‘Sentí que volví a nacer’: víctima de mina antipersonal
En la Semana de la Juventud, el testimonio de Carlos Mario González, un joven de 26 años que, pese a perder una pierna por culpa de la guerra, se empeña en seguir adelante a punta de tenacidad y berraquera.
Por: César A. Marín C.
“Estábamos entrando al bosque cuando escuché una explosión que me levantó; cuando reaccioné e intenté pararme, no me encontraba la pierna izquierda, no la sentía. Me entró una angustia muy fuerte, pensaba en mi mamá y en mis hermanos, porque creía que iba a morir”.
Esa angustia es de Carlos Mario González Montiel y los hechos, que lo dejaron sin su extremidad inferior izquierda, ocurrieron en junio de 2018 cerca de Tarazá (Antioquia). Ese estallido lo convirtió en una de las cerca de 11.730 personas que han sido víctimas de minas antipersonal, munición sin estallar y artefacto explosivo improvisado en Colombia.
Carlos Mario tiene 26 años y es el quinto de diez hermanos. Su infancia transitó entre el área urbana y rural de su natal San Carlos, en Córdoba. “La niñez fue muy bonita porque a pesar de que no tenía muchos amigos, sí compartía bastante con mis hermanos; somos muy unidos, jugábamos y tuvimos tanto momentos felices como momentos tristes”.
Se agotaron la infancia, la primaria y la adolescencia, aunque quedó debiendo el bachillerato: solo le alcanzó para el noveno grado, paradójicamente cuando ya le había tomado amor al estudio.
Al cabo de algún tiempo, la situación económica de Carlos y su familia se debilitó, a lo que se sumaba una discapacidad física de su mamá. Por entonces se enteró a través de un amigo que en una finca de Tarazá necesitaban personas para trabajar en ganadería. “Nos hicieron el contacto con el administrador de la finca, hablamos con él y entonces nos fuimos dos amigos y yo, que en ese momento tenía 23 años”.
La tragedia
Llegaron al pueblo el 31 de mayo de 2018 y al otro día, primero de junio, ya estaban en la finca. Allí, Carlos Mario se dedicó principalmente a ordeñar, fumigar y lavar el ganado.
Debido a la delicada situación de orden público, les advirtieron que en esa zona había grupos armados ilegales y que solo se dedicaran a trabajar en las labores para las que los habían contratado, que evitaran hacer comentarios o generar chismes sobre lo que pasaba en la región.
Tan solo llevaba dos semanas trabajando allí cuando se encontró cara a cara con la muerte. Era el sábado 16 de junio. “Nosotros, como siempre, nos levantábamos a trabajar a las 4:30 de la mañana, y junto con un compañero éramos los encargados de ir a caballo y traer al corral el ganado para el ordeño. Estando en esas nos dimos cuenta de que un lote de novillos se había salido del predio y se había ido a una finca vecina. Nos mandaron en bestia a traer ese ganado y así lo hicimos”, recuerda.
El ganado se había escapado a causa de un broche dañado. Cuando se disponían a arreglar los alambres, se dieron cuenta de que necesitaban un par de palos para que el portillo quedara bien reforzado.
Eran alrededor de las 11:40 de la mañana. Decidieron entonces bajarse de los caballos, cruzar la carretera e ingresar al bosque que había al otro lado y cortar los palos para arreglar completamente el broche.
En ese momento, ¡bum! Carlos escuchó una explosión que lo elevó por los aires. Tras unos instantes en el suelo, pudo reaccionar e intentó ponerse de pie, pero al tratar de palparse la pierna izquierda, no la encontraba, no la sentía. La zozobra lo envolvió. Su madre y sus hermanos llenaron sus recuerdos porque creía que iba a morir.
“Mi compañero estaba en shock, él solo tenía algunas esquirlas en el cuerpo, y quedó parado como una estatua. Estaba como ido, como aturdido, no sabía qué hacer. Entonces decidí arrastrarme un poco”. Cuando iba saliendo a la carretera, pasaron dos muchachos en una moto y lo llevaron a una casa ubicada a unos 400 metros del lugar de la explosión. “Allí me di cuenta de que el pie estaba todo destrozado y que del tobillo hacia arriba tenía la pierna muy afectada. A mi compañero se lo llevaron en una moto para un puesto de salud, mientras que por mí llamaron a un carro porque estaba sangrando mucho, y en moto no me podían transportar al hospital”.
