Dic
09
2021

La granja de Richard espera apoyo para volver a creer en el campo

La formación agropecuaria, el apoyo emocional y en derechos humanos inspiraron a Richard, un joven campesino víctima del conflicto, a volver a casa y desarrollar su proyecto de vida en la zona rural.

Bogotá, D.C.Bogotá, D.C.

Por: Yuli Urquina Macías

Cuando Richard Nixon Martínez Gerardino llegó a Bogotá recordó la dureza que vivió en su infancia en el Cesar. En un cuarto frío, ubicado en los cerros Bogotá, ideó un plan para poder subsistir: dieta a base de cereal barato y bebida láctea, una nevera improvisada para evitar su deterioro durante el mes y el dinero contado para el autobús que lo acercaría a un nuevo oficio de vendedor de electrodomésticos, un trabajo al que llegaba cada día luego de dos horas de atravesar la ciudad y por el que le pagaban apenas la mitad de un salario mínimo.

Diez años atrás, en la cocina de bahareque de una vereda en Tamalameque, en su natal Cesar, Richard se turnaba con su hermana mayor para preparar las arepas del desayuno antes de salir a estudiar. Su rutina empezaba a las 4:00 de la mañana. Antes de ir al trabajo, su mamá, doña Mariana Gerardino, les encargaba ordeñar la vaca, hervir la leche y mezclarla con la arepa picada, que sería su desayuno durante muchas mañanas, variado de manera intermitente con la combinación de huevo, yuca, manteca y limón. Todo esto lo debían hacer antes de las 5:15 a.m., cuando debían esperar en la carretera el transporte informal que los llevaba desde la vereda al municipio en un trayecto de 18 kilómetros durante 20 minutos.

 “Los obstáculos nos ayudan para servirle a la sociedad. Las barreras nos hacen más fuertes y nos enseñan a valorar la vida”, dice Richard al recordar una convicción que lo sostenía y que hacía que las circunstancias no sobrepasaran su carácter.

La vida no siempre fue tan esforzada. Era distinta cuando la familia contaba con la figura paterna de Nixon Martínez, quien se destacó como líder y político de Tamalameque hasta el año 2000, cuando fue desaparecido en extraños hechos. “La parte que más me frustra en la vida, ser víctima del conflicto, no es un orgullo, es algo que nunca debió pasar” asegura Richard, ya que nunca más tuvieron noticia de su padre.

Recuerda emotivamente que sus progenitores se enamoraron en Pailitas (Cesar) cuando eran niños y se prometieron una vida juntos y escaparse apenas cumplieran la mayoría de edad.

Su vida transcurrió normalmente hasta el día de la desaparición de don Nixon que, además del dolor y la impotencia, produjo una serie de hechos victimizantes como amenazas, y posteriormente el desplazamiento forzado promovido por quienes buscaban callar a doña Mariana por la búsqueda decidida sobre el paradero de su compañero.

Para la época de la desaparición de su padre, Richard tenía nueve años, por lo que vivió mucha confusión y también tuvo muchos sueños que se diluyeron. En una vereda cercana a Pailitas, el señor “Chepe” de la Rosa les tendió la mano al hospedarlos en una humilde finca en Hacaritama. Así, de la vereda al pueblo, transcurrieron su niñez y adolescencia.

Un líder

“Soy espiritual, tengo una conexión especial con las personas que no están, no cierro el capítulo, lo hago parte de mi libro y aprecio lo que tengo en el presente”, dice. De esta manera Richard asegura haberse despedido de su papá, a través de un sueño que atenuó su tristeza y le dio fuerzas para seguir.

En la época del colegio experimentó un despertar hacia el liderazgo: se hizo representante de los jóvenes, incursionó en las artes escénicas y logró su título como técnico bachiller en ventas, productos y servicios. “Hice sentir a mi mamá orgullosa en todo”, agrega.

Tiempo después, Richard viajó a Aguachica para adelantar estudios tecnológicos en biocomercio sostenible, los cuales alternaba con labores en una fundación en convenio con el SENA. Luego viajó a Medellín y a Bogotá persiguiendo mejores oportunidades de vida animado por su mamá y su ímpetu.

