Junio 23 2022 - Bogotá D.C.
Por Erick González G.
Sus recuerdos del conflicto armado en Sabanas de San Ángel, en el Magdalena, pese a la corta edad que tenía cuando los vivió no son neblinosos, quizás porque lo que causa terror en la infancia no es fácil de olvidar.
El sonido de las ráfagas por los enfrentamientos entre guerrilla y paramilitares no se han borrado.
Los hombres encapuchados, vestidos de negro, con una capota y sus botas tirando al piso las puertas de las casas, la puerta de su casa, no se han desvanecido.
El corazón acelerado debajo de la cama, apeñuscado con otros corazones asustados, persiguiendo con la mirada a ras de suelo y en silencio las botas que caminaban alrededor y registraban las habitaciones, no lo olvida.
De las noticias de las personas que los grupos armados ilegales se llevaban en camionetas o furgones luego de reunirlas en la plaza del pueblo, y que a veces aparecían los cuerpos, no tiene el recuerdo; solo lo que le han contado. “Mi mamá es la que sabe todo eso”.
Sabe que a su abuelita le mataron varios hermanos. Que se le llevaron un hijo, pero que logró rescatarlo.
Sabe que los paramilitares se asentaron en el pueblo, formaron familia y que ya no queda nadie.
Sabe que todo eso sucedió de 1997 al 2005, cuando su madre decidió desplazarse a Barranquilla, una etapa de su vida triste, según ella, por la escasez. “Dormíamos en una colchoneta en la casa de mi abuelita, y para mantenerme y terminar mi bachillerato ayudaba a cuidar los niños de una tía”.
Se graduó en diciembre de 2011 y en febrero del siguiente año tomó rumbo a Bogotá, donde otra tía, que le había ofrecido pagarle sus estudios universitarios a cambio de que le cuidara sus hijos.
Ese trabajo de au pair no fue lo que esperaba. Su tía siempre tenía una excusa y una promesa para postergar el pago de sus estudios. Así duró cuatro años hasta que descubrió, en un punto de atención de la Unidad para las Víctimas, la oferta del Fondo de Reparación para el Acceso, Permanencia y Graduación en Educación Superior del Ministerio de Educación para ingresar a carreras en los niveles técnico, profesional, tecnológico y universitario, que ofrece créditos 100% condonables para estudios de pregrado a los sobrevivientes del conflicto.
Sabía que debía estar inscrita en una universidad para optar por los beneficios del Fondo e hizo las vueltas pertinentes. Al principio no aparecía que este fuera aprobado. Sucedió en el último suspiro.
En julio de 2015 ingresó a estudiar Derecho en la Universidad Libre. Para tener lo de los pasajes y los gastos estudiantiles siguió de niñera de sus primos.
Terminó materias en el 2020 y se graduó en el 2021. En la actualidad está finalizando un doble máster, como lo llaman ahora, en Derechos Humanos y Derecho Internacional con una universidad española de Santiago de Compostela, gracias a una fundación. Su idea es terminar la tesis en julio. También está aprendiendo inglés y francés.
Su hermana menor estudia quinto semestre de Administración de Empresas en la Universidad Bolivariana de Medellín, también gracias al Fondo de Educación.
Al recordar su historia a sus 29 años, Diana Carolina Jaraba Castillo, también sabe que paradójicamente fue un bien lo que le pasó “porque si el desplazamiento no hubiera ocurrido sería una campesina con tres hijos de papás diferentes, sin estudiar, sin un futuro, sin una carrera, sin esta visión, sin este proyecto de vida que tengo ahora”.