Paola Ortiz
Junio 10 2021 - Turbo - Antioquia

Por: César Augusto Marín C.

“Ese día abusaron sexualmente de mí tres hombres armados. Tenían brazaletes de las Farc y llegaron a la casa con equipos de comunicación y armas. Por unos instantes perdí el conocimiento y cuando lo recobré, estaba toda bañada en sangre. Tan solo tenía en ese momento 10 años”. 

El testimonio es de Paola Ruth Ortiz Arrieta y los hechos, que dejaron una cicatriz profunda en su alma, ocurrieron en noviembre de 1987 cerca de Turbo (Antioquia). 

Paola Ruth tiene 42 años y es la mayor de dos hermanos. Las tragedias para su familia comenzaron en 1978, cuando su madre fue desaparecida en un sitio conocido como El Tres, también en el Urabá antioqueño. 

Luego, en plena infancia, su familia se vio afectada por otro hecho de violencia: el 10 de enero de 1984 hombres armados incursionaron en su vivienda y se llevaron a su padre, José Encarnación, y lo mataron cerca de un río. “Recuerdo que era un señor moreno, alto y muy bien puesto. Yo era su consentida”, dice con añoranza, al recordar que para esa época ella tenía solo 6 años y disfrutaba de su lugar natal, Nuevo Antioquia, corregimiento de Turbo (Antioquia). “Fue muy difícil para mi hermano y para mi quedar huérfanos de padre y madre siendo niños”. 

Repetición de violencia 

Como consecuencia del homicidio de su padre y al ver que Paola y Marcos (su hermano) quedaron huérfanos, un tío paterno se hizo cargo de ellos y se los llevó para su casa, ubicada entre Currulao y Turbo. Sin embargo, hasta allí también volvió a verse afectada por la guerra. 

Recuerda la crudeza de aquel noviembre de 1987 cuando hombres armados entraron a esa vivienda cerca del mediodía y abusaron sexualmente de ella. “Yo estaba sola en ese momento porque mi tío y su esposa estaban arrancando yuca. Entraron tres hombres que tenían brazaletes de las Farc con equipos de comunicación y armas, y las dejaron en la sala. Se metieron en la cocina y me agarraron por detrás. Me puse a llorar y solo le pedía a Dios que me ayudara. Finalmente, los tres sujetos me violaron. Creo que perdí por unos instantes el conocimiento y cuando lo recobré estaba toda bañada en sangre. Yo tenía tan solo 10 años”. 

Como pudo pidió ayuda a unos vecinos que fueron a buscar a la esposa de su tío quien se angustió al ver a Paola con sangre en su cuerpo. Sin embargo, esa no era la primera vez que miembros de ese grupo armado ilegal cometían ese tipo de actos en la región. “En días anteriores habían abusado de otras mujeres en otras fincas cercanas, pero yo nunca pensé que a mí me fueran a hacer algo tan cruel porque yo era tan solo una niña”. 

En adelante las cosas fueron muy difíciles: sin padres y tan pequeños, Paola y su hermano se sentían muy vulnerables. Pasaron varios años y ella tomó la decisión de irse para Córdoba; arribó a Montería y Marcos siguió sus pasos. 

Levantar las alas 

Pese a cargar con todas esas tragedias encima, Paola no se rindió y se propuso salir adelante. “Fue muy duro lo que viví siendo una niña, pero doy gracias a Dios porque sobreviví; no corrí la misma suerte de otras personas de mi región que fueron asesinadas”. 

Una vez en la capital de Córdoba, empezó a trabajar en casas de familia: “para rebuscarme la plata”, recuerda esta mujer trigueña y de contextura gruesa. Luego tuvo sus hijos que hoy tienen 19 años (Dayana) y 12 años (Otálvaro). Dayana ya le dio un nieto que es su adoración. 

Después de tanta crueldad, el tiempo comenzó a sanar sus heridas, heridas del alma. Fue contactada por la Unidad para las Víctimas, recibió su indemnización por haber sido afectada de desplazamiento forzado y con ese dinero “pagué varias deudas que tenía y compré varios electrodomésticos de los cuales carecía en mi casa”. 

Pasó un tiempo más y recibió la indemnización por ser víctima de violencia sexual. “Me acuerdo de que nos citaron en un hotel acá en Montería y había muchísimas mujeres de varios municipios cordobeses. Previamente nos hicieron unas capacitaciones para darle un buen manejo a ese dinero. Eso fue hace como tres años y recibí cerca de 19 millones de pesos; de ahí le di un dinero a mi hermano, monté un negocio de venta de legumbres y verduras acá en el conjunto donde vivo y de eso subsisto”. 

Está muy agradecida con la Unidad para las Víctimas y con la Ley de Víctimas porque siente que la han acompañado y la han beneficiado. “Ha sido muy buena esa ley porque en mi caso no me dejaron sola, me brindaron ayuda psicológica y, aparte de eso, me indemnizaron por dos hechos que viví durante la guerra. Además, muy contenta porque la prorrogaron 10 años más y con eso se beneficiarán muchas personas más a las que el conflicto armado les afectó o les rompió la vida”. Dice que ya perdonó a quienes tanto daño le hicieron a ella y a su familia. “Nadie me ha pedido perdón, pero yo decidí hacerlo hace rato porque eso ayuda a sanar”. 

Desde hace cuatro años Paola forma parte de la fundación “Mujeres víctimas de violencia sexual del departamento de Córdoba”. Allí reciben capacitaciones y talleres que les han servido no solamente en la parte psicológica, sino también en acompañamiento en los procesos que adelantan en instituciones estatales. 

Paola quiere enviar un mensaje a otras víctimas del conflicto armado: “que tengan paciencia para recibir la indemnización, uno sabe que ese dinero se demora un poco en llegar pero siempre llega. Además no todo es la indemnización, la Unidad para las Víctimas también ayuda en otros aspectos en los cuales siempre los beneficiados somos los que vivimos la guerra”. 

(Fin/CMC/COG)