Octubre 6 2021 - Ibagué - Tolima
A Cenuver Giraldo Pinto y su familia, las caletas o famosas “guacas de las Farc” los convirtieron en víctimas del conflicto. Engañados por un miembro de la familia, terminaron involucrados en la cinematográfica historia que tuvo como protagonistas a 147 militares en el año 2003.
En septiembre de ese año, luego de cinco meses del millonario descubrimiento, la espectacularidad de las versiones sobre los hallazgos de las 20 ó 30 canecas repletas de billetes de 20 y 50.000 pesos, en la antigua zona de distensión en el Caquetá, continuaba siendo titular de la prensa en Colombia.
Mientras tanto, a más 690 kilómetros de distancia de la selva colombiana, Cenuver, su papá, Josías Giraldo; su mamá, Yaneth Pinto y sus hermanos, Yeison y Mayerly trataban de sobrevivir en la otra selva: la jungla del mercado informal, del rebusque y del desempleo, lugar de acogida de miles de campesinos desplazados por la violencia. Ellos eran desplazados. Habían llegado a Bogotá, procedentes de Ataco (Tolima) cuando él tenía seis meses de nacido. Creció recogiendo cartón y vidrio de la basura y tratando de estudiar mientras su padre alternaba el reciclaje con las ventas informales. “Mi papá vendía en la calle buñuelos de chócolo y limpiones”, recuerda Cenuver.
Ya llevaban cinco años de haber engrosado las filas de miles de campesinos desplazados que se asentaban en el sur de la capital cuando los operativos de recuperación del espacio público del entonces alcalde mayor Enrique Peñalosa llevaron a Josías a conocer los lúgubres y fríos calabozos de las estaciones de policía, adonde lo conducían con frecuencia por defender su derecho al trabajo, el ùnico sustento de su familia. “Fuimos víctimas de otro desplazamiento y de discriminación por ser pobres”, agrega Cenuver.
Eran años difíciles en Bogotá. Desplazados por la autoridad, los Giraldo llegaron a Guateque (Boyacá), donde durmieron en un zarzo y en colchones de bagazo. “En el 2013, mi familia realizó 13 trasteos, y yo estudié el quinto de primaria en cuatro escuelas diferentes”.
Pero llegó una tentadora propuesta. Un tío, hermano de su padre, aseguraba haberse ganado la lotería. Con ese dinero había comprado una finca en el municipio de Machetá (Cundinamarca) y necesitaba que ellos la cuidaran. Era un terreno en el que podrían cultivar y poner fin a la mala racha. “Era el salvavidas que necesitábamos, pero lo que nunca nos imaginamos era a lo que nos íbamos a enfrentar”, relata Cenuver.
La maldición de la guaca
La tarde del 4 de septiembre el plan de Cenuver y sus hermanos, luego de cumplir con sus estudios en la escuela Cazucá Bajo, era encontrarse con su padre y esperar a que su madre, Yaneth, regresara del pueblo en donde participaba en el culto de la iglesia evangélica. La espera se hacía agradable, en una casa a orillas de la carretera y a menos de 30 metros de donde vivían. Solo los separaba el río que cruzaban en una canastilla.
La vecina era una prima, hija del “tío millonario” y hermana de uno de los 147 soldados involucrados en el sonado e investigado caso de la guaca del Caguán, hecho que “nosotros sí sabíamos, pero nada más”.
En la casa de la prima tomaban tinto y disfrutaban de juegos y de una tertulia mientras la tarde iba cayendo y con la noche llegó lo inesperado. “Siendo casi las 7 de la noche vimos entrar a dos hombres armados, uno gordo y grande con una pañoleta azul en la cabeza y el otro con una cortada en la cara. ‘Quietos… todos al piso con las manos en la cabeza”, fue la orden.
El tiempo se detuvo para Cenuver. A sus 11 años enfrentó el más dramático episodio de violencia de su vida. Sus manos se entrecruzaron en la cabeza, mientras su escuálido cuerpo temblaba de miedo en el piso al escuchar las amenazas de sus victimarios. “Decían que eran de la guerrilla, que nos iban a reclutar, pero a mi mamá, que llegó en ese momento, otro hombre la tomó por la cintura y le dijo que eran paramilitares; todo era confusión y terror”.
Amarrados y separados por cada rincón de la casa, lo que sobrevino fueron interminables horas de abusos y maltratos. A Josías y Carmelo, esposo de la prima, los torturaron para que hablaran. Cavaron y buscaron debajo de las piedras mientras preguntaban por la plata. Afuera de la casa había más de 30 hombres que empezaron a llevarse a los adultos. “Escuché a mi padre decirle a mi mamá: ‘hasta luego mijita, Dios me la bendiga’. Mi padre se despidió porque pensó que lo iban a matar cundo lo sacaron de donde estábamos nosotros; a ellos se los llevaron y sobre las 11 de la noche escuchamos tres tiros. Con el amanecer nos dimos cuenta de que el muerto era Carmelo”, explica.
