Diciembre 29 2021 - Ataco - Tolima
Por: Willyam Peña Gutiérrez
La despedida del año 2003 fue igualmente la despedida de toda una vida de trabajo para más de 800 familias de siete veredas del oriente de Ataco en el Tolima. Era la época de la guerra entre paramilitares (Autodefensas del Bloque Tolima) y la guerrilla de las Farc. En lugares como las veredas Balsillas, Santa Rita, Canoas San Roque y Canoas la Vaga, los animales domésticos, el ganado, los caballos y los cultivos de café se estaban quedando sin sus dueños. La violencia constante y los fuertes enfrentamientos provocaron temor, muertes y la ocupación de las casas por parte de los combatientes. Las fincas eran despojadas a la fuerza.
El 3 de enero de 2004, en un lugar conocido como Casa Roja, la guerrilla sentenció la suerte de las familias que se resistían a salir desplazadas: “Nos dijeron que no nos preocupáramos que solo quedaban 30 personas de la lista, dijeron que había más o menos 40 sapos; en esa reunión no éramos más de 50 personas. Nosotros pensamos entonces los sapos somos nosotros y por eso nos asustamos mucho y nos vimos obligados a salir”. Esta es la narración de una de las víctimas en uno de los procesos judiciales de restitución de tierras. Un hecho que confirma Jhon Jorge Díaz, representante legal de la Asociación de Retorno Renaciendo el Campo de Santa Rita y Balsillas: “escuchar los bombardeos y ver morir a los amigos o familiares fue muy duro”, recuerda Jhon, quien para entonces apenas era un adolescente.
En mayo del 2000, en esta misma zona habían asesinado a Nevio Fernando Serna quien para la época fungía como alcalde de Ataco, un joven político del municipio que llevaba apenas pocos meses en su cargo y que el día de su muerte estaba inspeccionando unas obras en Balsillas. El registro de personas que salieron expulsadas por el conflicto del municipio, entre 1977 y 2010, superaba las 10 mil víctimas según el antiguo Registro Único de Población Desplazada –Rupd-- que llevaba el antiguo Acción Social.
La historia
Sentado a las afueras de la antigua inspección de Policía de Balsillas, una vieja casona de zinc amarillento, paredes de bahareque descoloridas, puertas y ventanas desgastadas por el tiempo, o la carcoma, y en la que solo hay rastros de abandono e historias de guerra, Jhon comparte esos recuerdos, pero en realidad su intención es la de contar el surgimiento del trapiche comunitario, un proyecto que en un año de funcionamiento ha cambiado la economía de 100 familias de las veredas Balsillas y Santa Rita.
“El trapiche ha sido un tesoro que nos han dejado acá, ya que esto hace parte de las acciones formuladas como fortalecimiento de las organizaciones en el Plan Integral de Reparación Colectiva (PIRC), del SRC”.
Son familias que desde el 5 de diciembre de 2012 han ido retornando luego de que el Juzgado Primero Civil del Circuito Especializado en Restitución de Tierras de Ibagué profiriera el primer fallo de restitución de tierras a favor de una de las víctimas de las Farc; cuarta sentencia que se registró en el país y primera en el Tolima, decisión que a su vez permitió que en 2014 la Unidad para las Víctimas y otras entidades del Estado impulsaran junto a la comunidad el Sujeto de Reparación Colectiva SRC Ataco y siete veredas de oriente y que hoy está cerca de la etapa de cierre, alcanzado la reparación colectiva de más de 1.000 familias.
“Darle gracias a Dios que la vida ha cambiado, y que hay amigos que luego de 20 años de estar desplazados han regresado y eso es muy motivante”, anota.
Motivados por su narración, recorrimos el kilómetro que nos separaba de la planta panelera. Mientras caminamos, respiramos el aire puro de las encumbradas montañas y disfrutamos del reverdecer de los cultivos: por lo menos unas 50 hectáreas sembradas en caña en un terreno que a simple vista no es el tradicional para este cultivo por su condición geográfica, inquietud a la que Jhon responde apoyado en sus conocimientos empíricos y complementados con los fundamentos técnicos aprendidos en las capacitaciones del Sena a las que asistió con otros miembros de la comunidad como parte de los procesos de la reparación integral: “el secreto es la variación climática, acá en el día tenemos un alto calor y en la noche muy bajas temperaturas, lo que aporta a que la caña tenga un nivel de sacarosa especial”. Además nos precisa que la textura franca del suelo y el pH entre 5,5 y 7,5 permite que sea una tierra especial para producir panela orgánica sin ningún aditivo “y este es nuestro otro secreto, pues únicamente usamos el cadillo para descachazar o limpiar el guarapo”, comenta orgulloso.
