Abril 9 2021 - Pueblo Rom
Por Erick González G.
—Usted debe saber que no solo en mi kumpania, sino en todas, porque somos una gran familia, no es bien visto dar entrevistas a payos o “gadyie”, es decir, personas que no son gitanas, pero usted me cayó bien y le voy a dar la entrevista con una condición —confesó la gitana, de mirada nocturna y pelo negro como un oscuro secreto.
—¿Cuál condición? —respondí con esa esperanza de quien, genuflexo, ofrenda novenas, penitencias, misas y hasta votos de castidad ante una imagen sagrada para que se le cumpla el milagro.
—Vamos a cambiar los papeles…
—¿Cómo así? —indagué con el palpitar del que está a unas cuantas respiraciones profundas de una experiencia desconocida.
—Si usted me lee la mano a mí, con gusto le doy la entrevista: le hablo de nuestro pasado, de nuestras costumbres y de cómo en Colombia nos ha afectado el conflicto armado, que es lo que usted quiere, ¿no? —lo dijo sin esmerarse en ocultar cierta socarronería—. Era claro que no quería dar la entrevista, pero esas tres palabras: “Con una condición”, eran el abracadabra, el ábrete sésamo a la entrevista… lástima no ser polímata, aquella persona que sabe de todo, pero soy periodista, es decir, todólogo, aquel que cree saber de todo, y esa conversación aguardaba.
—Perfecto, pero primero le hablo del pasado y luego del futuro —le respondí—.
—Umm, por lo que veo, alguna vez leyó las líneas de la mano.
—Sí, así es —respondí con total seguridad, una firmeza basada no en la lectura quiromántica del porvenir, sino en la lectura de “Las líneas de la mano”, genial microcuento del argentino Julio Cortázar, de su proverbial libro Historia de cronopios y de fama, es decir, eso era responder una mentira con una verdad.
— Le creo. Y es probable que le dé la entrevista… de pronto se le pierde la grabadora y su dinero, mucho cuidado. ¿Sabe algo de nosotros los gitanos?
—Pues hace muchos años me vi Yesenia, una telenovela mexicana de 1987 protagonizada por la bellísima Adela Noriega, casi un amor platónico, que narraba el amor de una joven, criada por gitanos, hacia un militar, y luego me vi Soy gitano, producción argentina del 2003. ¿Eso cuenta?
—Ja, ja, ja, Yesenia, sí, me acuerdo, pero déjeme decirle que primero fue una historieta romántica en los años 40 y una telenovela en los 70.
—También recuerdo la cinta En las rayas de la mano, de 1947, protagonizada por Marlene Dietrich, con la diva como gitana enamorada de un oficial inglés, que cumple una misión de espionaje en la Alemania nazi, en tiempos de preguerra, y a quien considera el gran amor que los espíritus del agua le anunciaron y le trajeron. Eso también cuenta…
—Mejor le recomiendo que vea la serie estadounidense Mi gran boda gitana, pero, bueno, comencemos a ver qué tanto sabe leer la mano.
Había llegado la hora. Del susto, la palabra futuro la escuché en slow motion: fuuutuurooo. Se me nubló la visión, pero no la clarividente, ya que en ese tipo de visión psíquica, mental o espiritual, como la llaman los gurús de la era de acuario, soy absolutamente miope, ciego, pero en ese instante no podía ir a tientas para no tropezar, pero sí ir con tienta para evitar una posible maldición gitana, lo que más temía. Esto es de psicología, me dije. Y en ese instante recordé que ella me había dado la clave, las líneas de la mano, pero ¿cuál? ¿la izquierda o la derecha? Mi corazón era una descarga de timbal.
—¿O prefiere leerme las cartas?
—Soy más acertado con la mano —le respondí—. En ese momento, por el nerviosismo, le hubiera leído las cartas del póquer, de Magic o las de Yu-Gi-Oh, y no las de la tradicional baraja española. Por favor, su mano izquierda…
—¿Seguro?
—Perdón, la derecha, un lapsus; hace tiempo no hago esto, comprenderá. Me pasó la mano mostrándome el dorso. —Le voy a leer las líneas, no las venas —le dije, sonriente.
—Perdón, un lapsus —ahh sarcástica.