Aquel carro nunca apareció. Las personas de la casa adonde lo llevaron le pusieron un torniquete más arriba de la rodilla y, cerca de las cinco de la tarde, pasó un vehículo en el que lo subieron. Llegando al corregimiento La Caucana se encontraron con un retén del Ejército, a cuya camioneta lo pasaron para que un soldado enfermero lo canalizara y le prestara los primeros auxilios. Cuando llegaron al puesto de salud, le lavaron, limpiaron y vendaron la pierna. Al rato, en una camioneta de la Cruz Roja, lo trasladaron al hospital de Tarazá. Eran las siete de la noche. “Estoy vivo de milagro, porque desde el momento del accidente hasta llegar al hospital transcurrieron cerca de ocho horas”, dice Carlos Mario.
En el hospital lo canalizaron, le pusieron una sonda y una inyección y perdió el conocimiento. Despertó el martes siguiente en el hospital San Vicente de Paúl de Medellín.
Allí duró un mes y medio, y soportó cuatro cirugías. “La primera cirugía fue la normal para desinfectar y sanar la herida y en esa me amputaron un poco más arriba del tobillo. En vista de que la infección continuó, me hicieron una segunda cirugía y me amputaron a la altura del gemelo. Como la infección continuó, de nuevo una tercera cirugía y me amputaron desde más abajo de la rodilla y finalmente una cuarta cirugía, en la que me amputaron desde más arriba de la rodilla. De todos modos, sentí que me salvé de morir, sentí que volví a nacer”.
Carlos Mario estuvo acompañado por su hermana mayor, después de que el administrador de la finca donde trabajaba el joven le avisara a su familia del accidente y les enviara un dinero para que lo acompañaran durante su hospitalización en Medellín. En la capital antioqueña dio su declaración ante la Personería Municipal para ingresar a la ruta de reparación integral que maneja el Estado colombiano para las víctimas del conflicto armado.
De vuelta a San Carlos, a través de una amiga logró que una fundación norteamericana que trabaja con sobrevivientes de minas antipersonal le donara una prótesis. Desafortunadamente, la usó unos cinco meses y no la pudo volver a utilizar, toda vez que un hueso le creció y el dolor y la incomodidad era bastante fuerte.
Actualmente, está en trámite con su EPS para que le autoricen una prótesis con un nuevo diseño.
Del compañero con el que estaba cuando el accidente no volvió a saber nada; lo había conocido hacía pocos días. Los dos amigos con los que viajó a trabajar en la finca regresaron en diferentes momentos a San Carlos.
Llega la indemnización
A principios de mayo de este año, Carlos Mario fue contactado por la Unidad para las Víctimas para entregarle su indemnización administrativa como víctima del conflicto armado, un recurso económico que le hicieron llegar dos semanas después. Enseguida buscó en San Carlos un lote y los materiales para construir su vivienda, que calcula lleva un 60 % de avance.
Antes de desembolsar el dinero, la Unidad les brinda a los beneficiarios de la indemnización una orientación sobre la inversión adecuada de los recursos, esperando que aprovechen este ingreso para mejorar su calidad de vida, especialmente en estudio y vivienda.
“Quiero terminar mi casa para montar ahí una tienda. Creo que puede ser un buen negocio”, indica Carlos Mario, porque la casa está ubicada como a un kilómetro del casco urbano de San Carlos y por ahí no hay negocio alguno. “Sería para vivir de eso porque por mi discapacidad es difícil que me pueda desempeñar en otras labores”.
Y así avanza la vida, entre alegrías y sinsabores. “Con mis hermanos jugamos fútbol y yo les hago de arquero”, cuenta sobre su recuperación física. Sin embargo, estos días son de tristeza por el reciente fallecimiento de su madre, Delmira Rosa González Montiel, a quien recuerda como una persona de alma generosa y sentimientos bonitos.
“Creo que el haberme salvado de morir fue una bendición de Dios, hay que valorar lo que uno tiene, valorar la vida, valorar el aire que uno respira y valorar mucho a las personas que están a nuestro lado”, asegura.
Hoy, desea terminar de construir su casa, montar su negocio, finalizar el bachillerato y, ojalá, estudiar gastronomía. Una mina antipersonal se interpuso en sus sueños, pero Carlos Mario tiene la determinación suficiente para alcanzar lo que quiere y hacer que la nueva oportunidad que le dio la vida valga la pena.