Daisy Sánchez
Soledad, del municipio Olaya Herrera

Víctima de homicidio y actualmente amenazada es una de las más de un millón de víctimas del conflicto perteneciente a la población negra, afro, raizal y palenquera en el país. Su labor en las veredas y en los consejos comunitarios en su región ha logrado que la mujer afro se empodere y que sus hijos no sean reclutados por los grupos armados.

Por Erick González G.

El día 25 de julio de 1992, año en que se conmemoraban los 500 años del descubrimiento de América o “el encuentro de dos mundos”, como mejor lo describió el gran historiador colombiano Germán Arciniegas, un grupo de mujeres negras de América Latina y el Caribe reunidas en Santo Domingo crearon una efeméride: el Día Internacional de la Mujer Afrodescendiente.

Un interés común las hermanaba: visibilizar la presencia de las mujeres afro que luchan y resisten, casi siempre desde la marginalidad, por los derechos de su etnia con un enfoque de género.

Ignoro si ellas conocieron la valentía y la carga de las primeras mujeres afrodescendientes que en América lucharon por los derechos de los negros como Phyllis Wheatley, dada a luz en Senegal en 1753, vendida como esclava a los siete años, cuyo segundo nombre se debe al barco que la trajo desde África y a su acogida en la casa de los Wheatley, en Boston, y sí, acogida, porque aunque fue comprada, esa familia la eximió de las labores domésticas y le dio la misma educación que a su hija: aprendió a leer y escribir, dominó el griego y el latín, fue emancipada en 1773 y se convirtió en la primera mujer negra y la primera mujer esclavizada en escribir un libro de poemas, que defendió con buen fruto ante una corte que no creía en su inteligencia y capacidad poética por ser negra.

Su fama se elevó por un poema que le escribió, en 1775, al mismo George Washington en el que lo alentaba a luchar por la independencia de Estados Unidos, quien admiró su “genio poético” y la invitó a reunirse con él, encuentro que al parecer ocurrió al año siguiente.

Ese linaje lo comparte Harriet Tubman, nacida esclava en 1820, en el estado de Maryland, quien en 1849 sintió la asfixia y la injusticia de esa vida y huyó de la esclavitud. Recorrió sola alrededor de 160 kilómetros hasta Filadelfia, donde abandonó su nombre de esclava, Araminta Ross, y reinauguró su vida como Harriet Tubman. Su experiencia de libertad quiso compartirla con su familia y extraños, por lo que regresó clandestinamente en varias ocasiones durante once años a su lugar de procedencia para libertar a más siervos.

Por el revuelo ocasionado con esos actos de emancipación se ganó el alias de “Moisés” y era la mayor recompensa para los cazadores de esclavos. Nunca supieron que se trataba de una mujer de 1,50 mts de estatura. Durante ese propósito se valió del ‘tren subterráneo’, la red antiesclavista de rutas por donde escapaban los siervos, itinerarios y contactos que se desconocieron por mucho tiempo hasta que en una entrevista los reveló.

Fue espía para el ejército de la Unión –los abolicionistas de la esclavitud– durante la Guerra de Secesión y comandó a 150 soldados negros, con los que liberó a 750 esclavos. Es de las pocas mujeres que lideró una expedición armada en la historia de Estados Unidos. Promovió el voto femenino y pronunció el discurso de apertura en el acto que fundaba la Federación Nacional de Mujeres Afroamericanas en 1886. Setenta años antes que Rosa Parks se negara en un bus a dejarle su puesto a una persona de raza blanca, durante un viaje en tren Tubman se rebeló ante la orden de cambiarse de vagón. Inspiró la película Harriet, en busca de la libertad, que en el 2020 alcanzó dos nominaciones al Oscar. En sus fugas nunca perdió un esclavo.

El caso Daisy

De esa estirpe es la afrocolombiana Daisy Sánchez*, nacida en la vereda Soledad, del municipio Olaya Herrera, en 1956, en el conflictivo departamento de Nariño. Estudió primaria en El Charco y el bachillerato en Buenaventura. Trabajó con los curas, que vieron en ella el potencial para el liderazgo y le patrocinaron diplomados en Participación y Organización Social Comunitaria, en Educación y Pedagogía, y luego terminó otros en Enfoque de Género y en Gestión Local con Enfoque de Género, este último con la Universidad de los Andes.

