Jovanys Mena
Apartadó

Para Jovanys Mena, la reparación económica no lo es todo: “La plata puede acabarse. Es muy bueno que podamos por medio de la Unidad para las Víctimas recuperar a los jóvenes”.

Uno creería que las historias de boxeadores están en los cuadriláteros, como la de los ciclistas en el lomo de su bicicleta, pero la del púgil Jovanys Mena Mosquera transcurre todos los días a lo largo y ancho del golfo de Urabá, entre bananeras, polvaredas, huidas y esperanzas.

Este exponente del deporte de las ‘narices chatas’, que en la piel lleva la impronta de la raza chocoana y en su voz, ese altanero y cariñoso acento antioqueño, nació en Istmina, municipio del sur de Chocó, a 75 kilómetros de Quibdó, pero fue registrado en Turbo (Antioquia), donde el mar Pacífico tiene su parque de arena y rocas. Parte de la infancia la vivió en la zona rural de este municipio, donde su padre, Froilán Mena, era capataz de la finca La Manada, y su madre, doña Mirna Mosquera, hacía los cuidados de la casa hasta que a finales de 1987 el conflicto armado en esta región, que curtió todos los caminos, empujó a sus padres, a sus nueve hermanos y a él a un largo exilio.

Casi errantes, pero orientados por la esperanza de salir adelante, la familia Mena Mosquera regresó a su lugar de origen, motivada por las convicciones religiosas de sus padres, influenciados fuertemente por la fe evangélica; aunque cuatro años después, trastearon sus ilusiones a Carepa (Antioquia), pese a las inestables condiciones de orden público, pero animados por la prometedora economía de Urabá que es tan poderosa como el acechante fenómeno de la violencia. En esos tiempos –más aciagos que los actuales– su padre siempre se despedía para ir a trabajar como si fuera el último adiós.

Él y sus hermanos siguieron estudiando en escuelas rurales, aunque cada trayecto de ida y vuelta era siempre incierto. “Uno salía del colegio rogando a Dios llegar sano y salvo a la casa. En ese entonces opté por meterme al deporte. Y ahí vi una solución mucho más llevadera para mantenerme, disculpe la expresión, dopado de la realidad que se vivía”.

Inspirado en Mike Tayson y en boxeadores colombianos como Miguel “el Happy” Lora y Antonio Cervantes “Kid Pambelé”, inició la intrépida aventura del boxeo con el que ha podido vencer al dolor por más de 17 años, en el ring y fuera de él. “Ellos me inspiraron, sobre todo porque en ellos veía las ganas de salir adelante para poder sacar a mi familia de esta región”, cuenta Jovanys al tiempo que recuerda sus primeros entrenamientos: “En esa época que era deportista –dice– me levantaba a las cuatro de la mañana a entrenar por las fincas, por las carreteras, y muchas veces me caía, y cuando iba a mirar me había tropezado con un cadáver”, dice. Por fortuna fue becado gracias a la intervención del rector de la escuela. Se trasladó a Apartadó, donde hizo del Internado Hogar del Campesino su casa.

Mientras tanto el conflicto cosechaba en toda la región. Pero, ¿qué pueden hacer las personas cuando esto se vuelve cotidiano? ¿huir? ¿quedarse? Los Mena Mosquera prefirieron la segunda opción, que debió ser la primera y la única. Gracias a un préstamo compraron casa en el corregimiento Zungo Embarcadero de Carepa. “Otra vez en la escuela, nos tocaba ir desde Zungo, a las cuatro de la madrugada, y en diferentes ocasiones vimos cómo paraban los camiones y cómo los grupos al margen de la ley, con lista en mano, acribillaban a las personas”.

Hasta ese momento, la familia Mena Mosquera vivía una situación similar a la de otras familias que padecían indirectamente el conflicto. Pero esto cambió cuando José Luis, el hermano mayor, ingresó al Ejército. “Desde ahí empezó la catástrofe en mi familia. Yo ya no pude volver a visitar a mis padres en la vereda, porque supuestamente mi hermano había ido a prestar servicio militar”.

Cuando el hijo mayor de esta estirpe chocoana terminó su tránsito por las armas, al parecer la normalidad retornó: “Él se vino a Apartadó y mis padres alquilaron casa en Carepa”. Incluso, cuenta Jovanys, que él boxeó con José Luis en algunas ocasiones en las que demostró que también tenía talento para defenderse en las cuerdas. Su relación fraternal había superado la elemental asociación genealógica y filial: eran amigos. “Me gustaba salir con él a muchos lugares, pues me sentía protegido porque él era de una contextura robusta, inspiraba respeto, pero también una profunda ternura”.

