Mitú - Vaupés
Pedro Nel Burgos Romero, uno de los integrantes de la Mesa departamental de Víctimas en el Vaupés, nació en el Quindío. Lleva viviendo en el sur del país más de 35 años. Es reconocido por ser un hombre de rostro sereno, activo y sobreviviente.
Motivado por la fiebre del oro, llegó a Tararaira, un municipio en el sur de Vaupés que colinda con Brasil. A los pueblos de esta región llegaban las historias de la riqueza que se escondía en recónditos lugares del país y que tentaba a muchos hombres a buscar fortuna.
Era una actividad muy riesgosa, que venía acompañada del conflicto que se vive en las zonas rurales que tienen algún movimiento de dinero y por ende de poder. Todo en ese lugar llegó a pagarse en pepitas doradas, afirma Burgos.
Después de tener algo de éxito en la minería artesanal, decide asentarse con la pequeña familia que había conformado. “Conocí una mujer muy bella, atenta y trabajadora y pronto éramos una familia de cuatro, lo que nos obligó a dedicarnos a una labor más estable”.
En 1993, se mudan a Mitú. Allí, sus dos pequeñas hijas crecían en medio de la tranquilidad propia y la riqueza natural de los pueblos amazónicos. Montaron un negocio familiar, un restaurante que servía sancochos de gallina y de pescado en un acogedor salón elevado de madera, que se levantaba como un balcón para admirar la belleza del paisaje.
Pero la situación de conflicto empezó a sentirse más fuertemente. La presencia de guerrilleros se hizo más frecuente, lo cual generó mucho temor en los habitantes del pueblo.
“Pasaron cinco años y llegó el día que jamás olvidaremos. La madrugada del 1 de noviembre del 1998, fue una estampida de violencia en Mitú. Las Farc destruyeron casas, la estación de Policía, la Registraduría, los juzgados, la casa del Vicariato, las sedes de Caprecom, Telecom y la Esap, el Palacio de Justicia, la Caja Agraria, entre otras estructuras”, cuenta.
La toma, que duró día y medio, es una de las más tristemente recordadas. Todo el país vio cómo las Farc se llevaban secuestrados a 61 policías, que luego harían parte de los ‘canjeables’ de esta milicia.
Muchos vecinos se fueron desplazados con una mano adelante y otra atrás, relata Pedro. “Nosotros nos quedamos porque era nuestro hogar, el lugar que nos recibió con bondad, en dónde fuimos felices y logramos fortalecer nuestra familia”, dice.
“De mi casa no quedó sino un montón de tablas. Fue terrible ver el rostro de mi familia y no tener cómo garantizar su seguridad. Fue un llamado a empezar de nuevo, cargados de fortaleza y fe”, agrega.
Pese a lo que sufrieron, poco a poco volvieron a levantarse de las ruinas. Mejoraron el restaurante y empezaron a vender comida puerta a puerta y otras alternativas para recuperarse.
“El ataque nos afectó en lo económico y así mismo, nos cambió como seres humanos”, explica. Desde entonces empezó a trabajar por las víctimas.
“Como representante de las víctimas del Vaupés hago parte de varios procesos locales y nacionales, estuve acompañando la firma de paz en Cartagena e hice parte del Proceso amplio de participación, porque creo que la paz vale la pena. Es la oportunidad para que los niños y jóvenes tengan una patria con otras reglas de juego. La violencia ya nos pasó una factura muy alta”, afirma.