Alba Lucero Londoño
Pereira

“Yo lo perdí todo en los Llanos Orientales. Inicialmente llegué desplazada a Manizales en el año 2016, pero justo antes de esa salida de los Llanos me di cuenta de que la ahuyama se perdía. En esos días de desesperación por lo que me había sucedido, encontré unas a borde de carretera y Dios me iluminó para inventarme un producto. Al principio me salió como un flan de ahuyama y terminó siendo una especie de arepa, con bocadillo y queso”, comenta Alba.

Esta mujer lo perdió todo, porque el negocio de abarrotes que tenía en Vista Hermosa se lo quemaron por no pagarles la “vacuna” a los grupos armados. De todo lo que tenía solo le quedó una pequeña sartén de teflón. Tres días después, entró a la cocina aún envuelta en hollín y con una ahuyama en la mano, se inventó una torta sin esencia y sin polvo, el producto final fue una arepa artesanal. “Ahí dije, sin pensarlo, que eso no era para comer si no para vender y empecé el negocio, lo vendía a la base de policía en Puerto Concordia, ellos me conocían por lo que había pasado y me cogieron aprecio, también me apoyaron mercado y allí fue donde arrancó todo el tema de las arepas”, recuerda.

Por el temor de seguir viviendo en Puerto Concordia, porque quedaba muy cerca de Vista Hermosa, sitio donde tuvo lugar el peor día de su vida, y tratando de tener una mayor tranquilidad junto a sus cuatro hijos, Alba viajó rumbo a la ciudad de Manizales luego que su hermana le brindara posada, allí comenzó una nueva lucha, eso sí, con la esperanza firme de poder tener un mayor éxito con su producto.

“Nosotros llegamos como se dice popularmente con una mano atrás y la otra adelante, una colchoneta y llenos de ilusiones. Nos instalamos donde mi hermana y de inmediato me fui a la Alcaldía, me hice anotar como desplazada y a la jornada siguiente madrugué a venderles arepas, todos quedaron gratamente sorprendidos, yo siempre tengo una frase en mi mente, ‘la actitud va camino al éxito’, y salgo con alegría a vender así tenga problemas”.

Alba es toda una guerrera de la vida que ha pasado por diferentes dificultades. Habían pasado solo días después del incendio, cuando su hijo mayor tuvo un accidente en el Ejército, pagando el servicio militar. Estas dos situaciones la llevaron a una depresión profunda, especialmente por las condiciones de su hijo, pero encontró en la venta de las arepas, una salida y una ilusión. 

“A Pereira llegué donde otra hermana, movida por una situación delicada con mi hijo que estuvo pagando servicio y tuvo un accidente con una carreta, le hicieron las atenciones iniciales, terminó de pagar servicio y luego me lo borraron del sistema, justo antes de hacer el proceso de cirugía”, cuenta Alba.

“Una vez, pasando por el centro de Pereira, vi las instalaciones de la Alcaldía, hablé con el vigilante, le dije que era desplazada que necesitaba ayuda y el vigilante me dijo que ingresara pero que no fuera a vender, le dije que listo y en el ascensor logré vender como 10 arepas”. Ese día, Alba aprovechó su paso por la Administración Municipal y buscó a la trabajadora social para mostrarle el producto. Ella le dio un beso y le dijo “esto es suyo y es grande, usted es una microempresaria y se le van a abrir las puertas que usted quiera que se le abran”, rememora Alba, con una sonrisa.

La funcionaria le dio una carta para que asistiera al SENA, en donde también la han apoyado mucho y, además de consumir sus ya famosas arepas, adelanta estudios en gastronomía, mercadeo, servicio al cliente y sistemas.

Haciendo un recorrido por su pasado, Alba recuerda que “la infancia que me tocó vivir fue muy dura, cuando solo tenía 9 años mi mamá murió y quedé con dos hermanitas pequeñas, mi papá nos crio y fue un gran padre hasta que también se nos fue a descansar estando muy joven. En adelante tuve una juventud loca y comencé como madre muy rápido, ahora tengo cuatro hijos, los dos primeros de un papá (Wilder 22 años y Miguel 21 años), otro que nació en Anserma, Caldas  (Andrés 17 años) y el último un llanero de 6 añitos (Jhojan)”.

A pesar de todo lo sucedido, ella sigue con sus sueños intactos, sueña con que sus hijos salgan adelante, que se puedan graduar y lleguen a ser profesionales, quiere ayudarlos para salir adelante. Con las arepas, se ve con una microempresa brindándoles oportunidades a madres cabeza de hogar, gente que ha pasado por dificultades como ella y que no ha tenido la vida fácil. “Yo sé lo difícil que es conseguir un trabajo, yo por lo menos me defiendo con las arepas que elaboro, pero hay gente que en el día no consigue nada”, dice con tristeza.

Cuenta que “la Unidad para las Víctimas es un apoyo muy grande, porque uno llega y tiene la información pertinente, también me han apoyado con lo de las arepas, es bueno cuando uno llega a una parte y lo reciben como en la casa, de igual manera me están apoyando con los trámites para la libreta militar de uno de los hijos y eso es fundamental para el tema laboral”.

Para Alba, las dificultades también pueden ser puntos de partida de grandes cosas: “Ser desplazado no es ser pobre, haber perdido algo por los problemas de conflicto, por no pagar una vacuna o una extorsión es difícil, pero no es el fin del mundo, ser víctimas no es andar como un mendigo, hay gente que porque es desplazada salen en chanclas y sin bañarse, pero hay que tener amor propio y dignidad. Somos desplazados pero tenemos un corazón grande, otros dicen que como son desplazados no podemos hacer nada, pero somos gente y verracos, nos podemos dejarnos caer el mundo encima y tenemos que demostrar que podemos salir adelante, somos personas buenas”.

Alba ve su vida como una enseñanza hacia los demás y hacia sus propios hijos. Como ella, miles de mujeres desplazadas se levantan cada día con la esperanza de trabajar por un país más justo y equitativo, y en el que no se repitan más los hechos que la llevaron a ella y a su familia a salir de su tierra.

(Fin/EHB/CMC/LMY)