Raúl Estupiñán
Bogotá - Bogotá

En el Día Internacional de las Personas con Discapacidad, el testimonio de un enfermero de guerra, víctima de mina antipersonal, que ahora se dedica a impartir sus conocimientos en esa área y a estudiar cine.

Por Erick González G. 

12-07-2014. Base Aérea del Ejército colombiano en Medellín. Hora 8:30 a. m. Misión: rescatar personal militar herido en combate por el frente 18 de las Farc, en el Nudo del Paramillo, en Antioquia. Código: Halcón. Tiempo misión: indeterminado. 

Zeus 4-1, listo. Zeus 5-1, listo. Zeus 6-1, listo… una bandada de helicópteros Black Hawk se dirige al lugar de rescate. 

8:45 a. m. Los helicópteros salpican el cielo. 9:00 a. m. Cerca a Ituango. ¡A tierra! ¡a tierra!, los rescatistas, entre ellos Raúl Antonio Estupiñán, descienden de los helicópteros con sus equipos de campaña y sus Galil 5.56”, porque a diferencia de otros conflictos, el enfermero de guerra en Colombia debe ir al campo de batalla con su arma”. Un maremágnum de odios de diversos calibres se disputan la supremacía de la zona. Galil versus AK47.  

Zeus 5-1, habla Zeus 4-1, cambio. Aquí Zeus 5-1, adelante Zeus 4-1. ¡Debemos despegar ya! ¡Esto está caliente! Los helicópteros levantan vuelo. Raúl Antonio Estupiñán y otros rescatistas comienzan a atravesar el campo en búsqueda de sus compañeros heridos. En ese momento el cuerpo de Raúl genera una cantidad de adrenalina y de sustancias que hacen que se convierta en otra persona para salvaguardar su propia vida.   

Minutos después de su arribo, los Galil comienzan a inclinar la pugna a su favor. Los integrantes del frente 18 de las Farc se repliegan, pero su huida torna aún más peligrosa la zona. Ese infierno ahora propone esquivar minas y balas. El aire sabe a azufre. Una mina antipersonal descubierta detiene el eje de avance del Ejército y obliga a protocolos en tierra para adelantar con cuidado las tropas.  

Hombres de uno y otro bando caen; los rescatistas o enfermeros de guerra permanecen invictos, pero las balas enemigas no ayudan precisamente a dar el paso seguro. Emergencia y urgencia se mezclan por salvar una vida y por la zozobra de la propia. Cada paso es eterno y presagia la eternidad; cada respiración, también. Un paso, dos pasos, otro paso… ¡bum! Ha caído Raúl. 

Está aturdido y cree que fue una bala que lo impactó. Se cerciora que no. Intenta incorporarse para responder al fuego, pero cae de bruces. Comprende de inmediato: su pie derecho fue amputado por la explosión. Comprende que no puede perder la conciencia. Comprende que solo su pericia lo separa de la vida y la muerte. Él es el arco, la flecha y el blanco. Es el rescatista y el rescatado. Es el salmo 91: "(…) Con él estaré yo en la angustia (…)”.

No puede gritar ¡hombre herido, hombre herido! Su silencio lo blinda de la muerte. Lo peor: no sabe cuándo regresarán los Black Hawk para extraer a los heridos, para extraerlo, porque el tiempo de su misión es indeterminado. 

Solo está determinado a no perder la conciencia, y para ello un pensamiento ocupa su mente: realizar la hemostasis, procedimiento para no perder mucha sangre, pero antes debe arrastrarse en procura de un lugar seguro. En el arrastre su herida se va llenando de tierra, de posibles infecciones, pero no hay espacio para cremas antibacteriales ni gasas. Su pierna izquierda también está afectada, pero no tanto. Su entrenamiento le dicta evitar un shock hipovolémico, que es igual a la alteración de la conciencia por la excesiva pérdida de sangre. Ve una ceiba a unos metros que semejan kilómetros. El tiempo y las distancias bajo fuego tumban cualquier planteamiento filosófico. El tiempo es o no es plantea Aristóteles. ¡A la porra! No hay. 

Raúl llega a las raíces de la ceiba, que se convierten en su refugio, en el útero de donde debe renacer. Saca un dispositivo con una banda de velcro, una hebilla fijadora con ranuras de anclaje y una varilla de fijación. Pega el velcro, gira la varilla para presionar y cierra el escape de sangre. El dolor es indescriptible. Listo el torniquete.  

Fueron minutos… tal vez segundos, “pero el aturdimiento hace que uno se desubique, y unos segundos de guerra podrían ser dos horas de una película por las imágenes mentales que se hacen”.   

