Julio 25 2021
La fortaleza y valentía serena para afrontar las dificultades y los riesgos que asumieron las mujeres jugaron un papel fundamental en la abolición de la esclavitud, aun pagando uno de los precios más altos: la muerte. Ese temple que se lleva en la sangre no se ha desvanecido. Sigue intacto ante las crueldades de la vida, como ha pasado en el conflicto armado interno colombiano.
Es por eso que en el Día Internacional de la Mujer Afrodescendiente, historias como la de Elizabeth Moreno cobran vital relevancia en el restablecimiento de sus derechos.
Fue en la frondosidad de la selva húmeda tropical de Togoromá, en el litoral del San Juan en Chocó, donde nació Elizabeth. De allí, años más tarde, se vio obligada a salir desplazada.
“Soy desplazada de la localidad de Togoromá por enfrentamientos entre grupos armados. La gente se fue para Buenaventura porque hubo desplazamiento, confinamiento y masacres, afectación al territorio y por una serie de antecedentes. Por cultivo de hoja de coca, por ejemplo, tuvimos que salir”, explica esta lideresa, para quien hay más de una razón por la que se dieron las víctimas, por ejemplo, por el solo hecho de vivir en el Pacífico colombiano: “Eso ya nos hace víctimas de todo lo que se vive en el país del conflicto armado. El abandono estatal, la violencia, la violación de los derechos, la falta de asistencia del gobierno, estos confinamientos, la restricción a la movilidad, las masacres”, y su cuenta sigue y se repite para quienes habitan en Chocó, Nariño, y Cauca.
Una organización pionera
Ante la defensa de los derechos, especialmente los de las mujeres que no pueden hablar, Elizabeth se para firme y se enfrenta utilizando una de sus principales armas: la palabra. De allí que se vinculara al Consejo Comunitario General del San Juan (Acadesan), una organización de las comunidades afrocolombianas residentes en el curso medio, bajo y costero del río San Juan y sus afluentes.
Acadesan se considera como una de las primeras organizaciones étnico-territorial que, unida al movimiento afrocolombiano, promovió el reconocimiento del grupo étnico, la titulación colectiva de las tierras de comunidades negras y la normatividad que respalda todo el proceso de inclusión. Elizabeth es la primera mujer en casi 30 años que llega a la representación legal y, además, es la primera y la única que ha sido reelegida en este cargo.
Por diferentes circunstancias que amenazaban a la población, en 1989 nace la iniciativa, cuyo objetivo siempre fue la defensa del territorio frente a los megaproyectos que se pensaban desarrollar allí y que afectaban drásticamente a las comunidades afro e indígenas. El tiempo pasó y los indígenas se apartaron de dicho grupo, quedando solo las comunidades negras.
Luego se consolidó un proceso que se llamó Asociación Campesina del San Juan y, “cuando nuestros ancestros gestionaron y trabajaron por la defensa del territorio, se obtiene lo de la Ley 70 y se convierte en los consejos comunitarios. Pero nosotros conservamos la sigla, que para nosotros significa Asociación Campesina del San Juan, pero al convertirnos en consejo comunitario ya no quisimos cambiar la sigla, sino que decidimos conservarla”.
La organización tiene injerencia en Chocó: en Istmina con 11 comunidades, en Medio San Juan con 11; en Nóvita con 3 comunidades; Sipí con 14 comunidades y Literal del San Juan con 33, incluidos las tres de Buenaventura, que están sobre el río San Juan. Son 72 comunidades y 683.591 mil hectáreas.
Para esta lideresa, el aporte del trabajo entre Acadesan y la Unidad ha sido visible y, pese a las diferencias de opinión, el trabajo articulado ha ido en avance en lo correspondiente a la toma de declaraciones en las comunidades y la obtención de la resolución como Sujetos Colectivos de Reparación, entre otros.
“Como proceso organizativo lo vemos muy bien, teniendo en cuenta que se trabajó el auto 005 con el Ministerio del Interior que nos ayudó bastante. Desde la Unidad para las Víctimas, con la Defensoría del Pueblo y otras organizaciones como Acnur, nos apoyaron mucho en lo que fue el trabajo de socialización en las comunidades de lo que significaba una reparación colectiva, una reparación individual, una reparación comunitaria y de todos los trámites que debíamos hacer como proceso organizativo y las vivencias en el territorio” comenta.
Ella sabe perfectamente lo que significa este gran reto para con las mujeres del territorio, esa responsabilidad de seguir apoyándolas para diversificar la presencia en consejos comunitarios locales y otros espacios en donde pueden reclamar sus derechos, la igualdad y la equidad que les fue arrebatada hace siglos.
