Abr
04
2022

“Pude haber salvado mi pierna”: Víctor Cruz

En el Día internacional de sensibilización contra las minas antipersonal, el testimonio de Víctor Cruz, exsoldado víctima de estos artefactos explosivos durante una emboscada de las Farc cuando su tropa realizaba una misión en el Guainía.

Bogotá, D.C.Bogotá, D.C.

Por Erick González G.

Un día cualquiera en la Fundación Enfermeros Militares, dedicada a capacitar personal de salud en medicina de guerra, Víctor Cruz enseña cómo responder ante una situación de emergencia ocasionada por una mina antipersonal. Su propósito: evitar la tragedia que vivió en la selva del Guainía, en una misión especial del Batallón Infantería de Selva Próspero Pinzón, hace siete años.  

Cada palabra, cada indicación, cada ejercicio conlleva su trauma, físico no psíquico, en el que casi pasa de victimizado a victimado. Su trauma sufrido a los 23 años es el gancho para tramar con su trama personal a los estudiantes. 

6 de octubre del 2015. 8:00 de la noche.

“Salimos de la base en Barranco Minas hasta un punto donde las lanchas estaban, pero no prendían. Nos recogió un buque de la Armada, que nos subió hasta cierto punto del río Guaviare, en un lugar llamado “La Ye”, en el que se une con el río Inírida, donde nos encontraríamos con el supuesto guía que nos tenía la información sobre el hombre más importante luego del que manejaba las finanzas del frente 44 de las Farc que operaba en la región”.

Días atrás, en su penúltima misión, gracias al personal de inteligencia habían capturado al hombre de las finanzas de ese frente, que estaba custodiado por cinco escoltas y trasladaba un cargamento de armas hacia su escuela de entrenamiento. Decomisaron, además, su computador personal y un cuaderno. En el cuaderno estaban todas las finanzas del grupo; en el computador, todo el seguimiento que les estaban haciendo a la tropa: nombres de los soldados y de sus familiares, números telefónicos de los soldados y de sus familiares; todos chuzados y fichados. Esa información la llevaba para la base del frente 44, con el fin de saber qué iban a hacer con esos datos.

“Desembarcamos en un lugar complicado. Caminamos día y noche con el agua al cuello hasta llegar a cierto punto lodoso. Cruzar el río tiene sus riesgos porque a un compañero lo había electrocutado una anguila, y dependiendo del lugar había que tener cuidado con las pirañas”.

Detectaban estos peces carnívoros al momento de pescar. Cruzar el río en esas condiciones obligaba a pasar sin un corte, sin un rasguño. Quien tuviera alguna herida debía taparla muy bien, aunque era preferible buscar otro trayecto. Pero si apremiaba el tiempo, un experto cruzaba una soga de árbol a árbol para que atravesaran colgando de las cuerdas. Nunca nadie fue atacado por pirañas ni por caimanes.

“El pelotón completo llegó al punto acordado. En un caserío nos encontramos con la persona que nos llevaría adonde estaba el segundo a bordo del frente 44 para atraparlo”.

7 de octubre

“A las cuatro de la mañana nos dirigimos caminando al sitio del encuentro. A las diez hicimos un alto para descansar y alimentarnos con la ración de pan con lecherita o con el tamal que llevábamos en una bolsa y agua, y eso era todo. La ración dependía de los días de la misión; estaba calculada para ocho días, tiempo para capturar al objetivo, esperar al otro personal del batallón para trasladarlo, aguardar al helicóptero que nos llevaría al lugar donde desembarcamos y allí esperar al buque de la Armada”.

Dependiendo de la orden que dieran al pelotón se le daba de baja al objetivo o se le capturaba. Las operaciones de acción directa eran preferibles en la noche para encontrarlos durmiendo. Si en la operación se encontraban laboratorios para el procesamiento de droga, los insumos y el producto se incautaban y esperaban a la Fiscalía y al CTI, entidades encargadas de destruir el material incautado.

