La Hormiga - Putumayo
La Hormiga, Putumayo, fue epicentro de varias incursiones guerrilleras en épocas anteriores, sitio de enfrentamiento de grupos al margen de la ley, de donde Luz Marina y Henry Gaviria, protagonistas de esta historia, también fueron desplazados.
Luz Marina Narváez Gutiérrez es una mujer cafetera que en ocasiones requiere de más de 24 horas al día para adelantar sus múltiples tareas familiares y del campo. Ser ama de casa, ayudar en el proceso de transformación del café y cuidar de la familia, en especial de su hija con discapacidad cognitiva, hacen que un día en la vida de esta aguerrida líder transcurra con la velocidad de un rayo.
“Lo más verraco de todo lo que me toca hacer es manejar trabajadores, hay que hacerles de comer, algunos sí se comen todo lo que uno les da, pero hay otros que son muy exigentes; manejar gente es lo más complicado de todo este tema, además tengo un niña enferma (problemas motrices y cognitivos) lo cual me quita mucho tiempo para las cosas por atender, pero todo lo hago con agrado y dándole siempre gracias a Dios”, comenta Luz.
La hija que cuida con tanto cariño desde hace 31 años se llama María Cielo: “Ha sido muy difícil todo este proceso con ella, son tres décadas que llevamos sufriendo, pero a la vez ha sido un proceso que ha valido la pena; para mí, la niña es una bendición de Dios y lucho para poder tenerla en las mejores condiciones posibles”.
La familia conformada por seis miembros -ella, su esposo Henry, dos hijos y dos niñas- llegó a Santa Rosa de Cabal, Risaralda, hace casi una década: “Tengo que darle gracias por todo el apoyo que hemos recibido a la Unidad para las Víctimas y las demás entidades del Estado; cuando llegamos nos encontramos con una casa pequeña, que con el tiempo fuimos transformando, debido a la situación que tuvimos con la niña; nosotros ya habíamos recibido la indemnización administrativa por parte de la Unidad, por el tema del desplazamiento forzado”.
Con el dinero de la indemnización Luz Marina y su esposo lograron ampliar la cocina y construir otro cuarto, para poder quedar más cómodos. “Creo que somos un ejemplo de que sí podemos salir adelante, con la ayuda de Dios y del Estado, así seamos víctimas; ayúdate que yo te ayudaré, como víctimas a nosotros nos han ayudado, pero hemos sabido aprovechar todas las oportunidades que nos han brindado, por ejemplo cuando nos daban ayudas humanitarias, nosotros teníamos claro que era para invertir en el proyecto cafetero de la finca, para mejorar nuestra condición de vida y cuando nos indemnizaron lo invertimos en vivienda”.
Según lo afirma, entre las familias agrícolas hay mucha gente que dice: ¿para qué el café?, pero como ellos mismo lo han experimentado el que es juicioso vive de la siembra del grano: “nosotros hasta el momento hemos vivido de la caficultura, el café ha sido nuestra salvación, con lo que sí nos está yendo un poco mal es con el plátano, pero todo es posible sacarlo adelante cuando hay voluntad”.
Para Luz y Henry el café es imprescindible cuando de hablar de su proyecto de vida se trata. A ella desde niña sus abuelos le enseñaron a trabajar con el café, que les brindó el sustento. Hoy, incluso, les da la oportunidad de dar trabajo a otros, pues en tiempo de cosecha pueden emplear entre 10 y 12 personas. Con la venda del producido van progresando, ya tienen peladora y marquesina y son muy felices lavando café y escogiendo la pasilla, en especial ella: “es mejor que estar en la cocina”, dice.
“Nací y me crié en fincas cafeteras, fuera de eso tenemos la fortuna que a nuestra descendencia también les gusta el tema agrícola, en muchas familias eso no gusta y por ello cada vez hay menos gente en el campo y más en la ciudad”.
La hija mayor de esta pareja vive en Lorica, Córdoba, le encanta el café y lo cultiva, e incluso cuando los visita en Santa Rosa, también se va a colectar al lado de sus padres. “A los jóvenes les digo que echen para delante, las fincas cafeteras son un bien económico para uno, mis hijos nos ayudan con esto porque más tarde es lo que van a heredar, es bueno no depender de nadie y que cada quien pueda vivir de su propio negocio”.
