Bojayá (Chocó)
Leyner Palacios Asprilla perdió a 32 familiares y amigos, el 2 de mayo del 2002, en Bojayá (Chocó), por un cilindro bomba disparado por las Farc, que cayó dentro de la iglesia que resguardaba a unos 500 habitantes de los enfrentamientos entre esa guerrilla y un grupo paramilitar, y que causó la muerte de 79 personas, de las cuales cerca de 48 eran menores de edad. “Para mí, más que los 32 familiares, los 79 eran mis hermanos, mis compadres”, señala Leyner.
Hoy, Leyner Palacios Asprilla ve cómo la iglesia se ha convertido en un lugar simbólico para Bojayá, para el Chocó y tiene un asiento preferencial en la memoria del país.
“‘La sangre está enterrada’, como decimos nosotros, en esa iglesia, por lo que queremos seguir manteniendo ese lugar como un punto de referencia donde nosotros podemos seguir encontrándonos con nuestros familiares muertos y guardar su memoria”, asegura.
“También queremos que ese lugar sea un sitio de pedagogía para la paz, mostrando al mundo que la guerra no tiene sentido, y que desde allí se pueden emprender procesos de formación a los niños y a los jóvenes para sembrar una nueva cultura de paz. En conclusión, el sitio lo vemos como un lugar de memoria, de encuentro con nuestras víctimas y de pedagogía por la paz”.
En ese sentido –asegura Leyner–, la comunidad tiene adelantadas algunas conversaciones con la Unidad para las Víctimas, el Centro de memoria Histórica y la Oficina del Comisionado de Paz para hacer algunas obras de mantenimiento y apropiación social.
Al respecto, también han solicitado la construcción de un sendero que conecte al casco urbano nuevo con el antiguo. “Ese sería el mejor regalo que les podemos hacer a la memoria de las víctimas y a la gente victimizada de Bojayá. Más que construcciones, lo que nos interesa es acceder al antiguo Bojayá y mantener lo que está allí para organizarlo poco a poco, ya que todos esos lugares del viejo casco urbano son muy simbólicos para la comunidad y los queremos recuperar”.
En su propósito de reconstruir el tejido social de su pueblo, de la forma más integral posible, Leyner hace parte del Comité por los Derechos de las Víctimas de Bojayá, colectivo creado para reivindicar los derechos de las víctimas enmarcados en los principios de verdad, justicia, reparación y garantías de no repetición.
“Inicialmente trabajamos los temas de verdad, alrededor de la construcción de la memoria histórica, y nos preocupamos por la recuperación de la parte cultural con algunas comunidades, en especial el tema del `alabao’, además de la reconstrucción de la iglesia y su cuidado para que la maleza no la devorara”.
A su vez, señala que en el campo de la verdad iniciaron acercamientos con las Farc, en el marco de la Mesa de Conversaciones de La Habana. “Ellos (las Farc) se interesaron en el tema de Bojayá y reconocieron su responsabilidad sobre los hechos, manifestando su interés en pedirle perdón a la comunidad, por lo que iniciamos una serie de conversaciones para ver cómo había sido eso. Finalmente, el acto de reconocimiento de responsabilidad y petición de perdón se realizó el pasado mes de diciembre”.
Para el Comité, con ese acto brotaba, por fin, algo más que la simple esperanza: fue la oportunidad de reivindicar sus derechos, de hablarle de frente a un actor armado que agredió a los bojayaseños y que ocasionó una profunda humillación. Aquello sirvió para honrar la dignidad de la comunidad.
“Fue un acto bastante duro para nosotros, para las víctimas, que son conscientes de que ese paso que dimos era muy difícil y que por muchos momentos causó impotencia, mucho dolor y rabia, pero sin sentimientos de venganza”, recuerda este chocoano.
“A nivel personal, luego del acto de perdón, me siento un hombre más libre, mucho más descargado, más aliviado, más digno y con más fuerza para seguir luchando y trabajando, porque el acto en sí nos permite ver luces de esperanza, ver que podemos seguir caminando y, sobre todo, transformando cosas en nuestra comunidad”.
Para Leyner, lo más importante es que esta acción les permitió negociar las garantías de no repetición con las Farc, por lo que se ilusiona al pensar que lo vivido por el pueblo no se seguirá presentando en su territorio y tampoco en el país.
La confianza en un mejor futuro, con la satisfacción de los derechos de los habitantes de Bojayá, también se fortaleció con el acercamiento del Gobierno, cuando el Alto Comisionado para la Paz, Sergio Jaramillo, dijo que el Estado debe explicar por qué el día de la destrucción de la iglesia la comunidad estaba desamparada.
