Bucaramanga
Aquella noche trágica de 1995 quedaría en la mente de Yinérida Hernández Morales, como la más horrible de su vida. En la vía que de Saravena conduce a Arauquita, en el departamento de Arauca, en un retén del Ejército Nacional, dos soldados abusaron sexualmente de ella, que tenía cuatro meses de embarazo, y de su hija de cinco años.
Pasaron más de 20 años de trauma, culpa, y serios problemas psicológicos y familiares, hasta que Yinérida decidió ir a la Unidad para las Víctimas en donde recibió acompañamiento psicosocial, dentro de la estrategia con mujeres víctimas de violencia sexual.
Hoy, está renovada y su elocuencia y compromiso la han convertido en líder de la Organización Mujeres Valientes (ORMUVA), de la que hacen parte otras víctimas de violencia sexual, mujeres desplazadas y personas LGBTI.
La horrible noche
Esa noche que Yinérida no quisiera recordar, iba en una camioneta con su bebé en el vientre, su hija de cinco años y su hermano cuando, al pasar por el retén, dos soldados las dejaron indefensas y a merced de la infamia.
“Nos pararon para que los lleváramos, yo les dije que no porque había mucha guerrilla por la zona y corríamos riesgo, al arrancar la camioneta ellos se subieron; mi hermano paró más adelante en un puentecito, pensamos que se iban a quedar ahí y no fue así, a mi hermano le dijeron que se tenía que ir, él les dijo que no, que yo estaba embarazada, entonces lo golpearon con el fusil, lo amenazaron y pues como pudo se fue en la camioneta para Arauquita”, relata.
Luego comenzaron las horas de horror que vivirían a manos de esos hombres: “a mí me violaron primero frente a la niña, yo les suplicaba que por favor no, que tenía cuatro meses de embarazo, que no me fueran a matar, y que hicieran lo que quisieran conmigo, pero que no lastimaran a mi hija (su voz se corta) pero no pude impedir que también la violaran, con cinco años (queda en silencio)”, relata Yinérida cabizbaja.
A pie y sangrando llegaron al hospital de Arauquita, donde no fueron atendidas; sin embargo su hermano, quien recibía cuidados allí, por los golpes de fusil, decidió llevarlas a Caño Limón, donde sí les prestaron atención médica. Luego, llegaron miembros del Ejército ante quienes denunciaron el hecho, y entonces Yinérida y su hermano fueron llevados en helicóptero a la base militar donde identificaron a los agresores. Su hija fue enviada a Arauca donde su padre porque Yinérida no denunció en ese momento el abuso a la pequeña. “Yo no quería que supieran que a mi niña de cinco años le había ocurrido eso”, dice.
A los agresores sí los pusieron presos, pero por un tiempo tan corto que haría difícil ponerle fin a esta historia de violencia, según recuerda ella: “desafortunadamente duraron un año en la cárcel, mi papá y mi esposo dicen que cuando esos tipos salieron, se metieron al ELN o al paramilitarismo; como yo había seguido trabajando con el arroz, iba a la finca y en la carretera nos encontraron, nos amenazaron y a mí hermano lo persiguieron. Me tocó renunciar a mi trabajo y venirme para Piedecuesta” (municipio de Santander).
Vinieron después más de 20 años de silencio, pesadillas, conflictos familiares, culpas constantes, problemas psicológicos, insomnio y hasta convulsiones, la llevaron a una clínica de reposo donde recibía medicamentos, tenía pensamientos suicidas y sentía que “pagaba casa por cárcel”.
Nace una esperanza
Un día, una amiga de la infancia, a quién hoy Yinérida define como un angelito, le dijo: “ya es hora de que haga algo y le grite a todo el mundo qué fue lo que pasó”. Esa sería su salvación. “Yo no quería ir a la Unidad para las Víctimas, pero me decido, y lo que voy a contar es mi alegría: llegó la invitación de la Unidad y me reuní con otras 20 víctimas de violencia sexual”.
Así, comenzó a recibir acompañamiento psicosocial, como parte de la estrategia con mujeres víctimas de violencia sexual que desarrolla la entidad, que consta de tres momentos: se reconocen, se escuchan y se apoyan.
El cambio, lo sentiría desde el primer día: “yo llegué al hotel con la cabeza abajo, no miraba a nadie, todas calladas, pero al iniciar la actividad, me empiezo a involucrar y a salir de esa sombra tan asquerosa en la que estaba metida. Después de la primera reunión que tuvimos yo salgo muy bien. Viene el segundo encuentro y me pongo mejor y en el tercer encuentro solté todo. Aprendimos algo: que lo mejor que hay que hacer con las víctimas de violencia sexual es que otra víctima la escuche, porque usted se suelta y lo cuenta todo”.
Yinérida ahora es otra. Su elocuencia y compromiso la convirtieron en líder de un grupo de 45 mujeres que conforman la Organización Mujeres Valientes (ORMUVA), que no quieren seguirse llamando víctimas. “Somos sobrevivientes del conflicto armado en Colombia, porque víctimas es del pasado, yo sobreviví y hay que ayudar a otras para que eso no vuelva a pasar”, dice.
En ORMUVA -que abrió también sus puertas a mujeres desplazadas y a sobrevivientes LGTBI- todas las personas tienen muchos sueños, como conformar una red a la cual puedan acudir y hablar con otra víctima “para que sepa que está segura, que puede hablar con confianza”, afirma. Además, quieren promover labores agrícolas, ya que la mayoría las sabe hacer porque viven en el campo.
Con toda esa experiencia de vida, Yenérida tiene una fe enorme en Dios y cree que gracias a Él pudo perdonar: “sin Dios no somos capaces de hacer nada; sí, perdoné y me siento feliz porque el beneficio de perdonar es para mí. Perdonar es seguir viviendo, porque usted tiene dos opciones: o usted perdona o usted se envenena, y si se envenena el alma, no puede estar tranquila y va a sufrir”.
Por: Ángel René Vargas.