Por esos años, Jovanys seguía derribando competidores. Ya había sido campeón nacional cinco veces y, antes de enfrentarse al peor de sus rivales, era considerado el mejor deportista en la región de Urabá. Gracias a su dedicación integró la selección de Antioquia y luego, la selección Nacional. El boxeo lo formó y, como él mismo dice, lo hizo mejor persona; tanto así que atribuye a este deporte el poder de un bálsamo que cura el alma, razón que también responde el por qué en la región de Urabá los muchachos son buenos en esa disciplina deportiva. “Teníamos mucha rabia por dentro y teníamos que golpear algo. Y qué más sano que ir a golpear un saco, entrenar, prepararse, porque además de la parte deportiva está la parte de respeto al prójimo, el respeto a las decisiones y a las reglas”.

Pero el sábado 12 de agosto de 1995, un gancho letal y despiadado subió desde el infierno y lo derribó: los que llamaban “traidor” a José Luis fueron a matarlo y a sentenciar a toda esta familia para que se fuera de Urabá. La muerte de su hermano lo tiró a la esquina del peor cuadrilátero de su vida: el de la impotencia y el dolor. Ahí estaba él, solo sostenido por las cuerdas o mejor de los lazos de amor fraternal hacia José Luis; el mismo con quien, siendo niños, esperaban a que todos en la mesa terminaran y a que su madre guardara la comida de la cena para ir a saquearla toda, aun a riesgo de que al enterarse, el castigo de doña Mirna no se hiciera esperar.

Esa noche no hubo árbitro, jueces, ni campanas. Solo la muerte golpeando duro y dejando preguntas: ¿Por qué aquello que debe causar felicidad termina dejándonos tristes? Ese mismo sábado, Jovanys llegaba de Cartagena con el título de campeón nacional de boxeo en la categoría juvenil: “Me duché y me fui a dar vueltas con unos compañeros en el parque. Salí como a las seis y media de la tarde del hogar, cuando me dijeron que a mi hermano lo habían matado”.

Esa misma noche, en que el cielo estiró sobre Apartadó su manto fúnebre, enterraron a José Luis y huyeron nuevamente hacia el Chocó, sin que Jovanys pudiera ver el rostro por última vez de su gigante hermano, de su cómplice de travesuras, de su amigo. Sola quedó también la casa en Carepa, porque Jovanys, a pesar de que decidió quedarse, siguió pernoctando en el Hogar juvenil Campesino. “Yo me quedé aquí. Claro que por resultados deportivos me mandaron para Medellín. Hice cursos de locución, expresión oral positiva y fui maestro de ceremonia hasta que pude estudiar Técnica en Comunicación Social, en la Academia de Expresión La Palabra. Después complementé con la parte deportiva: estuve en dos selecciones preolímpicas y empecé a visitar otras culturas”, comenta.

A pesar de perder a José Luis, el round más duro en el combate de su vida, la campana nunca anunció su fatídico final. No pudo la muerte llegar a diez en su conteo, cuando Jovanys se levantó, y con más ímpetu continuó en el boxeo hasta cumplir 17 años, noqueando rivales, soportando golpes y raspaduras, sin perder nunca un sueño: regresar a Urabá y aportar sus conocimientos e ideas para salvar a los jóvenes de la región. “A los jóvenes nos tocaba elegir entre el camino del rencor y el de la esperanza; muchos se metieron al canto, otros al deporte como yo”.

Motivado por esto se subió a un ring por última vez, en junio de 2002, en la ciudad de Pasto; luego se dedicó a entrenar jóvenes en Envigado. No obstante, algo faltaba. Pensó que la solución estaba en hacer eventos deportivos en Apartadó; entonces llevó a grandes boxeadores de Estados Unidos, sin completar sus expectativas. “Hacía lo que hace cualquier empresario, pero no llegaba a la población objetivo, en la que estaban los niños, que por situaciones de desplazamiento y pobreza no podían acceder a esos sitios”.

Se bajó del cuadrilátero para iniciar una bonita historia. Empezó a trabajar en programas sociales para brindar orientación a los jóvenes y ayudar a evitar que cayeran en el abandono. Para estos fines buscó apoyo del Estado y del sector privado. De un momento a otro, el excampeón suramericano y nacional de boxeo decidió dedicar sus días a salvar jóvenes de las fauces del conflicto.

