Doris Rivera Polo
Abril 9 2022 - Caquetá - Florencia

Las duras marcas del conflicto tienen nombre propio, como el de Doris Rivera Polo, quien ha tenido una vida azarosa desde pequeña. Ella narra su historia convencida de que a través de la oralidad ayuda a construir memoria, además de liberar cargas relacionadas con un pasado que fuerzas oscuras alteraron dramáticamente.

Es miembro de la Asociación de Sobrevivientes Víctimas de Minas Antipersonal Munición sin Explosionar y Trampas Explosivas del Caquetá “Unidos por la Vida”, organización desde la cual ayuda a prevenir que otras personas padezcan experiencias como la suya. Además, es voluntaria del sistema de acueducto que provee al sector del Timy, y también vela por la salud de personas mayores, algunas con discapacidad, incluidas víctimas del conflicto.

María Rajales, habitante del sector, no vacila en llamarla su heroína: “Ella es quien saca las citas médicas y lleva a controles a más de 30 personas, labor que realiza con un grupo de apoyo. Su bondad es tan grande que hasta contribuye con la rehabilitación de jóvenes que caen en las drogas; todo eso pese al dolor que vivió”.

Doris no solo se vio obligada a dejar la tierra que habitaba, sino que además asesinaron a su esposo. “Con lo único que salí fue con el corazón hecho pedazos y mi bebé recién nacido en los brazos”.

Un impulso por ayudar

Su labor como cuidadora inició desde muy niña cuando curaba las heridas de las personas que se cortaban o que sufrían algún accidente en la finca donde pasaba tiempo con su familia, especialmente con sus abuelos.

“Mi abuelo era amante de las actividades sociales, en especial para la gente de edad. Íbamos cada ocho días al ancianato después de recoger ropa y ayudas para los abandonados. Luego las entregábamos a las monjitas encargadas de cuidarlos. Yo iba y ayudaba a arreglarlos y también les daba sus medicamentos”.

Cuando rondaba los 15 años, Doris quedó embarazada y se fue a vivir a San José del Fragua con el padre de su hijo, el hermano de un hacendado que era 13 años mayor que ella. Allá vivieron un tiempo trabajando en un almacén de la familia de él, pero eventualmente todo cambió. En dos oportunidades, integrantes de un grupo armado le advirtieron que se fuera, pero él no hizo caso y no quiso ceder. “Decía, nada debo amor, nada temo, nada va a pasar”; sin embargo, un 11 de agosto, hace 20 años, lo mataron en una platanera saliendo de la casa.  

A ella le dijeron que no querían verla más en esa zona, por lo que no tuvo más remedio que buscar refugio entre Florencia y la inspección de San Antonio de Getuchá, en Milán, donde una curandera le dio trabajo cerca de dos años. “La señora fumaba el tabaco, leía las cartas y resolvía problemas de amor. Entre tanto, yo ayudaba a las personas mayores que llegaban con dolencias”, cuenta con gracia indicando que fue en esas tierras donde conoció a su nueva pareja.

Lamentablemente, un mal día la desgracia volvió a presentarse cuando él se fue a traer leche y le explotó una mina antipersonal; perdió su pierna izquierda. Pasaron varios años para que su compañero lograra asimilar su situación de discapacidad. “Llegamos a Florencia donde él sufrió mucho. No quería nada del mundo, fue un procedimiento muy largo y duró como cuatro años hasta que Pastoral Social le insistió en que hiciera parte de la asociación”.

No hay triunfos sin obstáculos

Hoy en día, además de su labor social, sus tres hijos son los que concentran su atención, pues se esfuerza mucho por inculcarles valores como la honradez y la lealtad. Y esto lo logra en primera medida a través del ejemplo y el servicio, pues su vocación de cuidadora también se extiende a su familia con cinco de sus 10 hermanos, tres con problemas de discapacidad y dos más con adicciones a las drogas.

Por otro lado, junto a su pareja, construyó un nuevo proyecto conjunto de resiliencia y empoderamiento, cuya base es la lucha por concientizar sobre las consecuencias de las minas antipersonales. Él da charlas al respecto y ella usualmente lo acompaña y a veces incluso le ayuda en sus presentaciones.

Pese a toda esa carga de responsabilidades a cuestas, Doris está próxima a culminar el bachillerato en la institución educativa Juan XXIII, por lo que cuenta los días que le faltan para ingresar a la universidad.

“Cuando mi Dios no viene, manda la virgen”. Estas palabras simbolizan el temple de esta mujer, quien ha logrado recoger fortaleza de sus experiencias para ayudar a otros y confiar en un futuro mejor para su comunidad.

“Yo he aprendido mucho de las personas que cuido, como uno de mis pacientes consentidos que tuvo Alzheimer, de él aprendí a bailar salsa y a escuchar música del carnaval de Barranquilla. Lo recuerdo porque era un hombre muy decente y culto. Así es con cada uno de ellos, que mientras los acompaño me cuentan sus vidas y eso me da experiencias que jamás olvidaré”.

(Fin/NIL/RAM/COG)