El desplazamiento
“Vinimos de La Hormiga, Putumayo como desplazados del conflicto armado, mi esposo llegó a estas tierras porque ya las había recorrido recolectando café, al principio pagábamos arriendo, después realizamos la declaración como desplazados y nos la aceptaron gracias a Dios, comenzamos a recibir ayudas humanitarias y Restitución de Tierras también nos adjudicó un lote, fue allí cuando iniciamos una nueva vida”.
Cuando llegaron a vivir al Alto de la Mina, traían un colchón y una estufa debajo del brazo porque todo les tocó dejarlo tirado en La Hormiga, casa, muebles, cultivos de café, plátano, maíz y piña. Llegaron a trabajar en fincas de café y poco a poco la vida les brindó una nueva oportunidad.
“Para nadie es un secreto que en La Hormiga hubo mucho conflicto armado, lamentablemente nosotros quedamos en medio de los dos grupos, cuando vimos que los vecinos comenzaron a salir nos vinimos porque no nos dejaron trabajar”, afirma Henry Gaviria.
Lo que más miedo le dio cuando emprendieron el viaje al Eje Cafetero, era lo que pudiesen encontrar al radicarse en Santa Rosa, pero con los días tomaron confianza para poder, como ellos mismos lo aseguran, echar raíces y permanecer tranquilos.
“Por acá estamos muy contentos, yo no retornaría a La Hormiga, ya hicimos raíces en esta tierra y con todo el progreso que hemos tenido no queremos volver, la idea es seguir progresando en este lindo municipio, empezar en otro lado sería demasiado difícil”.
Todos los días dan gracias a Dios por tener finca y poder estar en paz con la familia; en la mañana colocan el equipo de sonido a todo volumen y así la gente de la vereda se entera de lo contenta que anda Luz y los vecinos saben cuándo no está, porque ese día el equipo no suena.
Una pareja unida y emprendedora
“Yo la conocí en mis andanzas por el Putumayo, desde los 14 años salí de La Unión, Nariño, y anduve por muchos departamentos recolectando café, cuando llegué a La Hormiga vi a Luz en una de las fincas donde trabajaba y nos enamoramos. Cuando se dio el desplazamiento, primero pasamos por Tuluá (Valle), porque mi esposa es de allá, pero solo aguantamos dos meses y nos vinimos a Risaralda. Gracias al Incoder, la Unidad para las Víctimas y la Unidad de Restitución de Tierras, pudimos ubicarnos de manera definitiva acá”, dice Henry Gaviria, el esposo de Luz.
En su hogar todas las decisiones se toman en conjunto; por ejemplo, él se va al pueblo a cotizar insumos y materiales para tener bien la finca y los cultivos, y antes de realizar la compra final llama a Luz para acordar el tope de la inversión. La organización y claridad en las cuentas es una de las prioridades de la pareja.
Henry es ingenioso en el campo. Tras observar dos sistemas de poleas en fincas cafeteras, diseñó y construyó una garrucha que le permite enviar los bultos de café montaña abajo por un sistema aéreo con el cual a los trabajadores no les toca cargar café; el grano llega directo hasta el beneficiadero por una tubería en pvc.
“La construcción de la garrucha fue toda una odisea, gracias a Dios que me dio la sabiduría, primero observé dos proyectos ya realizados, luego tomamos las medidas e hicimos cálculos, compramos los accesorios, cables, poleas y torres, el material para los cimientos lo subimos en mulas, 36 bultos de material para la construcción, ya vamos para tres años con ellas sin problema alguno, son unos 230 kilos en cada viaje de café”.
“El campo es muy bueno porque nos da el sustento de cada día , no solo al campesino, sino la gente que vive en la ciudad, por esos a mis hijos les enseño a cogerle amor al campo para poder salir adelante”, insiste Henry.
“El Estado nos entregó estas tierras en las que tenemos cultivos de café y plátano, con el proyecto productivo de la Unidad sembramos este café hace 6 años, comenzamos con 7.000 plántulas y también recibimos mucha ayuda del Comité de Cafeteros y el Banco Agrario, hoy puedo decir con orgullo que tenemos 21.600 palos de café produciendo en siete cuadras, Dios es grande”.