“Lo que buscaban era una caleta que supuestamente guardaba mi primo el exmilitar que había estado entre los 147 militares de la famosa guaca del Caguán. Nosotros sabíamos de la guaca, pero por las noticias. No teníamos ni idea que nos habían engañado para que cuidáramos esa plata que nuestro primo y tío al parecer guardaban en la finca”, afirma Cenuver.
Con el día llegó la calma, pero el dolor y el temor se acrecentaron. A Carmelo lo hallaron a la orilla del río con signos de tortura. De su esposa habían abusado sexualmente. Las casas, tanto en la que se encontraban como la de donde residían fueron saqueadas, semidestruidas. El botín que buscaban al parecer no fue encontrado y la guaca continuó siendo un misterio que por el momento se agrega a otro mal capítulo en la vida de Cenuver y su familia. La historia de la Guaca, años más tarde sería fuente de inspiración de la película “Soñar no cuesta nada”, dirigida por Rodrigo Triana y escrita por Jörg Hill en el año 2006.
La película de su vida
Un mes después y tras una nueva amenaza de muerte, Cenuver, sus padres y hermanos tuvieron que abandonar Machetá y afrontar otra vez al desplazamiento forzado. En esta ocasión su destino fue Algeciras, en el Huila, tierra de su bisabuela Petronila, más cerca del Caquetá. En Algeciras siguió sus estudios y luego, en Pitalito, terminó el bachillerato, en medio la violencia guerrillera.
A los 17 años se fue para Ibagué a emprender el sueño de ser profesional y cambiar lo que hasta entonces parecía ser su destino: vivir huyendo por la guerra. “Cada vez que mi madre me llamaba le decía que estaba muy bien, a pesar de que solo comiera en ocasiones un salpicón al día”, recuerda.
En medio de la falta de recursos y la discriminación, se graduó de comunicador social y periodista en la Universidad de Tolima. “Estudié comunicación porque para entonces vi que era la manera de acercarme a la literatura”. Continuó preparándose: se especializó en Derechos Humanos y Competencias Ciudadanas, además realizó un técnico en artes escénicas y hoy está muy cerca de terminar una maestría en dramaturgia.
A sus 29 años es un joven soñador. Escribe con pasión y no en vano en el año 2016 fue el ganador del segundo concurso nacional de cuento convocado por el Ministerio de Educación y RCN televisión. “El gorro de mi abuela”, fue el título del escrito en el que hace un relato sobre la transexualidad de una abuela en la selva.
La escritura y el teatro son su pasión y el medio por el que asegura espera visibilizar y sensibilizar al mundo sobre la tragedia de la guerra en Colombia. Entre sus metas está escribir y dirigir su propia película inspirada en las vivencias de su familia y sobre todo en honor a su padre: “Las tragedias de José”, así espera titularla.
“Poder encontrar historias para que la gente sepa la verdad, para que el mundo sea cada vez más humano, para que tengamos sensibilidad, que creo es lo que la falta a la humanidad”.
En ese camino está dando pasos agigantados, en Ibagué y en Neiva funciona su grupo de teatro Art- Quimia y también su grupo de baile, otra de sus pasiones, que dejó en evidencia cuando participó en el programa Colombia tiene talento, en el 2012, con el grupo de bailarines en tacones. En teatro trabaja con jóvenes víctimas de la violencia, con los que procura representar historias con temáticas sobre la guerra en Colombia, obras en su mayoría escritas como un relato de sus “empeliculadas” experiencias.
Las adversidades como motor de vida
Nacido en el campo y formado con valores de una familia cristiana y conservadora, enfrentar su sexualidad, a la que denomina diversa, ha sido otro de sus desafíos. “La sexualidad no lo define a usted como persona, lo que le digo a mis padres es que ser homosexual no lo hace a usted mala persona, como ser evangélico no lo hace buena persona”.
Es un convencido de que, con el cine, el baile y la literatura podrá vencer la violencia, la pobreza y la discriminación sexual, barreras que en su vida se convirtieron en un reto a superar y en la musa de sus creaciones. “No soy muy romántico, soy más bien pesimista en lo que escribo. Me gusta la tragedia porque nos hace sentir, nos hace sensibles”.
Alegre, talentoso, soñador, amante del TikTok como herramienta de expresión vanguardista, Cenuver representa a la comunidad LGTBI en la Mesas de Participación Efectiva de Victimas en Ibagué, una dignidad que aprovecha para defender sus derechos y desde donde quiere dejar un legado, a su estilo, y a su vez un contundente mensaje: “tenemos que perdonar, reconocer que hubo una realidad dolorosa, pero pasar la página y dedicarnos a construir, porque con tantos años de destrucción, hay muchas generaciones que no han podido disfrutar de este país”.
Fin/WPG