Rosmery Camayo, el banco de esperanzas del pueblo ambaló
Su inclinación por auxiliar a las personas le ha permitido ayudar a conformar un Fondo Rotatorio en su resguardo —víctima del conflicto—, que ha permitido a sus familias acceder a créditos financieros para inyectarle capital a sus ilusiones; todo un ejemplo para conocer durante el Día Internacional de la Mujer Indígena.
A sus 33 años, edad tan significativa, una mañana del mes de marzo de 2020, Rosmery Camayo Itia camina hacia el cabildo. Hacía 30 minutos que la habían llamado para presentarse ante las autoridades del Resguardo Ampuile o Ambaló, un pueblo, su pueblo, asentado en un valle dominado por los guarangos, alisos y robles, a 2.630 metros más cerca de lo celestial, de ese mundo más afín a su ser —no aludo al de los espíritus, porque según su cosmovisión ese nos rodea, y para ejemplo el agua, el fuego, la tierra, el aire, entre otros, a los que ellos también apelan—, pero terrenalmente cercano al casco urbano del municipio de Silvia, en el Cauca, a una hora de Popayán.
Su corazón late por la sospecha que había encendido ese llamado. Solo esperaba que el cruzar el vano de la puerta de la casa donde se toman las decisiones convenientes para la comunidad no fuera en vano. Ingresa al recinto. Saluda. La saludan. Debe esperar al orden del día para disipar su inquietud, que en su caso adquiere tonos de certeza, para poner en orden su vida, aunque un contratiempo podría salir a su encuentro.
La anuncian. Su corazonada es cierta. Su hoja de vida: programa de derechos humanos en el Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC) —que reúne alrededor de 11 pueblos indígenas en el departamento—, como experiencia, y administradora financiera de la Universidad del Cauca, como estudios, habían hecho que el universo, el cielo o los espíritus la hubieran seleccionado para convertirse en la administradora del “Fondo rotatorio de ahorro y crédito del joven y la mujer ampiule”.
Esa mañana de marzo es su inducción. Sin firmas de convenios ni nada que se le parezca. En su cultura no se firman contratos de trabajo temporales ni a tiempo indefinido. El acuerdo verbal tiene validez, no porque lo pueda sustentar algún código laboral, sino porque es un compromiso que se establece entre dos almas: la individual y la del pueblo.
Rosmery debe administrar y completar la documentación para que esa especie de banco abra sus puertas al público. Los requerimientos para el crédito —ser del pueblo ambaló es imperativo— y los formatos son papeles primordiales en esa etapa, ya que las tasas de interés habían sido concertadas anteriormente con la comunidad.
Días después, los papeles están listos y las autoridades anuncian al pueblo, conformado por 1.108 familias, que los préstamos están esperándolos…
El estudio previo
Llegar a esa primavera tuvo sus bemoles. El bache principal fue la violencia generada por la guerrilla en los años 80 y 90, una intromisión en su territorio y en su cosmovisión, que amenazó con exiliarlos del mundo de los espíritus y la naturaleza, a quienes comprenden y siguen, para forcejear en este mundo urbano que no entienden y que no los entiende, salvo algunas excepciones. No fue la insensatez casi diaria que hoy difunden los noticieros sobre la frontera del norte del Cauca —Caloto, Corinto, Toribío—, pero sí los hizo balancear muchas veces entre los extremos del terror y la armonía.
Durante dos décadas “hubo pérdida parcial de la autonomía territorial, del derecho propio, de la administración propia, ya que las autoridades indígenas no podían ejercer el control; querían andar libremente por el territorio, y los ‘mayores’ siempre se opusieron al decirles que el territorio es sagrado, lo que impulsó a que tomaran represalias contra los líderes”.
Además, deshonraron al pueblo con las “vacunas a las familias más adineradas y con el reclutamiento forzado de jóvenes”.
Casi imposible encarar ese ultraje y dejar de enjugarse las lágrimas, la guardia indígena estaba desarmada por dos frentes: carecían de armamento para enfrentárseles, a tenor, además, del nulo entrenamiento militar, y la falta de costumbre para desenfundar su venganza.
