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“Ser afro es proyectarse al futuro”: Víctor Vladimir Vallecillas, víctima de desplazamiento
La violencia lo obligó a dejar para siempre El Charco, su tierra natal, el segundo municipio en Nariño donde hay más víctimas del conflicto, para arraigarse en Neiva, donde ayuda a las víctimas afro a través de su asociación y del puesto que ocupa en la Mesa de Participación Departamental de Víctimas del Huila.
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El municipio de El Charco, en Nariño, título una de las crónicas más aciagas de la violencia inscritas en la memoria del país: el asesinato de los once diputados del Valle del Cauca, el 18 de junio de 2007, por el frente 60 de las Farc. Ese epitafio se comenzó a escribir el 11 de abril de 2002, cuando fueron secuestrados en una sesión de la Asamblea Departamental del Valle del Cauca, y terminó de grabarse cinco años después en la vereda San José de Tapaje, de El Charco.
Ese municipio con 44.152 víctimas del conflicto armado es el segundo más salpicado por la violencia en el departamento de Nariño, después de San Andrés de Tumaco (172.346), según reporta al 30 de abril de este año el Registro Único de Víctimas (RUV). De allí es Víctor Vladimir Vallecillas Góngora, un orgulloso afrocolombiano, de 51 años, que en octubre del 2010 debió desplazarse para no protagonizar otro titular por asesinato.
“En esa época hubo un operativo del Gaula y capturaron a unas personas, por lo que se vino la represalia del frente 29 de las Farc, que nos culpó de esa captura a los que trabajábamos en la administración municipal; al personero del pueblo que se desplazó en los días que me fui lo asesinaron 15 días después cuando él regresó al municipio”.
Así, Víctor se convirtió en uno de los 42.424 desplazados de El Charco, evitó ser uno de los más de 40.000 asesinados que el conflicto armado ha dejado en Nariño, el cuarto departamento con más víctimas en el país (529.160), detrás de Antioquia (1.810.284), Bolívar (675.685) y Valle del Cauca (535.867), según el RUV, y por su etnia es una de las 1.137.307 víctimas del conflicto armado pertenecientes a las comunidades negras, afrocolombianas, palenqueras y raizales, equivalentes a casi el 13 por ciento del total de víctimas del país.
El instinto de supervivencia lo condujo a Cali; sin embargo, en la “Sucursal del Cielo” sintió que no había escapado del infierno: “Me di cuenta de que era como estar en El Charco; no me sentía seguro, no trabajé por miedo, por cuidarme, allí duré tres meses y me fui a Lloró, en el Chocó”, cuenta Víctor.
Allá, en una de las regiones más lluviosas del mundo, solo lo conocía un familiar, pero la violencia continuaba persiguiéndolo: “Cuando llegué comenzaron los ‘elenos’ a hostigar al pueblo, no pude trabajar, viví de los ahorros y solo duré dos meses”.
El 21 de julio de 2011 Víctor y su familia llegaron a Neiva a probar suerte. Él montó un café internet, mientras su esposa se dedicaba a la manicura, pero el arriendo apretaba, así que se incorporó a una empresa de vigilancia durante tres años y su esposa comenzó a ejercer su profesión: auxiliar de enfermería.
En ese lapso hizo un diplomado sobre derechos humanos, y lo aprendido allí lo estimuló a crear, junto con otras 15 personas, una asociación para mejorar las condiciones de vida de la población afro víctima del conflicto. “Hoy tenemos más de 15 afros estudiando en la universidad con crédito no reembolsable”, afirma con el orgullo de quien sabe que lo sembrado está dando buena cosecha.
Ese mismo entusiasmo hizo que cuando se aprobara la Ley de Víctimas 1448 de 2011 se acercara a la Dirección Territorial Caquetá Huila de la Unidad para las Víctimas, donde gracias al contacto con algunos funcionarios estuvo pendiente del desarrollo del Protocolo de Participación, que permitía a los sobrevivientes del conflicto incidir en la política pública de víctimas. “Hoy hago parte de la Mesa de Participación Departamental del Huila, y del espacio nacional de comunidades negras de consulta previa”.
Víctor ha cursado más diplomados en derechos humanos y ha continuado impulsando a que más personas afros consigan trabajo y que sus hijos estudien, que se gradúen de bachilleres y se incorporen a la vida universitaria. Incluso su hija ahora es enfermera jefe, sus otros dos hijos también son profesionales y él estudia octavo semestre de administración pública en la ESAP.
Nunca regresó a El Charco. “Ahora por allá está más peligroso, porque antes era un grupo ilegal y ahora son más”. Sin embargo, ve a sus padres cuando ellos viajan a Cali. Y aunque no ha vuelto no ha dado la espalda a sus recuerdos ni a sus raíces. “Tenemos una señora de edad que es cantaora y vamos a hacer un evento donde ella pueda enseñar el canto de los alabaos a los jóvenes para que se apoderen de esa cultura. Hay muchos afros que no conocen la cultura porque nacieron en Neiva, y queremos enseñar nuestras tradiciones, cómo despedir a nuestros muertos, los bundes, entre otras cosas”.
Víctor tiene claro que la asociación es de puertas abiertas, “donde seguiremos luchando por nuestra comunidad, por los temas étnicos, sociales y por visibilizar que en el Huila hay una comunidad afro qué atender”. Y lo dice con la convicción del que sabe que “ser afro es una identidad, es amar la vida, es proyectarse al futuro”. Un gran pensamiento para un hermoso y futuro epitafio.