Rocío Maribel Castillo
Aracataca - Magdalena

Rocío Maribel Castillo, oriunda de Aracataca, es alegre, tierna y echada pa’lante. Cuatro décadas adornan su piel y cuando sonríe se alegra la costa Atlántica y reviven las mariposas de Macondo. Su imaginación se pasea por semillas de tagua, bombón, totumo, asaí, camajuro, coco y caracoles, para crear collares, aretes y otros adornos propios del arte de la bisutería. Su vida, como la de muchas mujeres en Colombia, la ha dedicado a la fantasía elaborada con hilos de colores, cueros y cadenas niqueladas.

Todos los días, a las cinco de la mañana, la alborada despierta su imaginación y sus manos comienzan a traducir sus ideas a obras de arte, que le hacen olvidar, al menos por instantes, la desaparición de su esposo, quien hizo parte de ese cruel tributo que exigió la guerra ilegal el 14 de marzo del 2003 en Retén (Magdalena), cuando él y dos personas fueron interceptadas por hombres al mando de alias ‘Maycol’ y de alias ‘Tijeras’, pertenecientes al bloque paramilitar que dirigía “Jorge 40”, que, sin mediar palabras, los desaparecieron.

Aquí comenzó su angustia, que se incrementó días después, cuando en diferentes sitios aparecieron muertos los dos hombres que acompañaban a su marido, sin que hubiera rastro de su esposo. “¿Estará vivo?”, se preguntaba con insistencia Rocío hasta el día en que alias “Maycol” confesó que lo había asesinado. “El abogado de Justicia y Paz me dijo que fuera a la cárcel donde estaba recluido el paramilitar, pues él me diría el paradero del cadáver de mi esposo… a mí me dio miedo ir”, cuenta Rocío.

Con sus tres hijos, Freider, Maicol y Yeryuri Paola, se fue a Barranquilla huyéndole al miedo que reinaba en Aracataca. Tomó una casa en arriendo en el barrio Rosario, un sector moderado de la capital del Atlántico. Allí se ganó la vida con la venta de minutos y con el servicio de fotocopiadora. El 2004 fue para ella y su familia un año opaco: con dos yines y dos blusas caminaba por la Arenosa sin rumbo fijo.

Sin embargo, con ayuda del USAID compró una vitrina y la llenó con diferentes productos; empezó a recuperar la vitalidad que caracteriza su raza negra y declaró la desaparición del esposo. Rocío volvió a sonreír y su belleza, igual de mágica a la Remedios de Gabriel García Márquez, resplandeció. 

Con algunos ahorros le pagó a su hija menor un curso de bisutería, con el que la joven se hizo experta en la fabricación de collares, llaveros, anillos y otras artesanías. “Yeryuri siempre me regalaba una de sus creaciones, pero poco me duraban pues la primera amiga que encontraba se antojaba de ellas. De aquí nació la idea de dedicarme a esto; inicié los cursos y le metí la ficha”, afirma. En poco tiempo, se volvió tan experta como Yeryuri.

Ahora, con una sonrisa más alegre, ingresó a un programa de Pastoral Social, en el que aprendió más técnicas; también dictó clases a otras mujeres con las que compartía historias similares, ya fuera por el conflicto o por las inclemencias de la pobreza. “Lo hice con amor. Vi en este trabajo una manera de vivir y de ayudar a que otras mujeres aprendieran y sacaran sus hogares adelante”, dice Rocío, quien luego montó negocio propio en la sala de la casa al que bautizó: Artesanías de Rochi. Desde allí, esta mujer, nacida en el gran Macondo, empezó a crear nuevas historias y más coloridas que las del 2003.

La vida quiso golpearla otra vez, pero no pudo. Rocío venció en el 2010 un cáncer de útero, enfermedad que aquel año le trajo muchas dificultades económicas. No obstante, en el 2011, llegaron nuevas alegrías, pues recibió 11 millones como parte de la reparación administrativa a la que tiene derecho. Con este dinero pudo pagar el arriendo atrasado y comprar material para seguir fabricando los productos que le han devuelto la vida en los últimos cuatro años.

Hoy, madre e hija fabrican alrededor de 36 artesanías diarias, que Rocío empaca en el bolso y sale a vender. No es raro ver a las mujeres de la Unidad para las Víctimas en Barranquilla lucir anillos en totumo, collares en cuero resinado, cadenas niqueladas con hermosas piedras de tonga o flores de palma de iraca en el centro del pecho hechos por ella.

De sus ganancias aún guarda una parte del dinero con el sueño de poder hacerse a un plan de vivienda en Barranquilla, también mejorar el negocio, y darles a sus hijos, como lo sugirió Gabo al recibir el premio Nobel en 1982: “Por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra”.