8 de octubre

“Hacia las dos de la tarde faltaban 400 o 500 metros para sorprender al enemigo. Por las difíciles condiciones significaba un día para llegar, así que nos detuvimos y nos organizamos allí para decidir cómo íbamos a entrar. A las seis de la tarde nos movimos, y el informante dijo que nos guiaba al lugar donde encontraríamos al objetivo y se ubicó en la punta del pelotón. Pero hacia las siete de la noche, en una parte boscosa, que por lo frondosa dificultaba la visión, el guía se perdió y luego la guerrilla nos emboscó. Eso nos pasó por confiar en una persona con la que no habíamos trabajado antes, a diferencia de la información que siempre recibíamos de personal de Ejército que se infiltraba”.

El pelotón se dividió para permanecer unido. Una parte respondió el ataque; la otra, en donde estaba Víctor, se replegó en busca de un refugio. Preferible abaleado, pero no baleado.   

8 de la noche.

“Al momento de retirarnos fuimos a una hondonada para protegernos con los árboles, y al acercarme a uno lastimosamente vuelo por los aires. No quedé inconsciente, pero sí aturdido. Los compañeros también, aunque fui el único afectado físicamente”. 

—Crucito, Crucito, no se nos vaya… Crucito, ¿está bien? —gritaban sus otros compañeros.

Pero él no respondía. 

“Cerca había otro pelotón que gracias a Dios nos ayudó porque nos hubieran matado a todos. Con la llegada del otro pelotón pudieron detenerme el sangrado con un torniquete”. 

Los helicópteros de la Fuerza Aérea no podían llegar porque había mal tiempo, por lo que le tocó pasar la noche a punta de tramadol para el dolor. Permaneció aferrado a su fusil, tal vez por el instinto de supervivencia, y tal vez por ese instinto no se palpó las piernas.

9 al 13 de octubre en la jungla

“Al otro día, hacia las ocho de la mañana, nos dijeron que los helicópteros tampoco podían llegar por mal tiempo y por presencia enemiga”. 

El tercer y cuarto día fueron una fotocopia del ocho de octubre: dolor, lluvia y sin posibilidades de extracción por presencia enemiga. Ante las malas noticias, el pelotón quería regresarse, pero no lo hacía para evitar una infección en su pierna por lo anegado de la zona, además de otro inconveniente: el buque no podía regresar a recogerlos.

“El tramadol no me hacía efecto y me estaba debilitando porque no podía comer nada. Finalmente llegó un Black Hawk del Ejército y me recogió”.

Primero lo sacaron a Villavicencio, donde le colocaron una férula, pero, al no tener los equipos adecuados para su operación, lo trasladaron a Bogotá, donde se convirtió en uno de los 6.008 miembros del Ejército y uno de los 6.774 miembros de la Fuerza Pública —Armada, Ejército, Fuerza Aérea y Policía— afectados por minas antipersonal en el país.

“Fueron cuatro cirugías en total: primero me quitaron el pie, pero la infección continuaba; luego me cortaron un poco más arriba, pero los exámenes mostraban que la infección se había extendido; quedaba la opción de cortar debajo de la rodilla para salvarla, para poder caminar y correr, pero los resultados de la cirugía fueron desalentadores: había gangrena, y al final tuvieron que cortarme por arriba de la rodilla”. 

14 de octubre del 2015 en adelante

Fue muy duro para Víctor verse al otro día sin la rodilla. Igual de dura fue la incorporación a la vida civil. Durante la rehabilitación se reconfortó al ver compañeros a quienes les faltaban dos brazos, una parte de la cadera o del estómago, o que quedaron ciegos. 

Llegó a pensar qué iba a hacer para conseguir pareja, pero la encontró en la médica que lo trató durante su rehabilitación física, con la que tiene un hijo. Así revivió su amor por la medicina y estudió enfermería con sus propios recursos. Desde hace tres años ha trabajado con la Fundación de Enfermeros Militares para capacitar a personal de salud, Ejército, escoltas y equipos de respuesta como Defensa Civil y Bomberos, tanto nacionales como extranjeros. Fue indemnizado en junio del 2020 con la entrega de su vivienda y vive en El Espinal (Tolima), donde trabaja en su propia miscelánea. Su esposa labora en el Hospital San Rafael de ese municipio. Tiene programado continuar con la Fundación para enseñar cómo salvar vidas, cómo hacer bien un torniquete improvisado y el uso de antibióticos, “porque créame que pude haber salvado mi pierna si hubieran utilizado antibióticos”. 

(EGG/COG)