La línea de la vida
—Veo que tiene las líneas de la mano gruesas, bien marcadas. Veo que su familia no es de aquí, vienen de muy lejos, como del Oriente, y no es del lugar que todo el mundo cree—. Así inicio mi lectura, con la seguridad de todo aquel que sabe que no son de Colombia, y que sospecha que son de España, por su relación con el flamenco, o de Rumania, donde se concentra la mayor población romaní en Europa, y ambos países, al fin y al cabo, quedan al Oriente.
—Ni de España ni de Rumania ni de Moldavia ni de Bohemia ni de Arabia ni de Turquía; ni del pueblo hebreo ni moro ni persa… del Oriente, más exactamente del norte de la India, de las regiones del Punyab y Sinth, cerca de la desembocadura del río Indo; eso lo puede leer en el libro Cuentos zíngaros, de Olga Roig y Augusto Heredia, especialista en cultura gitana.
—Ummm… puedo verlo… un gran desplazamiento, hace muuucho tiempo —le dije, sabiendo que imperaba la lógica.
—Según ese libro, en el siglo IX tuvimos que salir de esa región por la llegada de los musulmanes, y en el siglo XIII, por culpa de los mongoles; además, hay estudios que indican que al parecer fue el emperador mongol Tamerlán, que con sus hordas llegó al Indostán en 1398, causando el éxodo. Esos textos también acusan a Tamerlán de deshacerse de los zíngaros de la ciudad de Samarkanda, ciudad de la actual Uzbekistán. Esto lo puede corroborar en el Catálogo de las lenguas, del jesuita español Lorenzo Hervás, publicado entre 1800 y 1805, y en el Diccionario Gitano, de Francisco Quindalé, de 1867, adaptado y revisado hace poco por el gitano Efraín Peris Manzano. Y luego llegamos a Europa en el primer cuarto del siglo XV.
—Puedo ver que cruzaron las grandes aguas hace tiempo —era obvio que en algún momento habían llegado a América.
—Se sabe que cuatro romaníes llegaron en el tercer viaje de Colón al nuevo continente, así lo acredita el libro Los rom de Colombia: itinerario de un pueblo invisible, prologado por Venecer Gómez Fuentes, coordinador general del Proceso Organizativo del Pueblo Rom de Colombia (Prorrom), hacia el 2000.
—Ya que habla de Colombia, no sé por qué de repente siento mucho calor, será porque en su mano veo mar, palmas y unos objetos semejantes a un catalejo, una lupa y una carpa, relacionados con el nombre de un mes, me parece que es marzo, no lo sé, es lo que veo —el calor es porque nombré esos objetos con la esperanza de que no hubiera leído ni siquiera el primer capítulo de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, cuando refiere el recurrente arribo de los gitanos, en el mes de marzo, a Macondo y su gusto por presentar a la aldea los nuevos inventos.
—Parece que no solo percibe imágenes sino sensaciones —lo dice sonriente y con una mirada casi hipnótica sobre mí—. Le digo que a este país llegamos hacia la mitad del siglo XIX, desde Centroamérica, por Panamá, cruzamos el río Atrato y nos instalamos primero en el departamento de Antioquia, luego algunos se dirigieron a La Guajira; esta historia la confirma el libro Pueblo Rrom (gitano) de Colombia: haciendo camino al andar, elaborado por la romaní Ana Dalila Gómez para el Departamento Nacional de Planeación. Pero de Colombia hablamos en la entrevista prometida que todavía no se ha ganado. ¿Qué otra cosa ve?
La línea del destino
—Llega una imagen como de personas que han sido destinadas a brillar, a gozar de fama, pese a ese hermetismo que caracteriza a su pueblo. Mucha gente alrededor de ellos y muchas guitarras, pero en especial una —la todología tiene que ayudarme, y para mucha gente es clara su filiación al flamenco.
—Si lo dice por artistas españoles como Lola Flores, que afirmó que uno de sus abuelos era gitano, o por el guitarrista Tomatito, o el gran cantaor flamenco Camarón de la Isla, pues creo que usted debe saber algo de ellos, no veo nada de videncia en eso.
—Todos saben de la dinastía Flores —Rosario, Lolita, Antonio—, del tándem Camarón y Tomatito, y del trabajo de ellos con el gran Paco de Lucía, que no era gitano, del bailaor Joaquín Cortés, del cantaor Diego el Cigala, que incluso ha cantado tango, son y salsa. Me refiero a otros —respondí con la certeza que brinda el saber que todo presente artístico debe tener un pasado.
