Dagua - Valle del Cauca
Esta mujer es víctima del conflicto armado del municipio de Dagua, Valle, donde hoy se destaca como lideresa y emprendedora. Su vida es un ejemplo de resiliencia.
Por: Luz Jenny Aguirre.
Una vaca. Una vaca hizo la diferencia. La diferencia entre la crisis y la esperanza. Entre quedarse quieta y moverse. Entre esperar que algo mágico pasara y hacerlo pasar.
En palabras llanas, Broniz Pérez ha vivido de todo. Le pasaron todas las cosas horribles que usted se pueda imaginar cuando el conflicto armado era el pan de cada día en las montañas del Valle del Cauca. Y también, en términos claros, Broniz encarna el espíritu asombrosamente guerrero de las mujeres que son mucho más grandes que las adversidades.
Antes de llegar al asunto de la vaca, contaremos que en una noche de esas frías de El Queremal (Dagua), en febrero del 2020, la guerrilla llegó arrasando y con eso se llevó por delante la vida de Broniz.
“Eran las 8:45 p.m. y ya nos habíamos acostado, cuando escuchamos esa bulla y era la guerrilla. Yo me levanté primero. Cogieron a mi esposo y preguntaron que cuántos hombres más había (yo tenía un niño de 12 y otro de 7). Dije que ninguno. Cuando el niño de 12 se levantó, lo vieron y me insultaron y dijeron que también se lo llevaban”, relata.
Así en pijama, los metieron al monte y los desaparecieron por siete largos, eternos, interminables días. A Broniz, a su hija de 14 años y a otra joven, mientras tanto, las sometieron a abusos de toda índole, las obligaron a cocinar y produjeron en ellas heridas muy profundas en su dignidad y memoria.
Al cabo de los siete días aparecieron el esposo y el hijo, quienes pudieron “volarse” en medio de un enfrentamiento y quienes fueron forzados durante ese tiempo a trabajos duros, a abrir trochas y a cargar armamento y mercados.
La vida, la que ella había conocido y construido, ya estaba hecha pedazos en ese momento.
Después vino el desplazamiento y la pérdida de todo lo material que habían construido.
Cargó por algún tiempo con el secreto de lo ocurrido con ella en aquella irrupción de la guerrilla y eso casi le cuesta su matrimonio, pues el dolor y la vergüenza la mantenían muy lejos de su esposo. Un esposo, pide ella que no se omita este detalle, maravilloso. Un marido que años atrás había cambiado su vida con una segunda oportunidad para el amor, pues la guerrilla la había dejado viuda en 1991, con tres hijos para criar. “Ellos se han ensañado conmigo”.
“Él me ayudó a criar a los hijos y les dio estudio. Y con esto que nos pasó, que fue tan duro, cuando ya le pude contar, me dijo: ‘Amor, tú no tuviste la culpa de lo que pasó, eres una mujer íntegra, te amo, vamos a salir adelante’. Eso me ayudó muchísimo, yo lo adoro”, dice.
En ceros
Broniz cuenta que en situación de desplazamiento y “en ceros”, porque todo lo perdió, pidió una ayuda humanitaria al Gobierno y una vez se la dieron, la guardó. Tenía algo en mente. Así que sobrevivió como pudo durante un tiempo y esos $1.2 millones los juntó con otra ayuda humanitaria que le llegó a los meses, por el mismo valor, “sumando a eso lo de unos pollos que estaba criando”. Y así llegó la vaca.
“Esa vaca me daba 36 botellas de leche diarias. Ya con esa fui guardando, y hemos llegado a tener hasta 25 vacas. Después llegó una ONG española y nos dio 50 pollos y el alimento. Y le decía a la gente: hagámosle, no se desmotiven que esto es para largo plazo, es un proyecto de vida. Y con esos pollos compré luego 100 y luego 200. Y luego compré mi lote. Hoy tengo mi casa en El Queremal”, relata.
Broniz cuenta que recibió también ayuda psicológica a través de profesionales de la Unidad para las Víctimas y que eso la ayudó a dar pasos hacia delante, a dejar de pensar “en las heridas y golpes, porque si no nunca hubiera avanzado; esa ayuda de gente tan linda como esa psicóloga, llamada Pilar, siempre la voy a tener en mi corazón”.
El trabajo de esta mujer no ha sido exclusivo para su familia. Es reconocida hoy como una de las lideresas de su territorio, del sujeto de reparación colectiva de Dagua, que agrupa a 9 veredas.
“Se han hecho visitas a las escuelas, a los sitios que fueron afectados. Están en la construcción del Plan Integral de Reparación Colectiva (Pirc), para que nos lo aprueben. Se han pedido cosas grandes para la comunidad: para donde yo vivía no había transporte, se pidió el transporte, se pidió la recuperación de las escuelas, porque el Estado construye lo que se dañó, no lo que no se ha dañado, en esto estamos”.
Hace pocos días, esta mujer recibió su indemnización administrativa, como parte de sus medidas de reparación. Y si bien sabe que “nadie se hace millonario con esto ni se repara el dolor vivido”, tiene la misma fe que tuvo en el momento en el que pensó en comprar la primera vaca que la sacó de la crisis.
“Esto funciona como una cadena; con esto puedo comprar unas vacas más y no solo me beneficio yo, sino más gente, porque más personas dependen de este negocio y así nos ayudamos entre todos. Yo digo que el hecho es uno querer, proyectarse y no dejarnos caer por todas las adversidades. De que se puede, se puede”.