“Tenemos que luchar por ambas, por salir de ese yugo machista que vivimos y buscar estrategias que nos ayuden a superar el reto de estar en diferentes escenarios para seguir trabajando por nuestra familia y ayudar a fortalecer ese conocimiento de las mujeres en nuestros territorios, crear escenarios y enfoques que nos permitan mejorar nuestras condiciones de vida”, dice.
El rescate de la ancestralidad
Pese a que la disputa de grupos armados ilegales es constante por ser un sitio clave en las rutas del narcotráfico, por la tala indiscriminada de bosques y las demás ya conocidas y poco atendidas situaciones del territorio, allí se lucha por preservar las tradiciones generacionales.
Una de esas tradiciones culturales es la celebración de la fiesta de la Virgen del Carmen el 16 de julio, cuando todos se visten de fiesta y las comparsas y los cultos interbarrios homenajean con semanas de oraciones y alabanzas a su protectora, la patrona del territorio, de las parteras, de los capitanes de barco, de lanchas, de motoristas, de los conductores y muchos más. La virgen es guardiana incondicional en los trabajos de las parteras y el proceso de dar a luz, una de las costumbres más importantes y sagradas de esta zona, porque no cualquiera puede serlo.
“Las parteras se aprenden la oración de la virgen del Carmen y cuando están atendiendo a una mujer rezan sus oraciones, le soban la barriguita al bebé, les hablan, acarician a la madre, le dan aliento. Otra cosa es el arraigo ancestral sobre la ombligada de los niños cuando nacen, que les cortan su ombligo. Cuando son niñas, entierran la placenta detrás de la casa o debajo de ella, y cuando son hombres, las tiran al agua para que el mar o el río se las lleven para que no sean andariegos”.
El padrinazgo es otra práctica que se sigue con respeto, pues “se le echa el agua de Socorro y esos lazos de padrinazgo que se dan en una comunidad nos convierten en familia”. Para esta comunidad, ese acatamiento también está ligado a la hermandad que se aprende desde que se está en el vientre. “Por tradición cultural no solamente le decimos tío al hermano del papá o la mamá, sino a todo mayor que viva en la comunidad, por respeto le decimos tío. Si es la persona que más años tiene en el pueblo ya se convierte en abuela y se le dice mamá María”.
Estas son algunas de las luchas de Acadesan para conservar todas las tradiciones culturales, como por ejemplo de la medicina tradicional, que se da a través de las parteras, de los sobanderos, de los curanderos de ojos, de los que curan culebras, de los que curan el mal de ojo...
Conmemoración
El papel de la mujer dentro de la cultura chocoana para mantener las tradiciones es indiscutible. Así como fueron grandes referentes en la liberación y la abolición de la esclavitud con, por ejemplo, sus trenzas, en las que ocultaban los mapas de escape para poder llevar semillas e irlas regando cuando se salían de las casas, así también “las mujeres somos uno de los seres más importantes en las relaciones del universo, porque los hombres no paren, no procrean; somos nosotras las que procreamos, por eso las mujeres deberíamos tener mayores garantías de nuestros derechos para existir, porque la mujer es como la tierra, la naturaleza es la que produce, la tierra es la que produce el alimento y todo lo que necesitamos para sobrevivir”.
En este Día Internacional de la Mujer Afrodescendiente, Elizabeth Moreno vuelve a levantar la voz para que las organizaciones aprendan este mensaje: el considerar a la mujer pieza principal en su actuar. “Que las mujeres no nos dejemos desequilibrar por el machismo, que nuestra mayor meta es seguir posicionándonos a nivel social dentro de nuestros territorios, departamentos y nación y, por qué no, a nivel internacional porque como esposa, madres y como seres humanos buscamos siempre el bien para la sociedad”.
No en vano, ella cree firmemente que debe seguir peleando “por las mujeres que no pueden hablar, que no pueden salir de sus territorios, que están en un yugo del mismo gobierno y el patriarcado por las dificultades en el territorio”.
Es por ello por lo que no callará y no permitirá que apaguen su voz, así como intentaron con Polonia, la negra líder de Malambo y heroína palenquera miembro del ejército de Benkos Biohó; con Catalina, la mulata hija de indígena y africano que luchó por su pueblo; con la mulata Ana Prado, que se casó con don Juan, un cacique de Cajamarca; o con Paula de Eguiluz, acusada de hechicería y llamada “la maestra de brujas blancas” y de mujeres de “casta”. Si ellas y millones más pudieron marcar una historia por su gente, ¿por qué Elizabeth Moreno no podría encumbrar un grito de esperanza en representación de toda una raza para convertirlo en el temple de la igualdad’
(Fin/CAM/PVR/RAM/)