Esa fe en ella la impulsó en 1996 a trabajar como líder comunitaria por las mujeres y los jóvenes afrodescendientes.

El luto llegó a su familia en el 2002, cuando las Farc asesinaron a tres hermanos en la finca donde vivían al cobrar la temida ‘vacuna’, hecho que la convirtió en una de las 1.143.004 víctimas del conflicto en el país perteneciente a la población negra, afro, raizal y palenquera en el país, en una de las 531.172 víctimas en Nariño, el cuarto departamento más afectado por la guerra fratricida después de Antioquia (1.817.759), Bolívar (677.450) y Valle del Cauca (537.729), según el Registro Único de Víctimas (RUV).

Hace cuatro años creó una asociación que defiende los derechos de las mujeres negras. “Hay un alto número de mujeres negras que son víctimas del conflicto y de la violencia de género, que han sufrido violencia sexual, física y psicológica, que somos desplazadas y jefas de hogar, y nosotras luchamos por consolidarnos como sujetos de derecho”, afirma Daisy.

Esa asociación que cubre cinco municipios y 17 consejos comunitarios se esmera en garantizar el avance colectivo, la autonomía económica y, como ella lo expresa, la soberanía alimentaria de las mujeres víctimas del conflicto y de la violencia intrafamiliar.

Ese interés no solo refleja una carencia, expone también el valor de su perspectiva: “Ser mujer negra, afro, es ser una reivindicadora de la historia étnica, cultural y territorial de nuestro pueblo, de la mujer”.

Con ese compromiso que semeja más una promesa, Daisy viaja de vereda en vereda y de consejo en consejo –los hay que reúnen alrededor de 80 veredas– para capacitar a las mujeres en temas relacionados con enfoque de género y empoderamiento.

A sus talleres invita a los hombres, y ha logrado que se concienticen de los derechos de la mujer y del buen trato que merecen. “Hemos trabajado en la masculinidad; hoy casi no se escuchan casos de violencia de género ni violencia sexual en estos pueblos porque hemos trabajado muchísimo con los padres y madres de familia para que protejan a sus hijas y también a los muchachos se les ha hablado sobre el respeto".

Desde el 2011, Daisy comparte con Harriet el deseo de que la gente ejerza su libre albedrío sin temor y las amenazas por ayudar a esa emancipación. “Cuando me embarqué en una lancha y fui a rescatar a once jóvenes que iban a ser reclutados forzadamente por un grupo armado me convertí en objetivo de ellos; todo porque un campanero me reconoció y me delató”.

Logró que esos once muchachos salieran de la región, tres de los cuales ya son profesionales. “A los jóvenes también les toca andar escondiéndose, y si un campanero los ve, algunas veces hablan con ellos y los convencen de que no los delaten”.

Ese acto de valor la obligó a recorrer su región con sigilo e inteligencia para no ser parte de las 40.806 víctimas por homicidio que registra el departamento de Nariño, aunque si es una de las 37.279 por amenaza. Conoce las rutas y las horas para trasladarse con seguridad. Tuvo dos escoltas de la Unidad Nacional de Protección, ahora solo tiene uno. Y como Phyllis Wheatley y Harriet Tubman, también eligió otro nombre, en su caso, para poder contar su historia sin ser reconocida por sus perseguidores.

En su asociación tiene un grupo de 34 jóvenes que son hijos de las mujeres que hacen parte de su organización, a quienes forma, como lo ha hecho desde hace 23 años, en prácticas de producción ancestral –agricultura, ganadería, pesca, entre otras– y en prácticas de crianzas ancestrales –actividades enfocadas en los valores y el respeto por sí mismo, por lo propio y por lo ajeno–. “Lo que me ha faltado es tener proyectos productivos con los cuales motivar a los jóvenes”.

Esa frase es casi un clamor porque ha sido una tarea ardua evitar que muchachos y muchachas –porque a ellas se las llevan de campaneras– sean reclutados por las disidencias y los nuevos grupos armados cuando estos les ofrecen 3 o 4 millones de pesos mensuales por irse con ellos.

Daisy ha sufrido tres atentados; todos el año pasado, pero eso no ha impedido que con la firmeza de quien sabe que está edificando futuros, siga en su promesa de luchar por los derechos de las mujeres afrodescendientes, y mantener el honor, como Harriet Tubman, de que ninguno de los muchachos a los que ha concientizado haya sido reclutado.

*Nombre cambiado por petición de la víctima