Andrés Salazar
Tolú

La camaradería es, coinciden los hombres de guerra, la ofrenda más elevada que se ofrecen los militares en el frente de batalla.

Ese día, el soldado Salazar puso su vida en riesgo dos veces para salvar la de su compañero Julio. Lo hizo instintivamente, con arrojo de fiera y a la vez con sangre helada. El corazón bombeaba a mil y no había espacio en su mente para dudas. Lo hizo cuando los demás vacilaron por el miedo a perder y, a pesar de que al final de la jornada su cuerpo salió muy mal librado, asegura que ese día fue tocado por la divinidad.

Todo empezó temprano. “Al que madruga Dios le ayuda” ha sido una de las apuestas de su agitada vida. A las 10 de la mañana del 22 de febrero de 2004, Tolú, como le decían sus lanzas del escuadrón con el que patrullaba los Montes de María en busca de milicianos de los frentes 35 y 37 de las FARC, tenía una babilla amarrada a un palo y medio balde de mojarritas como botín que probaba, en El Playoncito, un área a mitad de camino entre el Salado y Zambrano (Bolívar), su oficio a la hora de cazar y pescar y su recia voluntad para despertarse antes de la salida del sol.