Esa función inicia con un flashback a una familia humilde, la suya, hace 39 años, en el barrio Los Libertadores, en Bogotá, encima del 20 de julio, con una escuelita de barrio para su primaria, con su rebeldía bachiller en un colegio en el sector de San Blas y con la promoción del 99 del Colegio Cooperativo Altamira y Barrios Surorientales. 

Con las películas y series de los años 80 y su favorita: Los Magníficos y su personaje Murdock, el piloto que hacía las misiones aéreas de riesgo. Con las imágenes noticiosas de combates y tomas guerrilleras y el material audiovisual sobre operaciones especiales, los comandos y las unidades de élite de los años noventa.  

Las secuencias continúan con los antecedentes de su familia, no penales, sino militares y el “yo quiero ser como ellos”. Con su ingreso como soldado bachiller, gracias a un primo, al Centro de Entrenamiento del Ejército (CENAE) en Tolemaida. Con su incorporación como soldado profesional al Batallón de Alta Montaña No. 1 en el Páramo de Sumapaz y su sueño de saltar en paracaídas.   

Con la decisión de ser enfermero de combate, sus estudios en el SENA, en la Universidad Militar, en el curso Tactical Combat Casualty Care, “para transformar la enfermería técnica en enfermería de guerra y sus variaciones en el método de atención, programa que realiza personal civil para enfrentar atentados terroristas y otros tipos de violencia”.  

Con la película La caída del halcón negro, de Ridley Scott, del 2001, “con la que entrenan las unidades especiales del Ejército para analizar los casos tácticos basados en hechos reales y revisar los procedimientos militares de los médicos dentro de la misma situación de guerra”. Con el primer herido que rescata, en el Páramo del Sumapaz, en un sitio llamado Las Chorreras.   

Esos recuerdos ya conducen la moto Royal Enfield que Raúl siempre quiso tener desde que vio a Indiana Jones montado en una, y que compró una semana antes de refugiarse en las raíces de una ceiba que forman una especie de útero del cual está a punto de renacer.  

El fundido encadenado en su mente es interrumpido por las voces de los soldados del Ejército no especialistas en rescate sanitario, que lo cargan como si fuera una maleta. Lo transportan alrededor de 700 metros hasta el lugar donde espera ser helicoportado.  

12-07-2014. Hora 7:00 p. m. Zeus 6-1, habla Hades 1, cambio. Hades es el helicóptero “arpía”, netamente de combate, armado hasta las hélices que reconoce el lugar. Aquí Zeus 6-1, adelante Hades. Intensidad de combate ha bajado, pero no hay que subestimar al enemigo, recomendamos extraer rápido a los heridos. Zeus 6-1 aterriza. Cargan a Raúl. El helicóptero se eleva y un proyectil lo impacta.   

Zeus 6-1 ¡Me dieron, me dieron! El 6-1 parece caer. ¡Agárrense, agárrense! Aquí Hades 1, Situación 6-1. Aquí Zeus 6-1, impacto en el motor de cola. 6-1, ¿puede maniobrar?... Creo que sí. Los técnicos de vuelo responden el ataque con la artillería y logran alejarse.    

Después de 10 horas de espera, Raúl está en el aire y solo piensa en que le salven la rodilla, porque no le circula sangre, y porque su futura motricidad se complicaría. Perdió varios compañeros y un gran amigo ese día. Ya puede imaginar el esfuerzo que implica unir los fragmentos de su nueva vida. Los “usted es un berraco”, “métale la ficha”, “yo veré” con que él animaba a otros, ahora debía decírselo a sí mismo. Sabe que debe espantar la nostalgia. Sabe que le espera el amor familiar.  

No sabe que le espera una propuesta para crear la Fundación Enfermeros Militares y hacer parte de la Organización Internacional de Medicina Táctica, para dedicarse a capacitar personal de salud y equipos de respuesta de la Defensa Civil y Bomberos alrededor de la medicina de guerra, ni que tendrán 11 países aliados donde entrenarán todo tipo de rescates; ni que hará parte de Victus la memoria, la obra de teatro documental dirigida por Alejandra Borrero que, con actuaciones de algunas víctimas, contará lo que ha sido el conflicto armado interno colombiano; ni que, hacia el 2016, conocerá al amor de su vida; ni que será beneficiado con un programa educativo que le permitirá estudiar, desde inicios del 2019, Cine y Televisión en la Universidad Jorge Tadeo Lozano; ni que recogerá sus pasos como militar en el Páramo de Sumapaz en su cortometraje documental Espeletia BK; ni que en octubre del 2020 será condecorado por la Unidad para las Víctimas como veterano de guerra, ni que será una de las 11.738 víctimas del conflicto por mina antipersonal, munición sin explotar y artefacto explosivo improvisado. 

Raúl ingresa al quirófano, y solo tiene la certeza de que seguirá disfrutando de su Royal Enfield; es probable que bajo el efecto del sedante ya haya comenzado a pilotearla.