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“Mi llanto se convirtió en sonrisa”
Patricia es una de las 29.035 mujeres víctimas de violencia sexual que el conflicto armado dejó en Colombia. Hoy comparte su testimonio y es ejemplo de superación y perdón.
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Por: Heidy Peñaloza
Patricia nació en 1983 en Puerto Libertador (Córdoba), en el seno de una familia numerosa y dedicada a cultivar la tierra. Hasta sus nueve años fue una niña feliz.
De repente empezó a verse rodeada por hombres con fusiles. El EPL, ELN y Farc llegaron a su pueblo. Se ponían ropa de civiles para camuflarse y se instalaban en sus fincas. En la de su papá, de unas 32 hectáreas, se acomodaron unos 600 a quienes les tocó atender con su familia. “Era una zona muy conflictiva. Se iban unos y llegaban otros”, recuerda Patricia.
La situación se puso más tensa luego de un enfrentamiento entre los tres grupos armados. “Hubo muchos muertos y solo quedaron 200 guerrilleros en la finca”, rememora. El comandante optó por reclutar a los jóvenes de la región. Quienes se rehusaban, desaparecían y luego hallaban restos de sus cuerpos.
“Ante la situación, mi papá empezó a sacar de a poco a la familia del pueblo. Cuando el jefe guerrillero lo notó, lo forzó a brindarles asistencia médica”, pues además de agricultor y ganadero, su padre era auxiliar de enfermería.
“Lo tuvieron de vereda en vereda atendiendo guerrilleros enfermos y heridos, hasta que se rebeló; estaba agotado y tenía miedo. El comandante le mostró un cuaderno donde estaba escrito su nombre y el de tres vecinos más”. La lista era una sentencia de muerte.
Con esta amenaza, su padre les propuso un acuerdo: dejarles todo para que no lo mataran. Ellos aceptaron, pero les pidieron a dos de sus hijos. Así fue como Patricia y su hermano ingresaron a la guerrilla. Los cambiaron de escuela y los usaron como informantes.
Al cabo de un tiempo volvieron a la zona algunos de los hombres que se habían desmovilizado de los grupos guerrilleros. Ahora formaban parte de bandas criminales que llegaron enfrentando a la guerrilla, y por los ataques, el comandante se vio obligado a irse por un tiempo del pueblo.
Patricia había gozado de su protección, pero ahora estaba forzada a lavar, planchar, cocinar y hacer trincheras para el grupo. Fue perdiendo peso, y tras un abuso sexual, su cuerpo padeció varicela, hepatitis, sarampión y paperas. “Casi me muero. Todo fue consecuencia de la violación”, asegura. Cicatrices en sus manos, piernas y abdomen también atestiguan el maltrato y dolor que padeció. “Me pegaban con el fusil, con látigo, por donde me cogieran”.
La situación cambió al regresar el comandante a quien ella le contó todo lo que le había pasado. “Él mandó llamar al hombre que me había violado y le pidió explicaciones”. Lo torturaron delante de ella. “Nunca había visto tanta barbarie”. A sus diez años entendió el horror del que somos capaces los humanos. Luego, conoció la bondad.
El comandante les concedió la libertad a Patricia y su hermano. Después de largos meses, por fin, volvieron a encontrarse con su familia.
El retorno a la bondad
A sus 35 años, Patricia es una de las facilitadoras en el departamento del Atlántico de Fundación Capital, una fundación internacional que promueve la ciudadanía económica. Allí, ha capacitado en temas de educación financiera y otros asuntos a más de 3.600 personas víctimas del conflicto y población vulnerable con bajos niveles de escolaridad.
“Me reciben con cariño, pero también veo tristeza en sus miradas. Entonces les hablo de esa niña que sufrió y que hoy vive sin resentimientos y rencor. Esa niña soy yo, pero mi llanto se convirtió en sonrisa”, dice.
Patricia es un ejemplo de perdón y superación, pues cumplió su meta de tener apartamento propio. “Por las condiciones en que siempre viví, sin agua, sin energía, y cocinando con leña, pensé que era un sueño imposible”. Fue con la indemnización que recibió de parte de la Unidad para las Víctimas que logró materializarlo. Tenía también algunos ahorros y obtuvo el préstamo de un banco para completar lo que faltaba.
Entre semana, sin embargo, vive donde sus papás, junto a 5 hermanos y su hijo de 13 años. “Por ese tiempo que no pudimos estar juntos cuando era niña, busco disfrutar cada momento junto a mi familia”, dice.
Aún en sus sueños Patricia vive el recuerdo de todo lo que padeció a causa de la guerra, pero asegura que no guarda odios en su corazón y que, por el contrario, agradece a Dios por ser quien es hoy día, y poder servirles a otras personas.