En este contexto nació Recreando Urabá, una fundación que contribuye a que los jóvenes encuentren mejores opciones de vida. Allí, Jovanys Mena lidera actividades sociales y deportivas en los 14 municipios que conforman el Urabá antioqueño. “A mí me motivaron muchas cosas, pero en especial el poder superar las secuelas irreparables que dejó la violencia aquí en la región, sobre todo a los niños y a los jóvenes que tuvieron que criarse sin el papá o sin los hermanos”. Mientras nos cuenta la historia de la fundación, tararea el himno:

Emoción, más educación, con motivación:
Más que una fundación, es por mi región,
Oye esta canción, con recreación,
Más que una fundación.

En Recreando Urabá se recuperan espacios de tejido social. Actualmente, trabaja con seis líneas de atención, de acuerdo con las necesidades de la comunidad: deporte, recreación, cultura, medio ambiente, salud y belleza. Allí llegan niños y jóvenes que pueden divertirse, y, lo mejor, también se integran los padres. “Queremos que Recreando Urabá sea en el 2020 una de las fundaciones que más aporte a la reconstrucción del tejido social en la que los jóvenes le digan NO a la violencia”, asegura Jovanys que sigue tarareando la canción:

Vamos recreando Urabá,
Muchachos ven acá,
Ven a participar:
¡LUCHEMOS POR LA PAZ!

Como todo tiene una motivación en la vida, la de este joven de 36 años es una especie de recompensa por lo que una vez hicieron con él, pues considera que si no hubiese sido por el deporte tal vez no estaría contando esta historia, y su nombre solo aparecería en los millones de epitafios que ha dejado el conflicto en Colombia. “De alguna manera estoy contribuyendo a eso que a mí me salvó en épocas pasadas”, afirma.

Poco a poco el grupo fue creciendo, y gracias a la aceptación, empezaron a conquistar otros lugares. Con una estrategia clara de no pelear con la delincuencia y, en cambio, aportar a la paz, la Fundación Recreando Urabá se dedica a entregar un mensaje de esperanza que ha tenido el apoyo de pastorales, psicólogos, profesionales de diferentes áreas y la fuerza pública.

Pa’ que la maldad se corte,
Mi reporte, y es que no soy un resorte,
Y esto es fuerte, y con música y deporte como mente,
Esto disminuye muertes…

Un evento le cuesta a la Fundación alrededor de cinco millones, dinero que Jovanys consigue a toda costa visitando el comercio entero. “Estas actividades sociales sí me satisfacen porque estoy haciendo lo que quise hacer siempre, y sé que con el apoyo del Estado podremos hacer mucho más”. En la actualidad, Recreando Urabá realiza jornadas hasta con 60 odontólogos y con un mínimo de 200 personas, entre artistas y profesionales de distintas áreas. Sus actividades se han realizado cada quince días, pero la meta es poder hacerlo cada ocho días.

Con el pueblo,
En pro del desarrollo,
Con tu apoyo, los chicos salen del boyo,
No me atollo. En esto me desenrollo…

Hoy, con 36 años, Jovanys ve realizado parte de su sueño. A diferencia de otros tiempos, ahora en la región de Urabá se está viviendo un panorama de tranquilidad: los niños salen sin tanto temor y los habitantes anhelan que continúe así para que los vientos que golpean las casas solo sean aquellos provenientes del mar Pacífico.

Ya verá, ríe la comunidad de Urabá para conocerla más,
Conexión, vida y recreación,
La función: levantar esta región.
Pico y placa: ahora que esto se destaca,
Y sin plata cada loro en su estaca…

A veces Jovanys deja de lado este arduo trabajo, entonces prende su portátil y se dedica a jugar Solitario o se va a una cancha a jugar baloncesto. Sueña con tener un hijo y un buen hogar. “Quiero tener una vejez tranquila y que la Fundación esté en otros departamentos; que sea la comunidad la dueña de estos espacios, que cada habitante se adueñe de ella”.

Con razón se creó esta Fundación,
Con eventos, el pueblo está muy contento,
Restricción: no se permite licor,
Con salud llevando a la juventud que con Jesús Urabá tiene su luz…

Después de su carrera en el boxeo, después de acariciar los triunfos, después de huir, de volver, de soñar y llorar con la misma fuerza, Jovanys sigue su paso, se encuentra con un amigo por las empolvadas calles de Nueva Colonia (corregimiento de Turbo), lo abraza: es un abrazo sincero. Tomamos el microbús que nos llevará otra vez a Apartadó. Ahora él en el costado derecho del carro y yo, viéndolo de reojo. Sonríe. A pesar de que en el ring soportó muchos golpes, el boxeo lo salvó de otros que lo estaban matando.