Septiembre 14 2021 - Medellín - Antioquia
Por: Vannesa Romero
¿Quién no se puso los tacones de la mamá para jugar a ser grandes? ¿O quién no se puso las corbatas del papá para jugar al oficinista? ¡Aahh! Aquellos tiempos cuando la vida era tan diferente… “a mí me encantaba ponerme los zapatos de madre y de mis hermanas, me encantaba ponerme los aretes y todo con lo que ellas se entitinaban”. Esta frase la pronuncia con una sonrisa dibujada en su rostro Isela Quintero, una antioqueña que sabe de primera mano lo que es levantarse de los duros golpes de la vida.
Nació en la tierra del cacique Cocorná, el municipio que actualmente lleva el nombre de esta figura histórica y en donde pasó los mejores momentos de su infancia, ese lugar “en donde uno crece en una familia donde solo es amor, donde todo es comprensión, donde todo es soñar para salir adelante en conjunto”.
Y en conjunto lideró acciones que beneficiaban a su gente, pero que fueron truncadas por la guerra ajena que se recrudeció en el territorio y que afectó no solo a su familia, sino a toda la comunidad porque ella ejercía un trabajo social que estaba marcando historia.
“Cuando a un líder o a un activista lo toca el conflicto armado no solamente lo toca a él, toca a todas esas personas con las que se reunía. Creo que lo más duro de esto es cómo recoge uno lo que le queda de las cenizas para volver a construir. Es como cuando uno tiene un castillo y de repente se te va destruyendo y vos vas mirando lentamente y se va cayendo. Eso mismo es cuando uno vive el conflicto armado”.
Trabajo en conjunto
Esta mujer, que se considera una soñadora de tiempo completo, tuvo que trasladarse a Medellín en busca de esa tranquilidad que le fue arrebatada. Hace parte de la Mesa Municipal de Víctimas de Medellín y ha trabajado de la mano de la Unidad para las Víctimas por el bienestar de otras mujeres que han pasado por situaciones similares. Pero su llegada no fue fácil, las adversidades de tierras ajenas la confrontaron con su esencia. “En un comienzo, cuando uno llega a una ciudad completamente extraña, completamente diferente por su cultura y sus costumbres, no es nada fácil. Uno viene con una carga, con una mochila llena de recuerdos, llena de miedos, llena de desesperanza”.
Así como para acceder a los beneficios de la Unidad para las Víctimas siempre ha habido un puente, la Mesa Municipal de Víctimas, “también hemos sido escuchados desde los otros espacios en los que hemos participado”.
En su trasegar se ha topado con mujeres que han tenido, como ella, cumplir varios papeles a la vez: padre, madre, profesor, proveedor de la casa, autoridad y confidente, solo por nombrar algunos, y ese trabajo le ha permitido conocer que tienen derechos, que tienen voz y voto en la construcción de paz y “cuando uno empieza a interlocutar con otras personas, uno entiende que tiene unos derechos, que el Estado debe repararle y restablecerlos. Entonces, creo que cuando uno va entendiendo y se va dando cuenta, empieza a hacer esa solicitud de restablecimiento de sus derechos que fueron vulnerados por el conflicto armado interno”.
Estrategias de bondad
De allí es que nace una propuesta que busca, por medio del amor y la empatía, generar conciencia en quienes no han sido tocados por la guerra. “el ponerse en los zapatos del otro, que la ciudadanía viva este conflicto directa o indirectamente. Si a una parte de la sociedad aún no le ha tocado el conflicto armado, entonces de qué forma lo entienden, de qué forma podemos ser ese apoyo a quienes nos ha tocado y que hoy todavía vivimos en el conflicto armado. Qué nos garantiza a nosotros que esto no le pueda pasar a cualquier persona”.
La propuesta “Ponte en mis Zapatos” fue implementada este año por ella y un grupo de mujeres en la plaza principal de Medellín, en donde simbólicamente generaron una sensibilización para intentar que los transeúntes entendieran por un momento qué han tenido que pasar personas como ella, “una mujer campesina, defensora de derechos humanos y que le ha tocado vivir el conflicto armado”. Por eso su mensaje es claro, y es que “hoy queremos decirle a la sociedad, invitar a una institucionalidad, a toda una comunidad a que nos pongamos en los zapatos de quienes nos ha tocado vivir esta violencia. Además, lo hemos ido trasladando a otro escenario en donde podamos ser constructores”.
“Sueño mucho y mi esperanza es dejar una historia, pero una historia en donde lo que a mí me ha tocado vivir a raíz del conflicto armado no lo tenga que volver a vivir nadie más, especialmente los jóvenes con los que trabajo, porque cuando uno no permite que le arrebaten los sueños, todo se vuelve realidad. Por eso me considero una mariposa, porque las mariposas van empezando a crecer, es un proceso lento para poder volar”, dice Isela recordando que esa semilla que está sembrando puede germinar en cada persona que lea estas líneas, que cada testigo de su historia pueda ponerse en los zapatos de las víctimas de la violencia y generar acciones de cambio para vivir en paz.
(FIN/PVR/RAM/COG)