Agosto 30 2022 - Cartagena - Bolívar
Marelis Lambraño Luna no se graduó de abogada, pero está más familiarizada con las tutelas que un recién graduado de derecho. Los últimos 19 años de su vida estuvo detrás de la justicia intentando saber la verdad sobre el asesinato de su madre y al final descubrió que fue víctima de la obsesión amorosa de un paramilitar.
Nació hace 34 años en una finca del corregimiento El Salado, jurisdicción de El Carmen de Bolívar. Su infancia transcurrió en compañía de su madre, Viannys Esther Luna Mendoza, su padrastro y hermanos. Iba al colegio y jugaba con sus amigos y compañeros.
Su familia vivía de lo que producía la finca en la que tenían cultivos de tabaco, ñame y yuca, entre otros. Recuerda que para esa época era normal ver hombres armados movilizarse en la zona. Hasta era casi corriente hablar con ellos y tratarlos. Solo con el transcurrir del tiempo entendió lo que era la guerra.
Bailar bajo la lluvia
Antes del 18 de febrero de 2000, y ante los rumores de una incursión armada por parte de paramilitares, la familia decidió abandonar El Salado e irse para Cartagena. Allí, integrantes de ese grupo armado ilegal cometieron lo que posteriormente se llamó la masacre de El Salado, hecho violento que dejó alrededor de 60 personas asesinadas.
En la capital de Bolívar se instalaron en la casa de unos familiares del padrastro de Marelis. “Dormíamos todos arrumaditos en la sala, pero lo importante es que teníamos un techo. El cambio fue drástico y hasta en el colegio nos discriminaban porque nos decían que éramos ‘los desplazados’”.
Como en el fragmento de un texto del escritor argentino Hernán Casciari, según el cual “La vida no es esperar que pase la tormenta sino aprender a bailar bajo la lluvia”, Viannys Esther consiguió trabajo en una casa de familia y así pudieron alquilar una vivienda hecha en tablas en cercanías del Pie de la Popa. La situación la asumieron como empezar de nuevo.
Con el paso del tiempo se fueron adaptando a la ciudad y tratando de rehacer sus vidas. Viannys Esther atravesaba por el proceso de separación de su marido, mientras que Marelis y sus hermanos continuaban en el colegio.
Cuando Marelis tenía 14 años decidió casarse. “A mi mamá no le gustó mucho mi decisión, pero luego lo asumió”. Días antes de que Marelis diera a luz a su primer hijo, su madre Viannys Esther, quien para ese momento tenía 32 años, comenzó a llegar a casa con un señor extraño y desconocido. “La recogía en camionetas en las que iba con hombres armados y parecía que la mantenían como borracha o drogada”, recuerda Marelis.
En los primeros días después del nacimiento del bebé, su mamá iba a visitarlos para ayudarle en las labores de casa y con el baño de su nieto. Sin embargo, pasadas unas semanas, dejó visitar a su hija y cuando Marelis indagó a sus hermanos por las razones de la ausencia de su mamá, recibía solo evasivas o simplemente le decían que estaba trabajando.
Ante la insistencia de Marelis, los hermanos aceptaron contarle que días atrás su madre los había dejado en casa de su abuelo y se había ido con el hombre misterioso que andaba con personas armadas. Corría en el calendario el 17 o 18 de agosto de 2003, dice Marelis. Pero el 13 de septiembre, recibió una llamada de Viannys Esther. Llena de zozobra por su repentina desaparición, Marelis se sorprendió con la llamada y le preguntó a su mamá en dónde se encontraba, si estaba bien y por qué se había ido y la había dejado con su bebé recién nacido.
La última conversación
“Me dijo que cuidara mucho al bebé y a mis hermanos y que tratara de estar cerca de papá. Le insistí que me dijera dónde estaba y ella me respondía que por seguridad no me podía decir donde se encontraba”. Sin saberlo, esa sería la última conversación entre madre e hija. “Después caí en cuenta que con esa llamada ella se estaba despidiendo”.
Pasaron días, semanas y meses y años. Marelis nunca volvió a saber nada de su mamá. Pero como sospechaban que los hombres armados formaban parte de los paramilitares que operaban en ese momento en Cartagena, comenzó a asistir a las audiencias en el marco de Justicia y Paz, con el fin de averiguar si alguno de los postulados les daba razón del paradero de Viannys Esther.
“Les preguntaba, les mostraba fotos en esas diligencias y nadie daba razón. Oraba todas las noches y le decía a mi Dios entrégamela así sea muerta. Iba por la calle y veía a algún indigente o algo así y me imaginaba a mi mamá en ese estado”, asegura.
En el 2006 ya Marelis tenía 18 años y trabajaba en una casa de familia de una persona que era funcionaria de la entonces Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación. En algún
momento la persona que les colaboraba con el aseo en la entidad se enfermó, por lo cual le dijeron que si podía ir algunos días a realizar esas labores en esa institución.
Allí el director de la entidad se enteró de que Marelis era oriunda de El Salado y decidió vincularla formalmente a la entidad. Les dio instrucciones a los funcionarios para que le enseñaran el objeto y misión de la Comisión. Al principio no sabía ni encender un computador. La entidad pasó a ser luego Acción Social y posteriormente en la Unidad para las Víctimas donde trabaja actualmente.
