Tunja - Boyacá
Víctima de desplazamiento y por el homicidio de un tío, desde hace siete años se dedica a elaborar muñecas para que mujeres y hombres puedan olvidar la tristeza sufrida por el conflicto armado.
Por Erick González G.
¡A reunión, a reunión! Grita con vehemencia un hombre vestido de camuflado en las calles de Mesetas, un pueblo en el piedemonte occidental del departamento del Meta, a 138 kilómetros de Villavicencio. La tranquilidad se esfuma con esa citación. La población sabe con resignación que debe asistir obligatoriamente a ese conciliábulo, su objeción significa muerte. Luz Evelcy Henao, con tan solo 15 años sabe eso. Sale de su casa en compañía de su madre y de sus cuatro hermanos, de 14, 12, 9 y 7 años de edad.
Arriban a la conseja. Los asistentes se acomodan. Solo esperan ver qué se traen entre manos la muerte y sus verdugos. Con los minutos llaman al frente a una persona. Cunde el pánico con ese llamado porque sospechan su intención, pero especialmente porque deben ser testigos de su desenlace. Lo acusan de hechos que la concurrencia mesetense ignora. Lo más probable es que el mismo acusado los desconozca también. Le ordenan cavar un hueco. Él sabe que está poniendo la primera tierra a su última morada, los asistentes también lo saben. Todo ha sido excavado. Tres disparos terminaron la reunión. Brille para él la luz perpetua.
Otro día… el mismo grito, el mismo llamado, el mismo lugar, la misma resignación, la misma sospecha, el mismo miedo, los mismos asistentes, las mismas acusaciones, los mismos verdugos, los mismos tres disparos, pero para su madre y sus hermanos no fue el mismo dolor… ejecutaron a al tío de Luz Evelcy.
Ejecuciones de ese tipo obligaron a cavar 1.448 tumbas en Mesetas en todos estos años de conflicto armado, según el Registro Único de Víctimas. Pero eso no espantó a su mamá. Un año después, ella sí huyó despavorida de su tierra por un rumor. El “correo de las brujas” le avisó en una finca que el comandante del grupo guerrillero se había enamorado de los 17 años de su hija Luz Evelcy y que pretendía llevársela para el monte con él. Esa vez el correo le llegó a tiempo. Tenía un día para evitarle a Luz esa oscuridad perpetua. El 3 de agosto de 1998 empacaron lo que pudieron y se fueron para Tunja.
En la capital boyacense encontraron otra versión del sermón del monte: “La iglesia pentecostal nos ayudó con comida y colchonetas, y la Cruz Roja, con ayuda humanitaria en mercado”.
Su madre, que era costurera, debió hilar bien las cosas para poder sobrevivir. La minoría de edad de sus dos hijas mayores era una traba. Así que no dio puntada sin dedal. Obtuvo para sus dos hijas el permiso para trabajar. El remedio para el desempleo lo encontraron en una droguería. Luz Evelcy despachaba los medicamentos y su hermanita los llevaba a domicilio. Los demás hermanos ingresaron al colegio.
Con el tiempo, Luz Evelcy terminó su bachillerato a distancia y conoció a su esposo. Él trabajaba en construcción y ella le ayudaba en esas tareas. Ladrillo a ladrillo fueron construyendo su familia. Tuvo tres hijos, quienes hoy tienen 9, 14 y 20 años.
Desde hace siete años decidió darle rienda suelta a su legado: la costura. Comenzó a elaborar muñecas, precisamente porque su infancia estuvo muy distante de ese mundo de felicidad de la Barbie. “En el campo es muy difícil que las niñas tengan muñecas, tienen muchas necesidades. Y cuando voy a las ferias escucho tantas historias tristes con respecto a las muñecas que me ha impulsado a fortalecer mi proyecto Manualidades Evelyn. Es que en el campo las mujeres sufren tanto y las muñecas sirven como para menguar ese dolor de las mujeres y de los hombres, sirven para reparar sueños rotos”.
En esa cruzada de exorcizar el dolor con sus muñecas le ayudan sus tres hijos. Ella corta, dos rellenan y otra elabora el vestido. Ya ha enviado muñecas a México, Austria y Estados Unidos.
El año pasado debió conjurar otro dolor: su esposo falleció por una gripa. Hoy, con el alma fragmentada por esa ausencia, pero con optimismo participa en la Primera Feria Virtual Unidos por las Víctimas, que se realiza del 4 al 8 de diciembre, en la que expone sus muñecas.
Pese a que le faltan máquinas como la bordadora y la collarín, espera que su proyecto crezca y se conozca internacionalmente, que sus muñecas “puedan impartir confianza a todas esas mujeres víctimas, golpeadas, maltratadas, también a los hombres que han sufrido”.
Tal vez con sus muñecas busca como el escritor y poeta Fernando Pessoa, “poder imaginar la vida como no fue posible, y así vivirla, vívida y perdida, en un sueño impasible”.