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Solángela Chacón, el poder del liderazgo
En el Día Internacional contra la Homofobia, la Transfobia y la Bifobia, este es el perfil de una líder LGBTI, sobreviviente del conflicto armado e integrante de las mesas de participación de víctimas.
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Por: César A. Marín C.
Solángela Chacón recuerda que desde que tenía como 9 o 10 años, cuando vivía en Río de Oro, municipio del Cesar, le gustaba jugar más con los niños que con las niñas, es decir, disfrutaba el trompo y las maras (canicas) y despreciaba las muñecas.
Con el tiempo, se preguntaba por qué le llamaban la atención las niñas y no los niños, “pese a ser una persona muy conservadora, católica y muy apegada a las cosas de Dios, como si me cuestionara porque me gustaban las personas del mismo sexo”, dice Solángela.
Sin embargo, la costumbre hombre con mujer “y del mismo modo en el sentido contrario”, hizo que ella caminara por ambos sentidos: “Por ahí dicen que para uno saber si le gustan las peras o las manzanas debe probar ambas cosas, y al hacerlo me gustó más con una mujer”.
Recuerda que en Río de Oro fue objeto de señalamientos por su orientación sexual. “Había mucha homofobia, a mi madre le hacían comentarios como ‘su hija la machorra’, por lo que tuvimos momentos de lágrimas y soledad a causa de esos comentarios que hacía la gente. En ocasiones me iba sola a un cerro cercano al pueblo y me preguntaba ‘por qué nací así, por qué soy así, por qué la gente me rechaza, por qué me quitan las amistades’ –esto último, porque varias mamás hicieron eso–”.
Al terminar su bachillerato, se desempeñó como inspectora de policía en los corregimientos El Gitano y Salobre, pertenecientes a Río de Oro, donde estuvo cerca de dos años. Sin embargo, allí también la perseguía la intolerancia: “Si tenía alguna novia me tocaba a las escondidas porque si no venían los comentarios y los chismes que le llegaban a mi familia; soy una persona sensible y no me gustan que me señalen ni que me hagan matoneo”. Por la finalización del contrato y cansada también un poco de los comentarios, decidió irse a buscar nuevos horizontes a Bucaramanga, en 1995, ciudad en la que se estableció.
“Allí llegué al barrio José Antonio Galán, vía Chimitá, empecé a trabajar empacando mora en la Central de Abastos. Por varios años trabajé de dos de la madrugada hasta las diez de la mañana, lo que agradezco porque me sirvió para mi alimentación y sustento”.
En la capital santandereana conoció a quien es el amor de su vida. Se llama Ruby, y con su piedra preciosa lleva 15 años conviviendo. “Ella tiene tres hijas y cuatro nietos, es una persona maravillosa, hermosa, humilde, un gran ser humano y la amo con toda intensidad”.
El desplazamiento forzado
El hábito de las personas enamoradas de viajar a sus lugares de origen para presentar sus raíces por poco les cuesta la felicidad.
“En 2009, fuimos con Ruby a visitar a mi familia a Río de Oro, y como ella es muy bonita físicamente, en un corregimiento, los integrantes de un grupo armado se enamoraron de ella y querían llevársela. Nos tocó salir literalmente corriendo de allá, incluso en plena carrera Ruby resbaló por una pendiente en compañía de sus niñas y se lastimó las rodillas. La situación fue tan delicada que nos fuimos directamente hacia Bogotá porque decían que esas personas nos estaban siguiendo hasta Bucaramanga”.
En el 2013 regresó a la Ciudad Bonita, pero la violencia tocó a una persona muy cercana a la familia de su pareja, con tan mala fortuna que esa infamia fue presenciada por una de las hijas de Ruby, así que las amenazas no demoraron. “A las 10 de la noche tocó salir para Bogotá, empacamos algunos alimentos en unos costales y arrancamos dejando cerrada la casita”.
