Abr
25
2020

Diario de un sueño

Yeira Navarro Sánchez es una de las niñas colombianas invitadas al Centro Espacial de la NASA, en Houston, en Estados Unidos, con el objetivo de aprender, durante cinco días, ciencias, innovación, emprendimiento social, desarrollo sostenible y empoderamiento de niñas y mujeres, y poder aplicar esta experiencia en su comunidad.

Por Erick González G.

Querido diario:

Primero tengo que escribir esto por si tú te me pierdes, ya que desde este momento te estás convirtiendo en mis recuerdos de este viaje, en mi memoria, y si alguien te encuentra, con esta confesión te puede devolver.

Me llamo Yaira Navarro Sánchez, soy una de las 15 niñas que viajamos desde Colombia a esta aventura de conocer la estación espacial de la NASA en Houston, en Estados Unidos. Tengo 11 años, estoy en octavo grado en el colegio Juan Francisco Ospina, del corregimiento Santa Clara, del municipio de Fundación, en el departamento de Magdalena, y disfruto jugar fútbol, visitar a mis amigas, compartir en familia, tomar fotografías y quiero motivar a otras niñas de mi edad a luchar por sus sueños, porque en el nombre de Dios los sueños se cumplen.

Para más datos, soy hija de Hilary Sánchez, de 34 años, quien a los 14 años por culpa de la violencia tuvo que abandonar su casa en el municipio de Fundación, en el 2001, junto con mi abuela y mi tío solamente, porque a mi abuelo ya lo habían matado. Se trastearon con esos dos dolores a Valledupar donde según cuenta mi madre la vida fue difícil, que tuvieron muchas necesidades, porque nunca es fácil para un campesino tener que salir de su tierra para intentar iniciar una vida o intentar sobrevivir en la ciudad.

Estoy en Houston gracias a que mi mamá es coordinadora de la Asociación Mujeres Confeccionado Tejido Social, donde trabajan con mujeres víctimas del conflicto armado. Gracias a esa labor, la asociación se relacionó con la Fundación She is, de la directora Nadia Sánchez, quien logró hacer realidad el convenio con el centro espacial de la NASA para que 15 niñas con amor por la ciencia pudiéramos conocer sus instalaciones en un viaje de cinco días, aprender cosas para poder aplicar el conocimiento que sea posible en mi comunidad. Hasta mañana.

Querido diario:

Estoy en Houston cruzando una especie de portal entre cuatro banderas, todas como pegadas al asta, de las cuales solo se distingue la de los Estados Unidos y algo la de la NASA, creo. Para que me entiendan por qué hablo de portal es que estoy al frente del Houston Space Center, y como si estuviera en la película Toy Story, estoy a unos minutos de ir al infinito y más allá, pero antes de eso veo a mano derecha de este centro espacial de la NASA hay lo que llaman un transbordador, o sea un pequeño avión blanco con bordes negros llamado Independence, que está encima de un avión más grande que hace de mamá canguro. Dizque despegan juntos y en el aire suelta al pequeño para que se defienda solo y llegue a las estrellas.

Cruzo el portal, y lo llamo así porque me siento en otro mundo, y lo que se ve en cada rincón a donde dirijo la mirada es lo que llaman alta tecnología. Claro que desde que aterricé en el Aeropuerto Internacional de Houston estoy en otro mundo. Pero me refiero a la sensación de ingresar a una película de ciencia ficción, de esas que a veces pasan los fines de semana por televisión.

Pero antes de conocer las instalaciones nos dan una charla sobre las clases que nos van a dar sobre emprendimiento social, desarrollo sostenible, también de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas, que aquí se conocen como STEM, y de empoderamiento de niñas y mujeres; ajá chico, me siento una chica super poderosa, pero querido diario no voy a aburrirlo con esos temas. Aquí solo lo de película.

Después, como para motivarnos nos llevan a un salón dedicado al programa del transbordador espacial y a la estación espacial internacional. Por dentro parece una caja negra, donde lo más bacano es la figura de un astronauta que parece que estuviera flotando en el espacio para arreglar una estructura metálica que parece un satélite, agarrado de una sonda, una especie de manguera ancha, que está pegada a una especie de cohete cortado. Una imagen que he visto en películas.

Después nos llevan a otra parte que tiene forma de cápsula espacial, donde vemos cosas relacionadas con la prueba del proyecto Apolo-Soyuz, de 1975, el último del Programa Apolo, entre Estados Unidos y la Unión Soviética, el primer proyecto espacial realizado en conjunto por dos países.

A unos pasos de allí vemos un lugar más iluminado gracias a gigantescas fotos de satélites espaciales y de astronautas flotando dentro de una nave, pero lo más interesante se encuentra detrás de una puerta que simula lo que parece el suelo de Marte. ¡Miércole!, perdón, pero esto si no me lo creo, ahora sí estoy en otro mundo. Houston tenemos problemas, siento que no puedo respirar, me falta el aire, me estoy ahogando, bueno en realidad estoy actuando que estoy en una película y que se me acabó el aire. Bueno, quien quita estoy cerca a Hollywood, una no sabe, quien iba a creer que una niña campesina como yo iba a estar aquí en la NASA.

Hay muchas otras cosas en este centro, pero ahora lo que me motiva contar es que nos dicen que vamos a ver el transbordador que está afuera, y no lo puedo creer, ahora sí me siento como Buzz Lightyear.

Adentro, en lo que llaman fuselaje, cuyo techo está pintado de verde, hay fotos de astronautas, de las expediciones que han hecho, de planetas, de lo lejos que están y de un transbordador espacial abierto por el estómago como si le hubieran hecho una autopsia para explicar cómo funciona. Después vamos hacia la punta y podemos ver la cabina del avión, que tiene tres asientos y una cama, eso sí con una cantidad de botones y palancas en el piso, techo y paredes.

Qué tal se sentirá pilotear. Yaira, ¡quédate quieta!, no vayan a decir que soy una aviona, jajaja.

Bajamos de la nave y nos llevan a un lugar que se parece a esos lugares donde descansan los aviones en el aeropuerto Eldorado, en Bogotá. ¡Oh my God! Qué tal mi inglés, jajaja, bueno tenía que aprender algo, así fueran solo tres palabras. Pero lo que veo no es otro avión, estoy viendo un cohete espacial y es larguísimo. Es de color crema y tiene una punta rara, pero lo que más quiero ver es la parte de atrás por donde sale esa gran llamarada cuando despegan. Y eso no es todo lo bueno de ese recorrido: afuera de esta bodega hay unas réplicas pequeñas de un cohete a punto de despegar y de un transbordador. Fin de la jornada.

La entrada al espacio y a los sueños, en mi caso, comienza generalmente debajo de unas cobijas; sin embargo, la vida me ha traído a un espacio de ensueño o a soñar con el espacio, lo que para mí es la misma cosa y no precisamente metida entre las cobijas, aunque allí se originó todo. Querido diario me ha cogido el sueño.

Yeira sueña que es una astronauta en la NASA y no sabe al despertar si es una niña que sueña con ser una astronauta o si es una astronauta que está soñando que es Yeira, una niña de once años, que en el corregimiento de Santa Clara escribe en su diario su sueño en la NASA.

(Fin/EGG/CMC)