Flor Alba Rojas
Florencia, Caquetá

Víctima de desplazamiento y por el homicidio de un hijo a manos de un grupo armado ilegal, encontró en la música el medio para exorcizar su tristeza.   

Flor Alba Rojas toca los cueros de una tambora, lo hace con alegría y con entusiasmo, porque sabe que cada vez que se sumerge en sus sonidos se aleja más de esa tristeza que la envolvió cuando uno de sus hijos fue asesinado por un grupo armado ilegal en Cartagena del Chairá y cuando acusada injustamente de ser informante debió desplazarse y abandonar su terruño.

Flor Alba es madre de tres hijos y descubrió que a través de la música podía contar su historia y reconciliarse con la vida, por eso toca con 18 mujeres más, que en Caquetá lograron sobrevivir a las inclemencias padecidas en la guerra y quienes hoy se desprenden del dolor a través de la vibración ancestral que produce la tambora elaborada por ellas mismas.

“Liderar las Tamboreras es una de las experiencias más bonitas que me ha dado la vida, luego de ser sobreviviente del conflicto, y gracias al acompañamiento psicosocial hemos aprendido que, pese a la huella dejada por el conflicto, hay otra oportunidad para reconciliarnos con la vida”, dice Flor Alba.

Por el valor de este rescate emocional argumenta que, “a raíz de la Ley de Víctimas que cumple nueve años, hemos tenido cambios muy significativos a favor nuestro, se ha logrado la reparación integral de varias víctimas del conflicto armado y se ha garantizado la reparación económica de muchas personas, permitiéndoles reinventarse con proyectos, obtener seguridad alimentaria y vivienda”.

Flor Alba, la hoy “Tamborera del Perdón”, luego de perder a su hijo, se radicó en Puerto Valdivia, pleno corazón de la selva. Allí vivía tranquila y no imaginaba que, pese a haberse levantado de las cenizas y convertirse en catequista de la iglesia, reconocida comerciante y además en agricultora, sería nuevamente blanco de los violentos, obligada en esta ocasión a desplazarse.

Fue acusada de ser “informante, en un acontecimiento que dejó sangre derramada, amenazas y zozobra para los habitantes de esta población”, afirmó con un dejo de tristeza y la voz entrecortada.

Sin embargo, esta mujer valiente, le pone el corazón a lo que hace, y es capaz de sobreponerse a cualquier adversidad, ya han sido dos ocasiones en las que le ha tocado desplazarse, dejando todo a la deriva: “Lo trabajado y lo conseguido”, y ha entendido que la única salida es empezar de cero “para no perder la vida por cuenta de los violentos”.

Hoy, pese a todo asegura con vehemencia: “Uno jamás se debe dar por vencido. Y es que para nadie es un secreto que en el año 2000 los comerciantes en Caquetá eran objeto de secuestros, cobro de vacunas y extorsiones, por parte de grupos ilegales.

Desde 2009 se radicó en Florencia, la capital del Caquetá, y dirige la Asociación Mujer, Semilla y Paz, que reúne a 150 víctimas del conflicto armado con sus familias.

Reconoce el aporte integral que le ha brindado la Unidad para las Víctimas porque, según ella, le ha permitido la sanación interior especialmente a través de las tamboreras, un proyecto que mezcla la paz interior y el arte, en el que todo el grupo expresa con música y costumbres ancestrales las tragedias por las que pasaron.

Además, la sanación interior ha impulsado a que estas mujeres, pese a haberlo perdido todo, se hayan reinventado mediante el desarrollo de proyectos productivos para llevar el sustento a sus familias.

No obstante, es el ser tamborera el pilar que le ha brindado a Flor Alba y a estas mujeres, la oportunidad de redescubrirse, formando una red de apoyo para sus comunidades, permitiéndoles aportar al tejido social, a la reconciliación y al perdón, enseñando con magistral sentimiento el sentido de la resiliencia.