Pero no se conformó con ser una empleada del aseo. Hizo dos cursos, uno en logística empresarial en el Sena y otro en el Ministerio de las TIC sobre sistemas, así como un par de diplomados en Derecho e hizo las prácticas en la propia Unidad para las Víctimas. Entonces pasó de ser la persona de servicios generales a la asistente de jurídica. “Yo no sabía nada de tutelas, pero con la ayuda y apoyo de los compañeros abogados le cogí el tiro rápido al asunto. Uno aprende sobre estas cosas es patinando en los juzgados y poco a poco me di a conocer en esos lugares”, dice Marelis.
Una coincidencia, una dolorosa realidad
En enero de 2020 fue citada a las instalaciones de la Fiscalía porque tenían indicios de que entre los restos hallados años atrás en una fosa en jurisdicción de San Onofre (Sucre) podrían estar los de su madre.
“Resultó que esa fosa la habían encontrado desde 2005 y tenía los restos de tres personas: una mujer y dos muchachos. Me describieron la mujer: estaba amarrada con los brazos en la espalda, era bajita, de pelo largo, como aindiado, tenía un vestido así y unos anillos así…y yo de una les dije: ella es mi mamá. Solo con la descripción tuve la intuición y una corazonada que era ella, entonces ordenaron hacerme una prueba de ADN”, dice.
Durante la diligencia en la Fiscalía le explicaron que la declaración que les había dado años atrás sobre la desaparición de Viannys Esther coincidía con un relato que había hecho la madre de uno de los dos muchachos hallados en la misma fosa en la que encontraron los posibles restos de ella. De igual forma, le dijeron que en Justicia y Paz el postulado paramilitar Marco Tulio Pérez Guzmán, conocido como ‘El Oso’ confirmó que él había dado la orden de matar a esas personas y enterrarlas en esa fosa.
La versión de ‘El Oso’ fue que el comandante ‘John Jairo’, uno de sus subalternos que operaba en Cartagena, se le salió de las manos y estaba cometiendo atropellos a nombre de las autodefensas sin consultarlos.
Entonces le explicaron a Marelis lo que seguramente ocurrió con Viannys: ‘Jhon Jairo’, el tipo que visitaba a Viannys Esther, se enamoró y se obsesionó con ella y se la llevó a la fuerza para el corregimiento Libertad, de San Onofre (Sucre). ‘El Oso’ se enteró que su subalterno rebelde estaba en ese lugar y los mandó a sacar del sitio junto con el otro grupo de personas
y dio la orden de asesinarlos. Eso ocurrió en septiembre de 2003, es decir, un mes después de la desaparición de Viannys Esther.
“Es que ‘El Oso’ nunca supo que entre las personas que mandó a asesinar estaba mi mamá, porque la orden que dio fue que mataran a ‘Jhon Jairo’ junto a los que estuvieran con él, pero ignoraba que mi madre estaba allí contra su voluntad y hasta desconocía el nombre de ella”, recuerda Marelis.
Lo que se supo finalmente fue ellos estaban en una fiesta en el corregimiento Libertad y llevaban al menos dos días. Allí llegó otro grupo de paramilitares, los obligaron a irse con ellos, los llevaron al campamento y allí los asesinaron.
Hace un poco más de un mes le confirmaron que la prueba de ADN arrojó como resultados que los restos hallados en esa fosa sí eran los de su mamá.
Hoy Marelis continúa con sus labores de asistente jurídica en la Unidad para las Víctimas, es muy conocida en los juzgados cartageneros por su labor de seguimiento a las tutelas y demás. Vive tranquila sacando adelante a sus tres hijos. Dice que perdonó a quienes desaparecieron y mataron a su madre. “El perdón cura el alma y prefiero estar así. La palabra odio para mí no existe”.
Los restos de Viannys fueron llevados hace pocos días al cementerio de El Carmen de Bolívar, su tierra natal, para que, después de 19 años de sufrimiento, por fin, descansar en paz.
La Despedida
“No pensé que esto iba a ser tan duro,”, expresó Marelis a su entrada al cementerio municipal de El Carmen de Bolívar, la última morada de Viannys Esther, el pasado viernes 5 de agosto. En la puerta estaban sus familiares y conocidos para acompañarla.
Mientras la hija espera la disposición final, recordó los momentos que vivió con ella. El anillo que fue encontrado junto con su cuerpo, ahora lo portaba Marelis como un recuerdo eterno de su presencia.
Las lágrimas corrieron por las mejillas de todos los que conocieron a Viannys Esther. En el cementerio estaban sus padres, su hermano, el primer esposo y toda su descendencia, todos unidos en un mismo dolor. Las palabras de un familiar les dio un poco de consuelo: fue una plegaria por la resignación y el eterno descanso del alma de esta mujer que a sus 32 años fue una víctima fatal de la desaparición forzada.
Después de la oración caminaron juntos hacia la bóveda, ubicada en el ala derecha del cementerio. En la parte alta de un nicho dispuesto por la Alcaldía municipal para recibirla, quedaron sus restos. Fin del largo camino que recorrió de vuelta al encuentro con su familia que la extrañó en un principio y la lloró sin esperanzas, solo avivadas por la llamada donde confirmaban que el cuerpo encontrado en una fosa en Sucre era el de Viannys Esther Luna.
Mientras el sepulturero hacía su trabajo, la familia hablaba sobre ella; cómo era, que hacía y que quería para sus hijos; unos la recordaban más que otros, pero todo coincidieron en afirmar que no era su momento, que le faltó vivir y ver crecer a sus hijos y nietos.
La inhumación terminó con el cierre de la bóveda y la escritura de su nombre, la fecha de nacimiento y la fecha de su muerte, en el cemento fresco. “Descansa en paz, mami”, dijo Marelis.
(Fin/CMC/PDC/COG)