La lista negra de la guerrilla estableció amordazar su cultura: censuraron sus rituales, sus celebraciones comunitarias y familiares, y amputar esa referencia detuvo el paso de sus costumbres a las nuevas generaciones.
Pero la violencia no es culpable del estado menguante de la lengua ampiule. ”Solo algunos ‘mayores’ la hablan”. Una mortaja se extiende sobre ella porque las nuevas generaciones no fueron acostumbradas a hablarla.
Como vitrina de esa decadencia, en la comunidad ambaló hay parejas o matrimonios diversos, pero no en el sentido del género, sino en la mixtura de pueblos. Parejas nasa-ampiule, misak-ampiule, que no les hablan a sus hijos en lengua ambaló, no porque no quieran, sino porque sus padres se saltaron esa lección. Esto lo vivió Rosmery. Sus padres no se lo inculcaron y ella calcó ese error. Su esposo ampiule tampoco lo habla. Una deficiencia que contrasta con otras comunidades. “En mi pueblo hay personas que por sus relaciones sí hablan nasa o misak”.
La lista negra tachó sin piedad a sus médicos o ‘mayores’, equivalentes en otras comunidades a los sabedores, chamanes, mamos o taitas, legatarios espirituales cuyo conocimiento solo es transferido a quien haya heredado dones sanadores y/o clarividentes, distinción que en su pueblo tienen algunas mujeres, porque “en asuntos de la evolución espiritual no existe el machismo”.
Sin embargo, acabar con un amerindio no es como fumarse un Pielrroja, aun cuando la intención sea la misma: dejar las cenizas al recogedor. Simplemente porque no se puede aniquilar el alma de un pueblo.
La guerrilla abandonó su territorio, tal vez por una conexión de incidentes: el clima y la tierra no muy favorables a sus intenciones o por esas fuerzas invisibles en las que los indígenas confían su bienestar. Quizá por ello su comunidad nunca estuvo en estado terminal. Ahora sus costumbres, convalecientes, requerían paciencia.
Hacia el 2015 su comunidad contactó a la Unidad para las Víctimas, puesto que el Decreto Ley 4633 le confiere el derecho a ser atendido y reparado como pueblo indígena. Esos encuentros promisorios, convertidos en un plan integral de reparación colectiva, comenzaron a materializarse desde el 2018.
La entidad les entregó un recurso de 284 millones de pesos, que tras una petición de las mujeres del resguardo, “orientada a la creación de un proyecto que apoyara sus iniciativas”, se transformaron en el “Fondo rotatorio de ahorro y crédito del joven y la mujer ampiule”. En octubre de 2019 se ideó, en enero del 2020 se materializó y en marzo de ese año, gracias a Rosmery, inició operaciones.
Aprobando cuotas de esperanza
Luego del anuncio de apertura del banco o fondo rotatorio, “el primer beneficiado fue un señor que vivía en el páramo con el propósito de sembrar papa”, confiesa Rosmery; sin embargo, en su memoria ese podio no es muy claro. El fotofinish lo disputa el mismo cabildo, que al instante solicitó un crédito para construir un centro de acopio de alimentos que serviría de antivirus ante la inminente pandemia. “Se hicieron grandes pedidos de productos básicos como panela, arroz, maíz, leche, huevos, y de productos de aseo, por lo que las personas no tuvieron necesidad de salir del resguardo para abastecerse”.
La solicitud de crédito recorre un tramo similar al de las entidades bancarias: diligenciar formatos, revisarlos, estudio de crédito por Rosmery, el comité de crédito conformado por las autoridades del resguardo y —luego de su aprobación final— a Tesorería. Tal vez la visita técnica a la casa o proyecto productivo del solicitante, para el visto bueno, podría establecer alguna diferencia.
“A la indemnización recibida abonamos recursos propios por 70 millones de pesos. Se han hecho 167 créditos. Se han rotados recursos por 535 millones, y en este momento tenemos en cuentas por cobrar 364 millones. La mayoría de los créditos son agropecuarios, un cinco por ciento son de libre inversión y un tres por ciento son educativos”.
