Junio 10 2021 - Carmen de Chucurí - Santander
Por: Jenny Adriana Rico Núñez
“En este momento trabajo para salir adelante. Quiero, en un futuro, no ser la que arregla uñas, sino ser la persona que administra y que está pendiente de su propio salón de belleza, contar con un gran equipo de trabajadoras y generar ingresos para tener más rendimiento en mi negocio”, dice Dennis González Torres, la protagonista de esta historia, exhibiendo una sonrisa adornada por un brillo en sus ojos que delata su afán por comerse el mundo.
Sin embargo, ese brillo alguna vez se apagó: sus padres Angelina Torres y Édgar González Ortiz, quienes eran separados y no vivían en la misma ciudad, fueron asesinados; su madre, en 1995, en Santa Rosa del Sur (Bolívar), cuando Dennis tenía 14 años y su padre, en 1997, en Girardot (Cundinamarca). También por la desaparición de su nono.
La tristeza en la adolescencia de esta mujer oriunda de Barrancabermeja –42 años de edad hoy– el destino comenzó a fraguarla desde su feliz infancia en una finca en el Carmen de Chucurí (Santander), donde vivió con su nona y nono y su hermano Carlos Fernando, en medio de cultivos de cebolla, mango, caña, cacao, plátano, café, banano y naranjas.
En 1990, esa tranquilidad con la que vivían se vio interrumpida por la llegada de las autodefensas a ese territorio. Impusieron su ley y los pobladores de esta zona rural del Carmen de Chucurí debieron acogerse a las leyes impuestas por este grupo, que buscaba, entre otras cosas, obtener la mitad de todo lo que tenían los habitantes. “Por ejemplo, si mi nona criaba cerdos o gallinas y los vendía, se les debía dar la mitad; si se recogía un cultivo y lo vendía, pasaba lo mismo, debíamos dar la mitad”, recuerda Dennis.
Lo que era una niñez inigualable, con los juegos y bromas acostumbradas y una paz absoluta, se convirtió en momentos de angustia y violencia total. “El día que estas personas entraron allá a la finca, primero pusieron de rodillas a mi ‘nona’ y a mi hermano, y les dijeron que tenían que acatar las cosas como ellos decían: de las ventas de todo lo que se hiciera en la finca se les tenía que dar la mitad”.
En ese mismo año su abuelo desapareció sin rastro y su tío fue llevado a la fuerza para responder en una investigación que requería el grupo armado. “Dijeron que solo era para responder a unas preguntas y que ya lo devolvían, y pues la verdad aún lo esperamos, pues nunca más supimos de él”.
Fue así como una madrugada de 1990 tuvieron que vivir el flagelo del desplazamiento forzado. La abuela de Dennis decidió tomar las pocas cosas que tenía y a su par de nietos y huir de la finca, pues no quería que los mataran. Además, se aburrieron de la situación de tener que trabajar para dar la mitad de todo lo que producía a quienes no sudaban la frente como ellos lo hacían.
Al llegar a Barrancabermeja estuvieron en viviendas de varios familiares. El trato al principio era bueno y con el tiempo se deterioró, a tal punto que la abuela de Dennis, aburrida, decidió invadir un lote en compañía de sus dos nietos. Este parecía más un basurero que una casa; no había paredes, sino sabanas en su lugar; solo había techo para el lugar donde se ubicaba la cama que compartían los tres. Y así pasaron los años.
La empresaria
Una tarde de diciembre de 2020 Dennis recibió una llamada de la Unidad para las Víctimas que le anunciaba su indemnización administrativa por el hecho victimizante correspondiente al asesinato de su padre, que ella como hija única de él debía recibir.
El día de la cita para recibir la carta de indemnización, Dennis estuvo atenta a cada recomendación que hacían quienes, por parte de la Unidad, lideraban un espacio de instrucción acerca de la inversión adecuada de recursos, a cargo de la Dirección Territorial de la Unidad para las Víctimas en Magdalena Medio.
“Cuando recibí la indemnización había una psicóloga que nos dio una charla y nos orientó en las posibles formas de invertir nuestro dinero; sin pensarlo dos veces decidí ampliar mi casa, que era muy pequeña, pero con mucho patio para poder construir. Tenía dos cuartitos, una sala pequeña y la cocina dentro de la sala. Ya estábamos muy apretados. Ahora a mi hija ya le tengo cuarto, también tengo el mío y una cocina grande, como la quería y soñaba”, expresa Dennis, con satisfacción.
Dennis también es familiar de una víctima de desplazamiento forzado, hecho por el que fue contactada por la Unidad, en marzo de 2021, para entregarle su segunda indemnización administrativa, la que destinó para su curso de vida: su salón de belleza.
“Con esta segunda indemnización, logré adecuar mi negocio, pues pese a que lo tenía, estaba sin retocar. Lo mandé a pintar, estucar, a que se vea más bonito, organizado, con más surtido y materiales, para que se vean buenos productos y así mis clientes se sientan mejor cuando los reciba, que se sientan satisfechos”, dice Dennis.
Ella, como buena santandereana y como reza una estrofa del himno de Santander, “siempre adelante, ni un paso atrás”, ha tenido varias dificultades, y aunque es una mujer con condiciones o capacidades especiales –-cuando solo contaba con un año de edad sufrió poliomielitis, lo que le dejó paralizado su cuerpo de la cintura hacía abajo–, asegura que las ha sabido sortear poco a poco. “Con la ayuda de Dios he podido salir adelante, hay personas que por ver mi discapacidad piensan que no puedo hacer muchas cosas, pero estuve antes como trabajadora en un salón de belleza y les demostré que mi discapacidad no es impedimento para hacer las cosas, pues considero que las hago normal, como cualquier otra persona. Así soy yo, una mujer muy echada para adelante y mi meta es ver mi salón grande”.
Invertir en el futuro
La motivación de esta mujer está en sus hijos Fergy Saray, de 13 años, y Joshua Daniel, de 4 años, pues considera que por ellos es que se levanta todos los días, trabaja para cada día brindarles una mejor vida, y se proyecta en darles estudios de nivel superior. “Sueño con que ellos puedan estudiar en la universidad, que tengan una profesión para que el día de mañana que yo esté viejita encuentre un apoyo en ellos”.
Dennis reconoce que el dinero que se recibe en una carta de indemnización no paga todo lo que debieron sufrir a causa de un conflicto armado que no debieron vivir, pero advierte a quienes lo reciben: “primero, recordar por qué están recibiendo el dinero y, segundo, que lo aprovechen al máximo, que no lo malgasten, que lo sepan invertir. El Estado buscó la manera de que nosotros podamos tener una mejor vida con estas indemnizaciones; invirtamos en una casa, un negocio… no se queden ahí, no se estanquen, pues una mejor forma de vivir es que nos están dando para tener algo que no hemos podido conseguir por falta de dinero: es lo que le digo a las víctimas”, indica Dennis.
Ni los hechos que la victimizaron ni sus limitaciones físicas han sido impedimento para poder superar su situación de vulnerabilidad, logrando ser ejemplo para muchas víctimas del país, al sentir que sí es posible restablecer el curso de la vida.
(Fin/JAR/EGG/COG)