Yeimy Acevedo Arredondo
Carurú - Vaupés

Ana Yeimy Acevedo Arredondo es una morena de estatura media, rasgos finos y carácter fuerte. Nació en 1992 en Montenegro (Quindío). Desde niña se acostumbró a viajar de un lado para otro de la mano de su madre y sus tres hermanas, dedicadas al comercio en las zonas selváticas del sur del país.

“Mi madre, cabeza de familia, vendía toda clase de cosas, ollas, ropa, accesorios, chucherías y en general elementos que por las distancias con las zonas pobladas tenían buen movimiento en estos pueblos” rememora Yeimy.

Llevan viviendo 23 años en esta región. Su centro de vida ha estado en Carurú, población de poco más de 3 mil habitantes que se destaca por ser una densa zona de bosques amazónicos con más de 30º grados de temperatura en los días frescos.

Su familia vivió la desaparición forzada de su padrastro y ella fue abusada sexualmente por actores armados que cuando ella tenía 15 años llegaron a su vivienda.

Este hecho marcó la vida de Yeimy y su núcleo familiar que, a pesar de todo lo que sufrió, logró sobrevivir a las dinámicas del conflicto que se vivía en esta zona.

 “En el 2013 ingrese a laborar en la inspección de Policía en Carurú por dos años. Luego, renuncié e inicié una de las etapas más importantes de mi vida. En el trabajo conocí a algunas mujeres que se atrevían de manera tímida y con mucho temor a denunciar los casos de abuso sexual, maltrato y vulneración de sus derechos perpetuados por actores armados en la zona. Por mi experiencia, empecé sin darme cuanta a organizar actividades como talleres, reuniones y poco a poco fuimos creando una organización de mujeres víctimas”, cuenta.

La organización OMUVI, que fundó hace varios años, trabaja con más de 20 mujeres que, rompiendo las barreras del silencio, han asumido los hechos violentos sufridos y poco a poco tratan de superarlos con el acompañamiento permanente del equipo psicosocial de la Unidad de Víctimas.

Dice que Colombia, y sobre todo esta zona del sur del país, son muy machistas y por eso ponen trabas a las mujeres que luchan por sus derechos.

 “A mi aún no se me facilita hablar de lo que viví. Se me hace un nudo en la garganta. Sin embargo, tuve que aprender a convivir con los actores que me lastimaron por un tiempo. Luego me enteré de que habían muerto. No sentí gusto, al contrario, sentí que con la muerte se había ido mi oportunidad de perdonar a estas personas directamente. Me conformo con cada día sembrar en mi corazón la paz y el perdón, por mi hija y por las mujeres con quienes trabajo día a día”.

Su inspiración es una pequeña de 5 años, que la ve todos los días trabajando por la población víctima. Cada noche al verla mientras descansan se convence aún más de que lo que hace vale la pena, por el futuro de esas generaciones que no deben repetir el dolor y el sufrimiento de las anteriores.

“Muchas mujeres sienten vergüenza de contar sus historias, de asumir que su dignidad fue arrebatada. Pero lo que buscamos es que pierdan el miedo, que vuelvan a creer en sí mismas y que asuman, con el apoyo de quienes estamos a su lado, la posibilidad de superar poco a poco su valor como mujeres”.

La educación es la base de su estrategia de trabajo, considera que si todos conocen sus derechos y deberes será más fácil adelantar cualquier proceso de paz y reconciliación en los territorios, a partir del reconocimiento de la verdad y las garantías de no repetición.

“Si todos tenemos acceso a procesos de formación, se disminuirán muchas problemáticas sociales del país” dice.