Mientras avanzamos, el dulce aroma a miel nos va llevando hasta encontrar el “tesoro” de Jhon. Son cerca de las 3 de la tarde y en el trapiche o la enramada llevan 12 horas de trabajo y las labores de los 20 operarios están por terminar. El motor que mueve las masas para exprimir el jugo de la caña está apagado, el guarapo de la última cochada se cocina en cinco fondos alineados sobre la hornilla que arde a más de 1.000 grados °C alimentada por el bagazo, residuo de la caña y combustible del ardiente horno.
“Aquí generamos unos 20 empleos directos en corte y en planta. Además del empaque y lo administrativo. Todos los socios nos turnamos para moler cada día y la producción semanal es de unas 10.00 libras”, afirma, al tiempo que nos hace el recorrido por la planta y responde a la pregunta sobre cuál es el sueño que le hace falta por cumplir.
“En este momento estamos en el registro de la marca Santa Balsa, y en búsqueda del apoyo económico para la certificación orgánica porque eso nos va a permitir exportar que es nuestro gran sueño. Necesitamos 15 millones para terminar la certificación y por ahora solo tenemos 5 para los estudios de campo y poder demostrar que no estamos utilizando químicos y que tenemos las exigencias bioseguras”, agrega.
La asociatividad
El dulce sabor de la paz, se hace real y se puede evidenciar mejor al ingresar al puesto de gaveras. De un rectángulo de madera, un grupo de mujeres extraen las panelas de 2 kilogramos, las empacan en bolsas aún sin la marca, las contabilizan y quedan listas para la comercialización en los pueblos del sur del Tolima. Ellas hacen parte de la asociaciones Asamura y Asmufón que, junto a Renaciendo el Campo, lideran el proyecto impulsado por el convenio de la Embajada de Suecia, la Unidad de Restitución de Tierras y la Unidad para las Víctimas.
“Estamos motivados porque ha crecido la economía, aquí hay para la carne, para el mercado y hasta para la cervecita y eso que apenas llevamos un año y en medio de la pandemia”, indica Jhon, al explicar que él hoy es quien representa el proyecto, pero que las tres asociaciones tienen los mismos derechos, una igualdad, principio fundamental de una comunidad que aprendió que la paz se construye con la integración, el trabajo y la asociatividad.
El camino por recorrer
Para llegar a Balsillas recorrimos cerca de dos horas desde la cabecera municipal, más tres horas previas entre Ibagué y Ataco, municipio ubicado al sur del departamento y que en la actualidad integra junto a Chaparral, Rioblanco y Planadas la subregión PDET sur del Tolima, iniciativa del Gobierno nacional que pretende consolidar la política de paz con legalidad y que en la más reciente sesión de balance realizada en Ataco, por Emilio Archila, consejero presidencial para la Estabilización y Consolidación se destacó que la inversión total en los cuatros municipios durante los tres años del proceso ha sido el equivalente al presupuesto de 20 años de los mismos. No obstante, para llegar a Balsillas hay que cruzar una vía empinada, agreste y que en algunos pasos pareciera rechazar el paso del campero en el que viajamos. Y es esta precisamente una de las mayores dificultades que Jhon y su comunidad tienen para lograr el sueño de que la panela Santa Balsa traspase las fronteras: “No tenemos un transporte constante y eso nos dificulta la comunicación con la ciudad”, señala.
Una problemática que en parte podría quedar resuelta con el buldócer que están próximos a recibir como acción de cierre del SRC acordada con la Unidad para las Víctimas dentro de las medidas del Plan de Reparación Colectiva para beneficio de las más 1000 familias de las siete veredas “lo que nos acerca a la meta de llegar a exportar y de transformar este producto en más presentaciones”, le escuché decir a Jhon en una intervención durante la inauguración del salón comunal que les entregó la Unidad, ese mismo día que conocimos el trapiche. Un salón para reuniones construido a lado de la antigua inspección de Policía en el marco del desarrollo de plan de retornos y reubicaciones. Una obra que nos llevó hasta Balsillas y que nos permitió conocer a Jhon y su comunidad, a su tesoro y a entender mejor la frase que en medio de la búsqueda datos para complementar esta historia hallamos en un informe sobre la situación de violencia en este departamento: “Si desplazarse va más allá de perder la casa, retornar debe ir más allá de devolverla: el pedido de los campesinos del sur del Tolima.
Fin/WPG/COG