Cerca de un año duraron desplazadas en Bogotá. De esa época, agradece a la Unidad para las Víctimas por la terapia psicológica que le brindó a la niña de Ruby, afectada fuertemente por los recuerdos. Superada esa etapa y con los miedos endosados a Dios, regresaron a la capital santandereana.
La llegada a las mesas de participación de víctimas
Allí conoció a una persona que vio en Solángela esa condición de líder, y al descubrir ese memorial de agravios que cargaba su honra y sus desplazamientos forzados, le propuso ser integrante de las mesas de participación de víctimas por el enfoque LGBTI.
“¿Usted es lesbiana, cierto? ¿Le gustaría representar ese enfoque en las mesas de participación de víctimas? Tienes aptitudes de liderazgo, dale”, le dijo su amiga. Y en esa fe que depositaba en ella, vio la oportunidad de desclavarse de su alma todos los señalamientos, y así fue: la eligieron desde 2015 como integrante de las mesas local de Bucaramanga y departamental de Santander.
Ya completa casi cinco años como integrante de esos espacios de participación y asegura con orgullo: “Puedo decir que la Mesa Departamental de Víctimas de Santander es una de las que más hace incidencia a nivel nacional; soy defensora de derechos humanos y por consiguiente de los derechos de nosotras las víctimas. La experiencia acá ha sido muy importante porque puedo desplegar toda mi capacidad de liderazgo y ponerla al servicio de los sobrevivientes del conflicto armado”, dice Solángela.
La sensibilidad y el trabajo por los más vulnerables
Desde muy niña Solángela tuvo espíritu solidario, recuerda: “Siempre le daba la mano al más necesitado, si tenía una manzana y había personas con hambre, yo la compartía; mi sensibilidad con los más vulnerables ha sido de siempre”, agrega.
En concordancia con lo anterior y consciente de la situación de vulnerabilidad de los niños de su barrio, Solángela decidió crear en 2014 la escuela de fútbol ‘Se vale soñar’, en la que 40 niños y jóvenes que no han tenido la oportunidad de ir a un colegio o al filo de caer en las drogas, se entrenan y compiten en torneos locales y regionales. “La escuela la hemos ido edificando de a poquito, pidiendo colaboración de balones allí, de mallas en otro lado, en fin, ha sido una lucha ardua para mantenerla en pie, pero todo eso vale la pena porque estos niños necesitan ocupar su tiempo libre y qué mejor que a través del deporte”.
Con algo de vanidad o para ser más precisos con ese orgullo que envuelve la alegría por los frutos de servir a los demás, muestra el curriculum vitae de la escuela: dos subcampeonatos, varios trofeos, uniformes y reconocimientos. “Yo soy la directora técnica, hago la alineación antes de cada partido, dirijo desde la línea del campo y hago los respectivos cambios cuando el partido lo requiera”.
Solángela también se la juega por su fundación ‘El Sol de la diversidad’, que trabaja por los niños en condición de vulnerabilidad, la comunidad LGBTI y las personas mayores.
Sus 54 años los vive muy agradecida y amañada en Bucaramanga, capital de un departamento que dio a luz a heroínas que lucharon por el derecho a la libertad de una nación como Manuela Beltrán y Antonia Santos. “Esa ciudad es de mente muy abierta, donde he sentido poca discriminación, aunque no falta de pronto alguno que otro homofóbico, pero en términos generales la gente es respetuosa de la orientación sexual de las personas”.
Hoy, por el momento, la venta y la distribución de arepas ocañeras y un negocio de bebidas, que atiende con su pareja, jalan la economía en esta época de pandemia. “Nuestros ingresos han bajado bastante, pero seguimos adelante y esperamos continuar con nuestros emprendimientos”.
Los sueños siguen latentes y, como heroína de su propia vida, espera seguir luchando por su gran proyecto: un comedor comunitario en donde pueda brindar, de manera gratuita, alimentación a los niños de su barrio, eso sí, siempre de la mano de Ruby, el amor de su vida, sin darse cuenta de que se ha transformado en la heroína de muchas personas vulnerables.
(Fin/CM/LY)