—En ese sentido puede estar viendo al torero Gitanillo de Triana, de principios del siglo XX, al cantaor Manolo Caracol, pareja artística de Lola Flores, a mediados; a la cantaora María la Andonda, de la que se cumplen 190 años de su nacimiento; a las bailaoras La Chana, maestra del bailaor Antonio Canales; La Chunga, que incluso actuó en Hollywood, en la película Apuesta por un jinete, de 1957; a Pastora Imperio y Carmen Amaya, tal vez la mejor bailaora de todos los tiempos, entre muchos.
—Y de la rumba gitana, ¿qué me puede decir?
—¿Sabe de rumba gitana? —preguntó con sorpresa.
—No mucho, pero algo, de joven me gocé varias gitanas, en muchas rumbas, recuerdo Gitana, de Willie Colón, tremenda salsa; también La gitana, de Nelson y sus Estrellas, y el vallenato Gitana, de los Betos, todo un clásico.
—No hablo de la fiesta, sino del género musical español, que tal vez conoce por Antonio Carmona y el grupo Ketama, por la rumba catalana de El Pescaílla, esposo de Lola Flores, o por el grupo francés Gypsy Kings —me habló seria, observándome con un reclamo en la mirada.
—Bamboleio, bamboleia, porque mi vida, yo la prefiero vivir así. Claro que sí, ¡quién no ha escuchado esas canciones! Pero recuerdo en mi visión, una guitarra especial.
—Mejor no cante, porque también mi vida yo la prefiero vivir así —vaya sarcasmo, no era necesario—. En cuanto a lo otro, debe tratarse de Django Reinhardt, considerado el más grande artista y guitarrista de jazz europeo de la historia, quien tocó con Duke Ellington y Coleman Hawkins. Creador del denominado gypsy jazz. Merecida la película hecha en honor a su talento, Django, del 2017.
—Ahora que lo nombra, recuerdo que al personaje Django, de la película mítica de Sergio Corbucci, de 1966, adscrita al spaghetti western, lo bautizaron así al parecer por Reinhardt. Pero, siguiendo con lo nuestro, también en su mano veo imágenes de un reloj, unos gitanos y dos gatos de distinto color.
—Curiosas esas imágenes. Pero Django no ha sido lo único romaní llevado al cine. Tal vez las películas más famosas que recrean nuestra cultura sean El Tiempo de los gitanos y Gato negro, gato blanco, dirigidas por el serbio Emir Kusturica —lo afirma con una contundencia propia de una crítica de cine.
—Con la primera obtuvo el premio a mejor director en el Festival de Cine de Cannes de 1988, y con la segunda, el León de Plata en el Festival de Cine de Venecia, diez años después —afirmé también con contundencia, es que ya debía subrayar al periodista todólogo para ganar tiempo y descrestar.
—Pero no es un director gitano —¡miércoles! pensé, ¿y ahora con qué saldrá?—. Le aconsejo que vea la obra de Tony Gatlif, director gitano nacido en Francia. Transylvania, Mondo, Libertad, son algunos ejemplos, la última ambienta la problemática gitana en la Segunda Guerra Mundial, durante el gobierno de Vichy, en Francia, la misma época que la cinta Django. Y para su asombro, le informo que la temática gitana llegó al cine mucho antes con cintas como las tres versiones de El amor brujo: la primera, en 1949, en la que actuó Pastora Imperio, la de 1967 y la más renombrada, en 1986, del realizador Carlos Saura. Y hablemos de un estreno más reciente, Papuzsa, una joya cinematográfica en blanco y negro, del 2013, biografía de Bronislawa Wajs, la primera poeta gitana que publicó su obra, en Polonia. Pero ya es tiempo de que me hable del amor.
La línea del amor
—Bueno, veamos ese corazón gitano y no hablo de la canción de Nicola di Bari —sonríe—. En este aspecto veo claramente el nombre de un libro muy famoso: Romeo y Julieta, y al lado la imagen del director Quentin Tarantino; no entiendo esto, estoy confundido.
—Creo saber por qué, Tarantino hizo Django desencadenado, y ahí podemos ver ya cierta relación.
