Octubre 13 2021 - Acevedo - Huila
En San Adolfo, inspección del municipio de Acevedo, en el suroriente del departamento del Huila, la violencia dejó duras huellas que personas como Lino Antonio Hurtado aún mantienen frescas en su memoria.
Pese a ello, este hombre de estatura mediana, mirada profunda y manos encallecidas por su trabajo como caficultor se esmera en ayudar a construir un nuevo horizonte de tranquilidad y bienestar para las nuevas generaciones de acevedunos.
Dedica su tiempo por completo a la siembra de café en las inmensas montañas de la cordillera oriental y a hacer parte del grupo de sabedores promovido por la Unidad para las Víctimas que propende por la reparación colectiva de San Adolfo. Esto lo llena de orgullo y le permite sonreír con tranquilidad a sus 78 años, una edad que él considera la recta final de su vida.
Se casó con su primer y único amor a los 27 años de edad, cuando la novia tenía 20. Lucharon juntos durante28 años hasta que un mal día ella enfermó, “tuvo una crisis hepática aguda y su vida se apagó poco a poco; nada pudieron hacer para salvarla especialistas de Bogotá, donde falleció una mañana fría que prefiero no recordar”.
De la unión quedaron 10 hijos hombres, todos hoy desplazados por la guerra, comenta desconsolado y con lágrimas en sus ojos grises, y entonces recuerda que a finales de los 90 y comienzos del nuevo siglo “uno no sabía quién llegaba a la casa a llevarse a los muchachos”. Él se quedó mientras ellos huyeron para no ser reclutados por los grupos armados.
Un hombre frentero
Nació en 1944, en Restrepo (Valle del Cauca), pero está radicado en el Huila desde hace 60 años, cuyas tierras, desde muy temprano, lo conquistaron. De hecho, recuerda que arriba en las montañas trabajó sin descanso por varios años, “solo con Dios y la Virgen”; en aquella época la piel se quemó con el sol producto de las largas jornadas y el pelo se le volvió blanco por completo.
Se dedicó a tumbar monte para limpiar el terreno donde se asentaría con su familia y todo marchaba bien en medio de los sacrificios y la desdicha producto de la soledad, hasta el día en que unos hombres armados le reclamaron por estar “llevando chismes de guerra”. Con valor les respondió: “péguenme un par de tiros, quiten el problema”, y quizá fue ese carácter frentero lo que evitó un desenlace fatal.
Pero no lograba tener la calma que esperaba para su familia, de modo que “a lo último me desaforé, me aburrí y dejé la finquita abandonada”. Se la dejó a un paisano, en compañía, que luego quiso arrebatarle la propiedad, mas no pudo porque estaba pignorada a la desaparecida Caja Agraria. “Luego él salió de allá con la intención de asesinarme, pero un buen amigo le dijo cuidadito la va a embarrar en la vereda”.
Su obra
Esos y otros sinsabores no lo han apartado de San Adolfo; todo lo contrario, más se aferra y se vanagloria de las proezas logradas gracias a su carisma como haber hecho la gestión para tener puesto de policía en San Adolfo, conseguir la creación del Comité de Cafeteros local, principal polo de desarrollo económico del municipio y haber logrado traer un buldócer que abrió los caminos veredales que hoy permiten la comunicación vía terrestre en la zona.
“Siempre he sido amante del café, desde que una libra valía cinco centavos; una arroba, cinco pesos. Todo era a lomo de mula y ya con las carreteritas entraban los carros; el que tenía forma, compraba su carro; el que no, pues pagaba al amigo para que le sacara la carga”.
A sus 78 años, don Lino, como le dicen quienes lo aprecian, todavía espera por sus hijos, pues los años “pasan y pasan sin saber de ellos; quiero que vengan para que construyamos un emporio, sembrar café de buena calidad, arracacha, yuca y cuanto más se pueda porque de nada sirve tener dinero si no hay qué comer”, expresa inconforme porque ya pocos gustan de las labores del campo.
Las víctimas
Hoy Lino centra su vida y su razón de vivir en el trabajo con las víctimas del conflicto, lo que para él es una pasión: “la esperanza nuestra es la Unidad para las Víctimas, ahora en este proceso de paz que se viene construyendo en el país”, dice agradecido a nombre de las comunidades.
En esa misión ocupa gran parte de su tiempo, fomentando la agricultura entre los jóvenes como primera fuente de riqueza y velando porque mejoren las vías, el acueducto, el alcantarillado, tantas necesidades juntas cuya solución sería más rápida y efectiva, advierte, si San Adolfo pasa a ser municipio.
“Esto lo he buscado a nivel nacional, pero me ha tocado solo, y es que atienden más al que tiene plata que a un pobre líder comunal; pero no pierdo la esperanza”, concluye.
Aunque el peso de los años y las cicatrices del alma han hecho mella, Lino vive en una pequeña casa con un nieto, y goza de buena salud. “Hoy me siento más firme que un roble, y los robles mueren de pie, en espera de mi última voluntad: ver de nuevo a mis hijos reunidos con sus mujeres y mis nietos jugando a mi alrededor y que a las víctimas del conflicto les llegue la gloriosa justicia por todo el dolor padecido” dice con mirada serena, acariciando a Café el perro que lo acompaña hace 15 años.
(FIN/NIL/COG)