Leticia - Amazonas
Susana López, de 64 años, recuerda con nostalgia los bellos paisajes del llano colombiano. Nació en Restrepo, departamento del Meta, donde vivió con su familia, conformada por sus padres y 13 hermanos, en una finca en la zona rural de este municipio. Se dedicaban a labores del campo, como la agricultura, la producción de leche y el cultivo de alimentos.
En el municipio de Restrepo, un pueblo tranquilo de clima templado, crecieron los sueños y metas de Susana y su familia, hasta que los actores armados llegaron a sus puertas.
“En 1994 empezaron a ocurrir los hechos. Primero se llevaron un primo que estaba prestando servicio militar. Fue el inicio del calvario. Luego a las fincas llegaban hombres en moto, con pintas raras, uno aprende a reconocer en el campo a los extraños”, afirma Susana.
Después de un tiempo, el joven familiar fue liberado en la entrega de militares que se llevó a cabo en el municipio de La Macarena. Luego, vendría un golpe más fuerte.
Llegó otra fatídica noticia para la familia. Tratando de contener las lágrimas, Susana relata: “a mi hermano Fabio Enrique López, no solo lo desaparecieron, lo sometieron a tortura por varios días. Fue un golpe que mi padre no logró sobrellevar; murió meses después de que nos contaran los últimos días de vida de Fabio”.
No pasó mucho tiempo para que llegaran los grupos armados a su finca. “Querían que les arrendara. La gente comentaba que ese era el plan que utilizaban: pedían en arriendo y poco a poco se apropiaban de los bienes y ahí quién les refutaba si de una iban amenazando y amedrentando”, cuenta.
La presencia de estos actores fue cada vez más recurrente por lo que el miedo cobró su cometido y en el 2004, con dos maletas y su hija, que estudiaba una carrera universitaria, como únicos acompañantes, Susana tomó un vuelo para Tabatinga, municipio brasilero fronterizo con Colombia, en el Amazonas.
“Yo llegue, como se dice, sin nada. Fue muy duro saber que dejé mi casa, mis cosas, por huir de la violencia. Mi niña sufrió, ella iba en sexto semestre y dejo sus sueños de convertirse en profesional por salir corriendo”.
La necesidad de conseguir dinero para sobrevivir en tierras extrañas, la hizo dedicarse a cuanta tarea y trabajo le salía. Vendió productos mediante catálogos, hizo tintos y aromáticas, hasta que se cansó de no entender el idioma portugués y decidió caminar las tres cuadras que la separaban de Colombia para radicarse en Leticia.
Vivir en el Amazonas le permitió conocer la riqueza y la belleza ambiental así como la tranquilidad y la calidez de la gente en esta región. “Extrañaba mi país, a pesar de estar a contados metros, todo cambia. Volver, me dio más esperanza, una vecina me permitió ayudarla en una modistería. Las clientes empezaron a llegar y así decidí independizarme, y ya hacia mis diseños y prendas que me inventaba y que le gustaban a la clientela”.
Estar en su tierra, en su patria, la llevó también a interesarse en los temas de quienes, como ella, algún día dejaron todo por salvar su vida y la de sus seres queridos. “Me empezó a gustar participar en las organizaciones de víctimas, en parte porque era como una gran familia que compartía dolores, tristezas y sobre todo sueños e ilusiones a pesar de las adversidades; me dediqué a trabajar con mujeres víctimas, a organizarnos para exigir por nuestros derechos”, cuenta Susana.
En la actualidad, les habla a las personas de reconciliación, de perdón, de cómo llenar con nuevas metas el vacío que dejó el conflicto armado y, sobre todo, de cómo convertirse en constructores de desarrollo y pujanza en los nuevos lugares a donde los llevó la violencia. “No nos enseñaron a perdonar, pero siempre es un buen momento para sanar las heridas y creer que después de tantos años de conflicto es posible tener un país en paz; vivimos con miedo por muchos años, es tiempo de sanar y de aprender a perdonar para avanzar”, enfatiza Susana.
Por Edith Vivian Agudelo García