—Todavía no la veo.
—Tal vez la película más famosa que explora nuestro mundo es Los tarantos, de 1963, que narra la rivalidad de dos familias gitanas y, por supuesto, el amor entre dos jóvenes. Es protagonizada por la gran bailaora Carmen Amaya, que quedó tatuada en la memoria con la escena de baile en la que danzan sus manos sobre una mesa al ritmo de la música, en una colina en la periferia de Barcelona. El otro protagonista es el bailaor Antonio Gades, que también es el actor principal de las versiones de El amor brujo de 1967 y la de 1986.
—¿Por qué razón veo en su línea del amor unas joyas y unos guantes de boxeo?
—Vaya, vaya, me sorprende su videncia. Lo de los guantes de boxeo es muy claro. Las joyas no tanto.
—Será porque para todo el mundo ustedes son unas joyitas —la miro sonriendo, para devolverle las ironías—. Es una broma —le dije.
—Ja, ja, ja. Si vio Snatch: cerdos y diamantes, el personaje de Brad Pitt es un cíngaro irlandés, campeón de boxeo sin guantes. Pero la verdad de su visión es que mi pueblo tiene dos grandes pasiones: el boxeo y los caballos. El boxeo es una tradición entre los hombres, es casi un mandamiento saber pelear, y los caballos es el símbolo de la libertad en nuestro pueblo. Esa es quizá la razón por la que en la escena inicial de la exitosa serie de televisión inglesa Peaky Blinders, sobre un grupo de gánsteres gitanos, aparece el protagonista Tomy Shelby cabalgando un hermoso caballo negro. Para una referencia bibliográfica al respecto, puede leer El chico gitano: mi vida en el mundo secreto de los gitanos romaníes, de Mikey Walsh, que también alude a otras costumbres: el veto impuesto a las mujeres para trabajar fuera del hogar, las supersticiones —el gato negro trae suerte—, la abstinencia sexual femenina antes del matrimonio, y ni hablar de las relaciones homo o lesbio, tan prohibidas como un infiltrado de raza negra en el Ku Klux Klan, pero también desmitifica algunas creencias como lo que pensamos sobre la magia.
—No creo que haya muchos libros con algún contenido relacionado con su cultura…
—Tiene razón, escasean los estudios, las tesis o libros sobre nuestro pueblo. Ahora hay una novela negra muy exitosa en ventas, La novia gitana, que forma parte de una trilogía de la autora española Carmen Mola, que en realidad es un pseudónimo muy interesante por su apellido que proviene de la palabra “molar” de nuestra lengua caló, que significa “gustar”. Hay varias palabras de origen caló que ya son aceptadas por el Diccionario de la Real Academia de la Lengua como “chaval”, “currante” y “fulero”, entre otras. En Colombia, el Instituto Caro y Cuervo ha investigado nuestra lengua, incluso ha publicado el documento Relatos y versos de la cultura popular Rrom, extraído de nuestra tradición oral en la kumpania de Bogotá, en el que por ejemplo narra una feliz visita de Jorge Eliécer Gaitán a nuestra carpa.
—Bueno, continuando con la lectura, en realidad, veo poco amor, más bien mucho odio alrededor de su familia
—me baso en un hecho notorio: la extendida animadversión a los gitanos.
—Toda esa discriminación, por lo menos la europea, se tradujo en el exterminio de medio millón de gitanos durante la Segunda Guerra Mundial, eliminación sistemática muy ignorada por los estudiosos de ese período, pero que historia el libro Holocausto gitano, de la investigadora María Sierra, una excelsa investigadora. Nos han perjudicado mucho los prejuicios antigitanos como la holgazanería que nos encajan derivada de las “caracterizaciones literarias de los siglos XVI y XVII” y de las sociedades industrializadas del siglo XIX, que como dice el estudio Creación de Romanestan: un lugar para ser gitano en la Europa posnazi, de la citada María Sierra, “inventó la alteridad de los gitanos en términos de utilidad, productividad y disciplina laboral”. Y qué decir de La Gran Redada durante la luna del 30 al 31 de julio de 1749, en España: un genocidio de diez a doce mil gitanos, que refiere Resistencias gitanas, de Nicolás Jiménez y Silvia Agüero. ¿Sabía que la famosa documentalista alemana Leni Riefenstahl utilizó más de 100 gitanos para su película Tiefland (Tierra baja), rodaje iniciado en 1940, a quienes sacaron de los campos de concentración para caracterizar a personas españolas, ya que su argumento transcurría en tierras catalanas, y luego fueron devueltos a los campos donde en su mayoría fueron gaseados? ¿Y que fue la gitana Zäzilia Reinhardt, quien actuó en esa producción, la que logró que Riefenstahl firmara una declaración declarando que muchos de ellos perdieron la vida en esos campos? Hecho que había negado muchos años atrás.