Pese al acto de constricción de las Farc, según Leyner, los vestigios de la guerra no se borran con un acto. “Para nosotros ese fue un momento en el que las Farc hicieron un reconocimiento público de su responsabilidad y pidieron perdón, pero las huellas de esa tragedia no se han borrado. La gente sigue pensando en sus familiares, y lo que más anhela es que ese error o comportamiento que tuvieron el 2 de mayo del 2002 sirva para ser transformado en otro momento”.
“La verdad, no creo que el concepto cambie de la noche a la mañana. Precisamente, la gente decía que la única forma de ver a las Farc de una manera diferente depende del comportamiento de la guerrilla en el futuro y de los compromisos de garantías de no repetición que se apliquen. En esa medida yo creo que poco a poco se va a dar un proceso de reconciliación que inició con el acto de reconocimiento de responsabilidad”.
La nominación al Nobel de Paz.
La labor de Leyner Palacios por reconstruir el tejido social de su comunidad sin el asomo de sentimientos revanchistas hacia quienes trozaron las alegrías de su pueblo, le ha hecho merecedor, junto con otras cuatro víctimas, a una nominación al Premio Nobel de Paz. “La nominación es un acto de reconocimiento al trabajo, a la valentía que hombres y mujeres de Bojayá, víctimas del conflicto armado, han emprendido para no reproducir la violencia que hemos recibido; también es un reconocimiento a muchas víctimas de la región, a muchas víctimas del departamento del Chocó y a esos más siete millones de víctimas que existen en todo el país”.
Para Leyner, esta designación es una oportunidad para continuar la batalla y es un reconocimiento que el mundo le otorga a una sociedad que ha sido tan golpeada. “Que se reconozca el esfuerzo y las iniciativas de construcción de paz es un muy buen mensaje para acabar la guerra. Las víctimas nunca hemos querido tomar venganza contra quienes nos victimizaron, por lo que la nominación también es un reconocimiento a esa tarea”.
Los acuerdos de La Habana y la reconciliación
Leyner afirma que “para una víctima, dimensionar el castigo que se le pueda dar a un victimario en cuestión de tiempo en una cárcel siempre será insuficiente, teniendo en cuenta el valor que le da a la pérdida que tuvo”. Sin embargo, admite que existen diferentes formas de castigo.
“Digamos que las penas que se acordaron en La Habana son razonables en la medida que implican una resocialización, por lo que esa oportunidad de recomponer el país también hace parte del castigo que se le puede imponer a un victimario. Soy de los que creen que hay otras formas de castigo diferentes a la cárcel, como las penas restaurativas por medio de trabajos sociales y comunitarios, labores que son muy importantes para recuperar lo que se ha dañado. Creo que las penas formuladas deben responder a las necesidades del país, teniendo muy en cuenta el tema de la reconciliación”.
El trabajo con la Unidad para las Víctimas
En los últimos años, Leyner y el Comité por los Derechos de las Víctimas no han estados solos. La preocupación por su comunidad ahora es compartida por la Unidad para las Víctimas, que comenzó a trabajar con Bojayá como sujeto de reparación colectiva.
“El trabajo de la Unidad para las Víctimas ha sido bueno, ya que nuestra labor se basa en la satisfacción de los derechos de las víctimas y, claro, entendemos que la Unidad en ese sentido tiene una gran responsabilidad. Ha demostrado un alto compromiso con las problemáticas de Bojayá y, después de superar pequeñas dificultades, ha tenido una buena empatía con el Comité, especialmente en los últimos tres años, en los que hemos trabajado muy bien, particularmente cuando emprendimos la labor para que las Farc reconocieran su responsabilidad, por lo que valoramos muchísimo todo el acompañamiento de la Unidad a la comunidad y al Comité, permitiendo que en ese trabajo realizara talleres y encuentros destinados a socializar todo lo que estaba pasando”, afirma.
“Ese no fue un trabajo fácil; fueron varios meses de preparación de las comunidades en los que la Unidad, sin estar presente físicamente, nos facilitó muchas cosas para que nosotros como Comité pudiéramos hacer esa tarea en la comunidad”.
El acompañamiento psicosocial es el otro campo en el que la Unidad también les ha brindado un significativo acompañamiento y asesoramiento. “A raíz de la masacre sufrimos mucho, y durante los encuentros, muchas víctimas se nos desvanecían por el impacto que representaba revivir situaciones muy difíciles, las cuales no sabíamos cómo manejar en la mayoría de los casos, por lo que contar con el apoyo de la Unidad en esos momentos fue muy importante”.
“De igual forma, la Unidad nos ha venido brindando apoyo y asesoría en lo que tiene que ver con el autocuidado y protección, porque nosotros somos el referente de la gente para descargar sus situaciones; es decir, las personas nos buscan para contarnos sus cosas”, concluye.
Independientemente de qué suceda con la nominación al Nobel de Paz, Leyner admite que la tranquilidad de su conciencia por la labor humanista que ha desarrollado para sanar las heridas de la comunidad y restaurar las alegrías de su gente querida es, a la hora de la verdad, el mayor premio.