Blanca Cáliz Castro
Leticia - Amazonas

Blanca Caliz Castro, nació en Puerto Limón en el Putumayo. A los 16 años, perdió a sus padres y desde entonces su vida ha sido un ejemplo de perseverancia ante las circunstancias más difíciles que puede sobrellevar una mujer y madre en medio del conflicto armado.

Con 57 años, recuerda cómo el destino le arrebató a sus padres y la hizo custodia, a tan corta edad, de sus tres hermanos menores; “no podía quedarme sentada llorando, tenía que ser responsable por la vida de esos pequeños, ser un ejemplo para superar una pérdida tan dolorosa y seguir hacia adelante”.

En un carrito artesanal empacaba a la madrugada termos con tintos y aromáticas que vendía por todo el caserío. Su amabilidad hizo que la reconocieran con facilidad y, cuando cumplió la mayoría de edad, la contrataron en una distribuidora de gaseosas.

“Luego, me enamoré, tuve dos hijas con mi pareja y me radiqué en Puerto Asís que tenía más comercio, lo que me daba más oportunidades de trabajo”.

El nuevo hogar de Blanca se encontraba a 90 kilómetros de Mocoa, al margen del río Putumayo. Quedaba en un camino de herradura fundado en 1912, el cual cobró importancia con los años, primero por ser centro de intercambio comercial de la zona y segundo por ser ruta del narcotráfico.

A los 24 años, fue testigo de cómo la historia del caserío se fue transformando. Llegaron actores armados que fueron tomando poder sobre las dinámicas de la comunidad.

“Se empezaron a desaparecer personas, los asesinatos eran cosa de todos los días. La violencia llegó y nos arrebató a todos la tranquilidad. Jamás pensé que el conflicto ocupara uno de los capítulos más tristes que marcaron mi vida”.

Las heridas del conflicto armado

Blanca era una joven atractiva, y una noche en que departía con unas compañeras del trabajo en el balneario de “La chispa de la vida”, un integrante de un grupo armado se fijó en ella. De ese episodio, guarda los recuerdos como retazos de una película de terror que aún no logra olvidar.

“Fui víctima de violencia sexual y, (los del grupo) no tranquilos con haber vulnerado mi dignidad, me amenazaron y amedrentaron. Tuve que elegir entre la vida y la muerte”.

A los pocos días, Blanca se embarcó en una lancha con un par de maletas y sus hijos. Duraron más de 26 horas huyendo por el río, hasta que llegaron a Leticia, capital del Amazonas.

“Era iniciar de ceros. Logré que me pagaran por lavar ropa en casas, mi salvación fue la bondad y la solidaridad de los leticianos, que jamás han dejado de ser amables con nosotros, las víctimas del conflicto armado”.

No obstante, el golpe más fuerte vendría después. “Mi hijo menor había cumplido 18 años, quería que tuviera un mejor futuro, que estudiara y saliera adelante. Lo mandé para la capital e ingresó a terminar el bachillerato en un colegio público. Duró más de un año, juicioso, con sueños e ilusiones”.

Blanca recuerda como si fuera ayer. Su corazón de madre, un día, le decía que algo no andaba bien. Logró que una amiga en Bogotá fuera a la institución educativa de su hijo, pues llevaba más de una semana sin saber de él y las directivas no le daban una respuesta clara.

“La comadre llegó al colegio, allí una profesora por fin entre lágrimas le contó lo sucedido. A mi niño me lo mataron por vivir en la casa de un desmovilizado, fue una masacre, tenía hasta el uniforme del colegio”.

Mientras seca las lágrimas que resbalan por su rostro, afirma: “yo lo buscaba por cielo y por tierra porque sentía aquí en el pecho la necesidad de traérmelo para Leticia. Vendí el televisor, la plancha, todo, y le tenía el pasaje aéreo, pero no logré detener al destino”.

El valor de la solidaridad

“Nosotras, las mujeres, hemos perdido mucho en medio del conflicto armado. A veces es difícil recordar todo lo vivido, pero contar nuestras historias es parte del proceso para sanar las heridas”.

Este mensaje lo comparte con las integrantes de la Asociación de Mujeres Víctimas Residentes en el Amazonas (Asomuvidesfor) a quienes lidera, apoya y valora como sus hijas, hermanas y amigas.

“El valor de compartir, de poner la vida al servicio de otros, es lo que me enseñó este camino vivido. Nosotras buscamos ayudarnos, escucharnos y ser parte de la transformación de los lugares a donde llegamos desplazadas, territorios que hoy son nuestros hogares”.

En la asociación han liderado actividades para ayudar a víctimas que pasan por necesidades, han gestionado y ejecutado proyectos productivos y son parte activa de la agenda institucional del Estado para temas de atención y reparación a las víctimas del conflicto armado en el Amazonas.

“Quienes pasamos por hechos violentos, tenemos pérdidas emocionales, humanas y materiales en el conflicto, sabemos que solo la unión, la fuerza y la esperanza de un país en paz es la salida. El Estado está buscando los mecanismos no solo para reconocer lo vivido como parte de la memoria histórica del país, sino para dar las garantías para la no repetición de estos hechos”.

A Blanca hace un par de años, el Gobierno Nacional le hizo entrega de una vivienda por su condición de víctima. Es el lugar desde donde hoy lucha por la dignificación y el reconocimiento de los derechos de sus compañeras que, al igual que ella, vivieron en carne propia las dinámicas del conflicto armado en el país.