—Pero… todavía se percibe la antipatía hacia ustedes.
—Claro, para más odios y para otros temas dirigirse al libro Enterradme de pie: la odisea de los gitanos, de Isabel Fonseca, quien de 1991 a 1995 visitó comunidades gitanas en más de ocho países del centro y oriente de Europa y registro en su texto historias como la de Papuzsa y la libertad alcanzada en algunos lugares donde han publicado libros de poemas en romaní y otras lenguas, y han creado programas de televisión, periódicos y revistas dirigidas por romaníes.
—Veo que en Colombia también han sido expoliados.
—Según el censo nacional del 2018, en Colombia hay 2.649 gitanos, y de acuerdo con el Registro Único de Víctimas el 26,5% de nuestro pueblo es víctima del conflicto armado interno colombiano. El promedio de víctimas de nuestra etnia es más alto que la media del país que alcanza el 18%. Esta desgracia ha caído sobre las 11 kumpanias que se ubican en Bogotá —Prorrom y Unión Romaní—, Cúcuta, Envigado, Girón, Pasto, Sabanalarga, Sahagún, Sampués, San Pelayo y Tolima, de las cuales Prorrom congrega el 20% de nuestra comunidad.
—Pese a ello, veo a gente ayudándoles —la verdad, ya había investigado ese aspecto.
—En el 2011, con la Ley de Víctimas, el Gobierno nacional dio vía libre al Decreto Ley Étnico 4634 de 2011, dirigido exclusivamente al pueblo rrom o gitano, y confieso que en lo referente a la reparación individual ya han indemnizado al 89% de nuestras víctimas.
—Bueno, señora ya he terminado con la lectura, ahora sí me puede dar la entrevista —lo digo con la seriedad que se da el dictamen de una prueba de embarazo.
—“Hay una historia que los gitanos saben que es verdad…” —canta y luego tararea—. Este tema se llama Golden Earrings, y fue cantado por Peggy Lee, en el 46, y Nina Simone, en el 61, y es el título original de la película que usted mencionó de la gitana y el oficial inglés… Y la verdad, no es que su lectura me haya convencido del todo, además le faltó leerme el futuro, la suerte… —me lo recuerda con esa mirada acusadora de Marlene Dietrich.
—Tiene razón, para qué, durante la concentración alcancé a ver unos números. Anótelos.
—¿Baloto o chance?
—Chance, son solo cuatro números, juéguelos con la lotería… —le dicté los que memoricé de una galleta de la suerte que me habían entregado ese día en un restaurante chino a la hora del almuerzo.
—Pensándolo mejor… si quiere, le leo el futuro, me paga, y con eso le doy la entrevista —lo dice sonriente, mientras saca una caja de cigarrillos Gitanes, los favoritos del filósofo Jean Paul Sartre.
—Como dicen: estoy más pobre que cuerpo de gitano.
—Se me olvidó mencionar las Maldiciones gitanas.
Tomé mis cosas, salí despavorido rezando el Salmo 91 y el 23. Pero alcancé a escuchar que decía: “No se asuste: hablo del libro de Manuel Díaz Martín, una serie de relatos con un humor negro sobre nuestro folclore, y cuidado con su dinero, no lo pierda”. Al llegar a mi casa, revisé mi billetera. La tenía intacta en la chaqueta. Descansé. En la noche estuve atento a la lotería. En la televisión, vi cómo salían uno a uno y en orden los números que le dicté a la gitana. “No pierda su dinero”, recordé y me asusté. Revisé el maletín y descubrí que había perdido la grabadora. Sin dinero y sin la grabación de mi “lectura”, ¡qué rabia!, eso sí para qué… la gitana me lo dijo.