Leticia Barreiro
Bogotá

Con el perdón como piedra angular, Leticia Barreiro le muestra al mundo cómo sí se puede moldear un alma quebrantada por la guerra. Víctima del reclutamiento forzado a los 12 años y en el marco Día Internacional de la Niña, ella expone su historia como ejemplo para prevenir a las nuevas generaciones de niñas.

Por: Paola Vannesa Romero.

Acordes de guitarra como antesala a lo que será toda una abundancia de calma. Sonidos que evocan la tranquilidad que solo se puede hallar cuando se busca con el alma. Eso, precisamente, es lo que siente Leticia Barreiro cuando cierra los ojos y escucha “Al taller del maestro” de Alex Campos, una canción que invita a la humildad de permitir un cambio en manos del “maestro”.

No en vano es su canción favorita, tal vez porque su historia se ha venido escribiendo así, en manos de aquel “maestro” que no la juzgó, sino que le permitió perdonar, sanar su corazón curando cada herida causada por un conflicto armado que le robó hasta sus pensamientos. Con la firme decisión de comprender el significado de la indulgencia, Leticia ha podido recorrer este camino, un único camino: “Perdonándome a mí misma y a los demás, dejando todo atrás, tratando de no recordar el pasado. Ha sido la clave para ir sanando todo”, y tal cual lo piensa, buscando que esas heridas no sanen en falso porque “creo mucho en lo que dice la Biblia y dice que, si uno no perdona, no será perdonado.

Entonces cualquier cosa que haya ocurrido en el pasado, digo, tengo que perdonar porque si Dios me perdonó a mí que soy tan pecadora, pues cómo no voy a perdonar a otra persona”. Ese pasado al que se refiere es al que estuvo marcado por crudas realidades en campos de batalla, envueltas en falsas promesas de un mejor futuro para ella y su familia, tras ser reclutada por un grupo ilegal a los 12 años.

Realidades que, tal vez se pudieron evitar tomando varias acciones, una de ellas, que el Estado y la sociedad prioricen la educación pues “la falta de oportunidades es lo que lo lleva a uno a tomar malas decisiones y a buscar estos lugares". "Uno mira eso como una opción de vida, como una salida", expresa. Leticia muchas veces dudó de que fuera la educación uno de los caminos: “Yo muchas veces lo pensé también, yo quiero estudiar, termino un bachiller, pero no tengo dinero, nadie me va a ayudar con el estudio entonces, ¿De qué sirve el estudio? Y me mentalicé así, pero es que uno ve eso, una opción de vida, a uno de joven le pintan pajaritos en el aire y uno se cree todo.

Hay muchas personas que le dicen a uno, mire, acá le vamos a dar tal cosa, y uno se deja llevar por eso, pero es por la falta de oportunidades”. Y ahora, con 20 años y con conocimiento de causa de las realidades que aquejan a muchas niñas en el país, Leticia les envía un mensaje a aquellas jóvenes que han pasado por situaciones similares: “Uno nunca debe quedarse con una imagen de ellos que le dicen: venga que allí vamos a darle una mejor vida, le vamos a ayudar a su familia; porque todo eso es una farsa, es algo que utilizan ellos para que usted se vaya y piense que realmente su vida va a cambiar, pero no es así porque la realidad es otra, hay otras formas de buscar otra salida, de poder estudiar, de tener una mejor vida. Créame que eso no es una solución”. Por ello, este mensaje va acompañado de una reflexión que viene de un convencimiento profundo y es que “si ya pasaron por esto, que se den cuenta de lo valioso que es cada persona.

Es mucho tiempo el que uno pierde estando allá, realmente en busca de nada, entonces que ojalá puedan seguir con su vida común y corriente, que, si les pasó algo malo allá que den un perdón, perdonen a las personas para que puedan seguir su vida tranquilamente sin tener que pensar en nada de eso”.

Recuerdos de amor

Esta mujer nacida en La Macarena, Meta, uno de los accesos más conocidos para ir al río más bello del mundo: Caño Cristales, estuvo rodeada por la variada vegetación que solo este inigualable rinconcito del mundo puede tener y de allí es donde tiene los mejores recuerdos de su infancia como cuando salía toda la familia a la playa, comían tamales hechos con la exquisita receta secreta pues las manos de la abuela los moldeaban.

“Eso fue una vereda llamada El Alto Rosal, del municipio de La Macarena, Meta. Jugábamos con el balón, a la lleva, a cogernos, a tirarnos al río y disfrutábamos el tiempo en familia… estar con mis abuelos, papás, hermanos, primos… eran épocas muy esperadas y cosas que quedarán marcadas”, dice en medio de sonrisas. Esos bonitos recuerdos que permanecerán en su mente también son cultivados en su pequeña niña, su adorado tesoro, por quien haría lo que fuera necesario para que sea feliz. “Me gustaría que ella tuviera primero que todo el respeto ante todas las personas no importa su nacionalidad, si es de diferente raza, respeto ante todo”. Respeto, educación y honestidad es lo que le ha venido enseñando con el ejemplo y que “aprendiera que en la vida uno no tiene todo lo que se quiere, uno no tiene que estar al lado de un hombre para que le dé todo, sino que tiene que aprender a ser independiente, a conseguir lo suyo, eso se gana con mucho esfuerzo y si mi hija quiere estudiar pues yo hago lo que sea, le consigo para su estudio, pero necesito que sea alguien en la vida”.

Estas enseñanzas no podrían provenir de otras personas más que de sus padres y sus abuelos, personas que no se amilanaron nunca ante las labores del campo y que “siempre nos enseñaron que el trabajo es lo primordial en la vida. Uno tiene que sudarla y ganarse lo de uno, uno no puede esperar nada de nadie, sino que tiene que ganarse lo suyo. Crecimos en el campo, mi papá “contratiaba”, yo me iba a ayudarle, él nos llevaba y desde muy pequeños ayudábamos a sembrar plátanos, yuca, todo lo que se da en el campo y crecimos así”.

Esta joven amante de los camarones y con un gusto evidente por el inglés, se levanta cada día para atender el minimercado con el que saca adelante a su familia y, de paso, ayuda a los vecinos con cómodos precios pues en el marco de la pandemia, todos han sufrido. Es así como ese espíritu de ayuda constante no es solo con su negocio pues siempre ha querido ayudar a sanar heridas del cuerpo, tal vez por esa misma realidad cruel que vivió: “Siempre quise estudiar Medicina y quiero hacerlo. Estar en un hospital y poder ayudar a una persona que está mal, eso me llena de satisfacción”.

Pero allí no paran sus deseos pues quiere comprar una casa, mejorar su negocio y estudiar Medicina. “Ya cuando termine mis estudios, seguir trabajando, pero ya en un hospital. Bregar a sacar mi hija adelante. Me encantaría viajar, es uno de los más grandes sueños, conocer otro país. Meterme a algún grupo de turismo, me gusta entablar con turistas en restaurantes”, comenta y dice con energía y convicción: “Me gustaría ser la mejor doctora del país. Me gusta ayudar a personas que están muy mal”. Curarlas por fuera y, por qué no, decirles que también lo pueden hacer por dentro, así como un día “el maestro” lo hizo con ella. Así, permitiendo una abundante paz en el alma que sobrepasa cualquier deseo en el alma.