraso; por eso, cuando entró al salón donde se realizarían las onces, los siete comensales ya estaban ubicados y el sitial en la cabecera para ella y su traductora ya se había reservado. Cuando vio su lugar en la mesa, dudó y luego comentó: "No me gusta estar en el puesto de la cabeza; desde hace un tiempo me he venido sintiendo como un general y eso es un poco incómodo para mí".
Paula Gaviria hizo un resumen de la historia de la Unidad, le contó de los ocho millones de víctimas, la mitad de ellas mujeres, de la decisión que tomó el país de reparar a las víctimas en medio del conflicto, un hecho sin antecedentes a nivel mundial, y presentó a los demás invitados. A partir de ese momento, Svetlana asumió su papel de periodista, sacó su libreta de apuntes, su esfero y se dispuso a escuchar a las víctimas de un conflicto que para ella es relativamente desconocido, y entre testimonios confesó que a pesar de haber viajado por casi toda Europa y Asia, esta era su primera visita a Latinoamérica.
En sus libros, Svetlana se ha caracterizado por darle voz a esa gente sencilla que ha sorteado con tristeza y heroísmo los avatares de las guerras, las injusticias y el olvido, y no a los grandes políticos, líderes empresariales o figuras de la cultura. Su mirada dulce y tierna genera confianza. Tal vez por eso la comunicación entre estas personas provenientes de diversas regiones del país, el noroeste antioqueño, Montes de María, el Huila, los Llanos Orientales o Buenaventura y esa pequeña mujer nacida en Ivano-Frankivsk (Ucrania) no tuvo inconvenientes idiomáticos. Al fin y al cabo, el reconocer la valía del otro es un lenguaje universal.
La primera voz fue la de Gloria que afirmó ser una sobreviviente de cáncer, osteopenia, esquizofrenia y, sobre todo, del asesinato de un hijo, a quien nunca encontró. Solo sabe lo que alguien le dijo: que le dieron un tiro y lo arrojaron al río Patía. Reveló que solo sirviendo a los otros fue que superó su pena: "Cuando uno se siente mal lo mejor es tratar de ayudar a los demás". Mientras Gloria hablaba, Svetlana no apartaba sus ojos de ella pese a los movimientos al acomodarse en su asiento. De vez en cuando apuntaba y preguntaba cosas sencillas. "¿Usted se siente necesaria para alguien? ¿Cree que las personas que perdemos existen en el más allá? ¿Le tiene miedo a la vejez? ¿Se siente capaz de perdonar? ¿De donde saca las fuerzas para hacerlo?”.
A su turno, Darla le reconoció que desde que era niño se sentía niña. Svetlana, con ese rostro que se adquiere cuando se descubre una coincidencia, develó: "El libro que estoy escribiendo es sobre el amor, y de esos relatos hay uno que es de un niño que quería ser niña", y luego preguntó: "¿Es que acaso uno siente eso desde esa edad?". Darla le respondió que sí que eso lo tuvo claro desde siempre.
Con su tono firme y el acento paisa que aún mantiene a pesar de vivir hace tiempo en Pasto, Darla declaró que la bautizaron católica y le administraron los sacramentos “para que se le fuera eso”. Habló de cuando la reclutaron y cómo uno de los guerrilleros abusó de ella al darse cuenta de su condición transgénero. Una vez más Svetlana: "¿Usted no siente asco hacia las armas? ¿Cree que es necesario tomar las armas en la actualidad? Considero que en pleno siglo XXI hacer eso es una barbarie".
Matilde relató como fue víctima de abuso sexual y que de ese acto le quedo una hija y una razón para vivir. "¿Embarazada de un desconocido, qué la motivó a seguir? ¿Se parece a usted?". A todas las preguntas respondió Matilde con los ojos aguados, por lo que la premio Nobel le ofreció disculpas.
Andrés resumió su epopeya de valor, de soldado solidario que perdió una pierna, un ojo y parte de la audición por salvar a un compañero. Le explicó que sucedió en un sitio que se llama Cambodia precisamente por tener montones de minas antipersonas, como sucede con el país del sudeste asiático. "Seguro que usted salió adelante porque tiene una gran mujer al lado, lo más importante es por quién seguir viviendo", comentó Svetlana.
Alejandra, con su voz de niña, pero con el ímpetu de sus 21 años, recordó cómo tuvo que llegar a Bogotá a los 8 años con su familia huyendo de las amenazas en el Huila, testimonio que Alexiévich aprovechó para rememorar a los desplazados de Chernóbil. "En la Segunda Guerra Mundial cada familia de la Unión Soviética quedó afectada, pero con el estallido (de la central nuclear) no. El gobierno tuvo que reinstalar a muchas familias en otras partes del país. Cuando esas personas llegaban eran rechazadas porque consideraban que estaban contaminados con la radiación. Fue un desplazamiento, aunque por razones distintas".
La última en intervenir fue Nelly, quien no se sentía bien, por el largo viaje desde Buenaventura y por la tensión de la espera. No obstante, pudo sacar fuerzas para contar su historia entristecida por culpa de un grupo de hombres que abuso varias veces de ella, pesadumbre que se transformó en lágrimas, por lo que la laureada cronista se disculpó: “La idea no es ponerla a llorar”.
Luego de los testimonios, la Nobel cambio de rol, volvió a ser la periodista famosa, la entrevistada. Solo que esta vez no eran periodistas los interrogadores, sino las víctimas. Habló de sus libros donde aborda las consecuencias del comunismo en la ex Unión Soviética y dejó para el recuerdo un comentario contundente. “El comunismo en un país que no está preparado termina en un baño de sangre. Valdría la pena regalarles a sus guerrilleros mis libros que tratan sobre el comunismo”.