Enero 19 2021 - Valle del Guamez - Putumayo
Con 68 años de edad, Irma Apolonia Galarza aún continúa trabajando por su comunidad; es una luchadora incansable a la que la vida le ha dejado unas cuantas lecciones de vida que hoy en día utiliza como escudo para sobreponerse a cualquier adversidad.
Lleva más de la mitad de su vida viviendo en la Inspección El Placer, del municipio Valle del Guamuez, en Putumayo. Tuvo que salir desplazada unos años, pero decidió regresar y ser parte del comité de impulso que como su misma palabra lo dice, impulsó las acciones enmarcadas en el plan de reparación colectiva con el que durante más de 7 años trabajó, junto a otros 30 líderes, hasta el final del proceso, a mediados del pasado mes de diciembre.
“Tuvimos que vivir la muerte de nuestros familiares, vecinos y líderes que trabajaban por el bien de la comunidad, pero hoy en día, gracias a Dios, hemos sobrevivido; todavía estamos vivos y queriendo recuperar todo lo que perdimos”, resalta con entusiasmo.
Asegura que junto a los demás líderes de El Placer se organizaron como comité de impulso gracias a la Unidad para las Víctimas, “que puso los ojos en nosotros para recuperarnos junto a las veredas”.
Cuenta con nostalgia como, poco a poco, con la ayuda del padre Nelson Cruz, quien durante años fue párroco del lugar, fueron recogiendo las huellas que quedaron de los difíciles momentos vividos durante la guerra, cuyo resultado es lo que hoy se conoce como el Museo de la Memoria de El Placer. “Recogimos todas las cosas que quedaron abandonadas como balas y armamento, y aquí nos queda el recuerdo de todo lo que sufrimos, de lo que pasó, pero también de que pudimos salir adelante a pesar de todo”, rememora.
Se siente feliz y orgullosa de contar que hoy en día es un verdadero gozo visitar El Placer, pues luego de ser un ‘pueblo fantasma’ ahora se puede transitar con facilidad y cualquier persona puede ingresar sin restricciones.
Le gusta enseñar a sus semejantes que no deben vivir dispersos. Dice que fue necesario decirles a todos que debían retomar como comunidad lo que tenían y vivían antes de la guerra y la necesidad de orar unidos como colectivo.
Y es que Irma siempre ha sido una mujer muy creyente. Cuenta con orgullo que lidera la parte religiosa en su comunidad y que es catequista en la iglesia. “Mi motivación más grande es creer que hay un Dios todopoderoso y que Él es el que puede todo, después de él no hay nada. Nadie puede separarnos del amor de Dios, ni del amor de la humanidad, Dios es primero”, asegura.
Irma también es toda una profesional en las labores del campo, y se dedica a recuperar los árboles maderables, a cuidar el agua y la fauna. Eso, enfatiza, la hace olvidar los problemas. Confiesa que con ese respeto por la naturaleza enseñó a sus hijos a recuperar las tierras y no abandonarlas ni destruirlas, y con algo de tristeza cuenta que vive sola con una hija de 46 años que está enferma y depende ciento por ciento de ella.
Pero pese a esta responsabilidad, a su hipertensión, a la enfermedad del corazón que padece, asegura que no se cansará de seguir trabajando por el beneficio de su comunidad.
JES/EG