Cuenta de cobro

En Bogotá, en 2014 Richard fue internado en la unidad de cuidados intensivos de un hospital. El cereal barato y las condiciones a las que se sometió para encajar en la gran urbe trajeron sus consecuencias: una gastroenteritis, sumada a la aplicación de un medicamento vencido, le ocasionaron fuertes dolores de cabeza.

Tras un arduo proceso de recuperación y otros intentos de estabilidad laboral en la capital, Richard decidió regresar al pueblo con todo lo que esto implica para una persona que ha sufrido los rigores de la violencia. Es decir, recordar, resignificar, desaprender, aceptar que se ha intentado todo o, quizás, aprender a “perder”.

La nueva oportunidad la tendría con Tomás Santiago Dueri, director de la fundación Niños de la Esperanza y coordinador del proyecto Granja Los Pinos que se desarrolla en el municipio de Albania, Santander. Tomás considera que la migración de los jóvenes del campo a la ciudad es una problemática recurrente aumentada por el conflicto. En sus palabras, “existe una alta deserción escolar por las largas distancias que se deben recorrer, así como los medios económicos para ingresar y/ o permanecer en el sistema educativo. Por eso, muchos jóvenes prefieren buscar trabajo en su región o fuera de ella para generar un aporte económico para sus familias”.

Para el 2021, el proyecto Granja Los Pinos incluyó tres grupos de jóvenes víctimas del conflicto que tuvieran en sus planes desarrollar sus sueños en el campo para mejorar sus condiciones de vida y propiciar la transición generacional, algunas veces llamado relevo generacional en el territorio rural.

Richard aplicó a la convocatoria y se contactó con Tomás a través de una llamada telefónica. Ahí empezó su vínculo antes de llegar a Granja Los Pinos. En el proceso participaron diferentes entidades, entre ellas la Unidad para las Victimas a través de la metodología de acompañamiento psicosocial “Hilando”, diseñada para contrarrestar los efectos de la guerra.

Durante tres meses y a través de la modalidad internado, se desarrolló el proceso de formación en producción agrícola para la seguridad alimentaria, agroecológica y desarrollo rural, impartida y certificada por el SENA.

La estrategia “Hilando” de la Unidad tuvo nueve encuentros que propiciaron espacios reflexivos para contribuir a la dignificación, cambiar la manera de percibir la guerra y fortalecer las redes de apoyo de los participantes, aportando en el curso de vida, evitando la revictimización y el surgimiento de nuevas violencias; todo lo anterior con un enfoque transversal en derechos humanos y ciudadanía rural.

El sueño de sembrar en el campo

La experiencia en la Granja Los Pinos generó en Richard la idea de trabajar en un proyecto. “Esta gran oportunidad que tuvimos no solamente para satisfacer el deseo de salir adelante, sino de poder subsanar heridas, nos incentivó a crecer y a poder amar el campo, a no migrar a las ciudades, a no dejar a nuestras familias, a nuestros padres, a nuestros hermanos, sino que podamos trabajar en conjunto con lo que tenemos, con lo que nos queda”.

Su proyecto consiste en implementar una granja integral con cobertura en su tierra natal, su municipio y su vereda, con el objetivo de integrar a más jóvenes que están pensando en salir a las ciudades, a vecinos que han sido siempre de apoyo.

“También quiero ayudar a las comunidades a que no tengan que adquirir sus productos lejos, que no tengan que estar exponiendo sus vidas en una moto, en un carro y pagando mucho más precio”.

Este joven y orgulloso campesino del Cesar busca ser inspiración. “Busco ayuda en conocimiento, con algún tipo de contacto que nos diga: 'Mire, hágalo de esta forma'. Más que un apoyo monetario, que es fundamental, que crean en lo que yo creo y que puedan ver lo que yo veo como futuro, como estabilidad para mí, para mi familia y para todos esos jóvenes que están esperando una oportunidad como esta”.

Richard es hoy un joven exitoso. Lo demuestra su agenda llena de invitaciones en las que cuenta su historia de vida y sus proyectos, por lo que hoy toca puertas en busca de un respaldo que materialice sus aspiraciones.

(Fin/YUM/COG/RAM)