“La guerra me hizo puta y salí del mundo oscuro”
Mary Luz López Henao una de las más de 34.000 mujeres víctimas de delitos sexuales en Colombia. Su poder transformador y resiliencia la convirtieron en escritora y defensora de derechos de las mujeres.
“Es más fácil vender el cuerpo que un libro, la gente prefiere follar a leer”. Así, con desparpajo, se lo dice a las personas que se acercan a ella atraídos por un libro surgido de la catarsis y la resiliencia de Mary Luz López Henao. Pero también la denuncia de una mujer víctima de múltiples violencias.
“La guerra me hizo puta” es el título de ese libro color rosado que ha exhibido este año en ferias de literatura de varias ciudades con una mezcla de satisfacción y dolor plasmado en 187 páginas para “soltar esa carga pesada de mi pasado”.
Desde las ilustraciones de su portada y contraportada ya revela a una mujer desnuda marcada en su cuerpo y alma durante sus 46 años de vida por el desplazamiento en su niñez y el reclutamiento forzado de una “niña inocente” que, relata, “pasó de los vestidos al camuflado” de la guerrilla. En ese grupo armado sufrió la violencia sexual y luego tuvo que prostituirse para huir del conflicto armado y sobrevivir en las calles.
Por eso, convertirse en escritora, defensora de derechos humanos y lideresa femenina fue un largo proceso de sanación y dignificación. Cuenta que este empezó cuando llegó a un centro de atención a víctimas y, tras “contarle a una sicóloga mi vida, me recomendó como terapia empezar a escribir lo que me había pasado”.
Así lo hizo. “Empecé primero en hojas y luego en cuadernos, sin saber que iba a convertirse en mi proyecto de vida. De ahí salió mi primer libro Alzo mi voz, sin tener ningún conocimiento de escritura”, recuerda Mary Luz.
Luego, fue coautora con sus cuentos y poesías de las obras Vuelo del Fénix y Refugio del Fénix, en referencia al ave mitológica que renace de sus cenizas. Pero reconoce que La guerra me hizo Puta fue el más doloroso de escribir porque “hay que desollar el cerebro, el alma, el cuerpo y morir muchas veces para sanar y volver a resucitar”.
Desplazamiento y violencia sexual
Su primer hecho victimizante fue el desplazamiento forzado. Era una adolescente cuando una banda delincuencial lanzó contra la casa de su familia en Medellín un artefacto explosivo, que pretendía matar a un hombre que no conocían. Luego llegaron las amenazas y “mi mamá decidió huir para salvarnos”.
Junto a su madre, el padrastro y dos hermanos llegaron a una vereda en Antioquia. A esa zona llegó la guerrilla y en 1991 los insurgentes fueron hasta la escuela intentando convencer a los jóvenes de integrarse al grupo armado.
En su libro cuenta que citaron a la población a una reunión y dos días después, con apenas 14 años, la reclutaron y se la llevaron al monte. “Mamá sabía dónde me tenían y fue a buscarme, pero le tocó regresar llorando y sin mí”. Mary Luz le pidió que se fuera de allí porque temía que le hicieran daño o la asesinaran. Entonces, “en manos de desconocidos que tenían armas cambié mis tenis blancos por botas grandes que me causaron ampollas”, escribió.
Según el informe final de la Comisión de la Verdad, por cuenta del conflicto armado, solo entre 1990 y 2017 casi 17.000 niños y adolescentes fueron reclutados en Colombia por los grupos armados ilegales y 9.512 han sido incluidos en el Registro Único de Víctimas para su atención y reparación integral.
Su relato prosigue con el jefe del grupo ilegal, de quien decían “estaba rezado para no morir y que se bañaba con la sangre de sus enemigos para volverse invisible, como una fiera en el monte adentro”.
No bastó con el reclutamiento forzado. Fue ese “comandante de la escuadra que abusó sexualmente de mí. Fui letrina de varios hombres en el campamento”. Durante tres meses la joven permaneció en poder de los guerrilleros. Además de su integridad sexual, también perdió su identidad cuando le pusieron Alias “Jazmín”.