El tiempo de los créditos dependen del cultivo. “Si siembra papa, que tiene un periodo de ocho a nueve meses, entonces se le da el doble del tiempo de la cosecha, o sea año y medio, y abona a capital a los ocho o nueve meses cuando tenga la cosecha o la venta, y el resto lo puede pagar con la segunda cosecha”.
Algunos han pagado antes de tiempo; otros fueron afectados por el paro y el clima, y a esos les han extendido los plazos. Pero hay un pago que sí es antiparo, anticlima, antipandemia, es decir, inexcusable, ni los rituales de un chamán para la buena suerte lo pueden detener: los intereses. “No se pueden atrasar en ese pago, porque trabajamos los intereses; cuando se cumple la fecha y el comunero los paga, con ese dinero hacemos otros préstamos”.
Pero el Fondo ofrece otro sistema de pago que puede amparar la cuenta del cliente, una singular línea de crédito o, para ser más exacto, línea de trueque crediticio. “Por ejemplo, si tiene ganado, la persona puede pagar con sus crías, y si viene otro comunero que necesita terneros, entonces se los entregamos. Para eso el avalúo se hace con los precios que hay en el comercio, y con base en eso se da el precio”.
Incluso, como cualquier banco, abre cuentas de ahorro.
Otras líneas de atención
El plan integral de reparación colectiva de la Unidad se ha dejado sentir en la comunidad ambaló con otros beneficios: un camión y un tractor, aprovechados en labores agropecuarias. “Administramos la maquinaria, para su manutención la alquilamos a un precio moderado, y solo se alquila en nuestro resguardo”.
También “ha favorecido con dotaciones a la guardia indígena, a los mayores —ruanas, mochilas, plantas—, y a ayudado a las mujeres tejedoras, que con sus artesanías divulgan la tradición y la comercializan”.
La transmisión de sus costumbres también se ha robustecido. Inculcan en los jóvenes la ritualidad, la armonía y el equilibrio con la naturaleza; en los niños —en la escuela—, la parte organizativa del pueblo, la cosmovisión y el aprendizaje de la lengua ambaló, para desmarcarla del olvido.
En resumen, así buscan perpetuar en su historiografía la armonización del espíritu, muy semejante a ese estado del alma que ahora pregonan los prosélitos del new age o era de acuario, esa unión mística que también profesan el raja yoga, el taoísmo, el budismo, la cábala y el sufismo.
“La armonización se hace con rituales con plantas sagradas que ayudan a que la energía sea más libre, a que se pueda equilibrar, a que se puedan tomar la cosas con más calma y tomar mejores decisiones. También sirven para espantar la enfermedad; por ejemplo, el covid-19 ataca si el cuerpo está frío, así que se usan plantas calientes para ahuyentarlo”. Incluso, el Fondo ha beneficiado a personas con proyectos de plantas medicinales.
Uno de los pasos de ese ritual es la visualización de las metas, por lo menos así lo hace Rosmery, y quizá ese sea el abracadabra para cumplir el objetivo de su pueblo ambaló: “Enfocarse en crear estrategias de producción más avanzadas para que las personas puedan tecnificar sus procesos, inventar nuevos proyectos en la comunidad que salgan del sentir de las familias, que más jóvenes puedan tener créditos para estudios y así acceder a la educación superior, y en un futuro tener recursos para prestarle a personas fuera de la comunidad”.
Este ejemplo ha resonado en otros resguardos: personas originarias de otros pueblos han preguntado por los créditos, eso cuenta Rosmery. Ella se siente beneficiada por el conocimiento adquirido en el Fondo, por aportar su grano de arena a la comunidad en lo que considera su proyecto de vida: ayudar a la gente, un designio que comenzó cuando fantaseaba de adolescente leyendo novelas de García Márquez y Cervantes, que gracias a su convicción y a la de su pueblo no se convirtió en una hojarasca y mucho menos en una quijotería.
(Fin/EGG/COG)