Después de ese tiempo, logró persuadir a sus captores de permitirle abandonar la guerrilla. Pero “para poder recuperar mi libertad me tocó abrir las piernas”.
Cuenta que cuando logró irse caminó con miedo de que le dispararan por la espalda, hasta que llegó a una carretera y tras muchas horas de travesía llegó a su casa. Su madre la confundió con un fantasma, pues varias veces la había visto muerta en pesadillas.
Poder transformador de las palabras
Por temor a volver a ser reclutada viajó a Medellín y se radicó en un barrio de la comuna 13, donde conoció a un hombre que fue su pareja sentimental y tuvieron dos hijos. Años después, en 2002, la violencia volvió a tocar su puerta cuando ella y varias personas más fueron secuestradas por “milicianos” tras señalarlos de “sapos”.
Era una época de la violenta disputa entre milicias urbanas de las FARC y las autodefensas en esa zona de la ciudad. Entonces, me tocó desplazarme y “de ese secuestro yo llegué a la prostitución” al no tener para dónde ir ni cómo sobrevivir.
Durante varios años se vio obligada a ir y venir por prostíbulos en varios municipios. Y, de nuevo, se resintió su autoestima al dejar su nombre verdadero para asumir el apodo de “Yayita”, uno de tantos que tuvo para sobrevivir en el “mundo oscuro”, como denomina a esa etapa de su vida.
Las páginas de su libro narran de forma descarnada los vejámenes, golpizas y violación de derechos que sufren las mujeres forzadas a la prostitución, porque una "puta no vale nada ni es reconocida como víctima". Por eso reitera que su libro es una denuncia sobre cómo el “conflicto armado y la violencia han afectado la vida, la sexualidad y los cuerpos de niñas y mujeres. Estas huellas siguen ocultas tras la negación y el silencio”.
Ella es una de las 34.067 mujeres incluidas en el Registro Único de Víctimas por delitos contra la libertad e integridad sexual sujetas de atención y reparación en Colombia. También es una de las más de 9.000 mujeres indemnizadas con más de 170.000 millones de pesos por la Unidad para la Atención y Reparación Integral a las Víctimas por delitos de violencia sexual. Y más de 6.000 de ellas se han beneficiado de las estrategias psicosociales para su recuperación emocional y el fortalecimiento de sus capacidades para superarse.
Así mismo, compareció ante la Jurisdicción Especial para la Paz para denunciar estos hechos victimizantes perpetrados por diferentes grupos armados ilegales.
Después de varios años de resurgimiento y recuperación emocional se siente feliz con su vida actual. Ahora es una mujer empoderada. Lidera una organización denominada la Casa de Lulú, donde ayuda a mujeres y niños a sobreponerse a la violencia y vulneración de sus derechos.
En su nueva faceta de escritora viste elegante cuando participa en eventos de mujeres, de víctimas resilientes y ferias literarias. Y muchas veces luciendo su accesorio favorito que cuelga de una cadena que sobresale de su atuendo. Es una figura de Homero Simpson.
Para ella “es como un grito de libertad porque, cuando era una niña de la guerra y con botas en el monte, yo ansiaba ver otra vez a los Simpson y abrazar a mi mamá”.
Aunque se reconoce como víctima, afirma que eso “no me define, sino lo que soy ahora y lo que puedo lograr. El poder transformador mío es el don de la palabra y la escritura, porque me sirvió para reinventarme y hacer catarsis”.
Así lo reafirma Mary Luz en la última frase de su libro: “A Dios doy gracias por estar en el nuevo mundo de las palabras”.
Resaltar el poder transformador de las mujeres víctimas de violencia sexual en el conflicto armado, está dentro de las apuestas más importantes de la Unidad para las Víctimas. Seguimos trabajando para dignificarlas y reconocer su capacidad de cambiar las condiciones de vida de sus familias, comunidades y territorios; son las víctimas del conflicto armado quienes hoy deben tener la palabra, pues son quienes han dado segundas oportunidades y son el referente ético y moral para guiar al país hacia la Paz Total.